PASIONES QUE MATAN.

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Todos necesitamos afecto, amor, amistad, reconocimientos y, por qué no, pasiones. Las pasiones son ese plus que hace que nuestras vidas tengan objetivos de superación. Una vida sin pasiones es sólo un devenir, es más durar que perdurar y seguramente los que no hayan tenido ni una sola pasión no dejarán una huella de su paso por este mundo.

Claro que, como todo en nuestra existencia, hay varios aspectos, caras o fases que distinguen lo positivo de lo negativo, lo bueno de lo malo y lo apasionado de lo obsesionado. Amar a los hijos, por ejemplo, es una cosa; obsesionarse con ellos tomándolos como una propia prolongación sin derecho a ser diferentes de nosotros, asfixiarlos con una sobreprotección excesiva o consentirlos hasta en sus más disparatados deseos es exactamente lo contrario del amor. Y aunque sea una pasión, será una enfermiza y destructiva conducta que puede conducirlos al odio, al suicidio o al parricidio.

Por lo tanto, ojo con la pasión que junto al amor que la engendra puede desbocarse en un abismo de horror.

Una de las manifestaciones más comunes de las bajas pasiones que pueden partir de hermosos sentimientos es la idolatría. Poner en alguien a quien admiramos todos los valores positivos y convertirlo en un ser sobrenatural, intocable y adorado hasta el paroxismo es una peligrosa costumbre que puede derivar en atrocidades. Como el asesinato de John Lennon en manos de su más rendido admirador, que de tanto quererlo consideró que su John estaría mejor en el cielo. Otro caso resonante de pasión enferma fue protagonizado por la cantante Selena, muerta por su fanática más leal.

El deporte, una de las actividades más saludables para los seres humanos, ya sea en las rutinas en solitario para mejorar la calidad de vida como en los eventos competitivos que sirven de entretenimiento para millones de personas, ha sido y sigue siendo el marco de actos de violencia y fanatismo asesino que han llenado de muerte y desolación espacios pensados para la alegría y el esparcimiento. Se han ensayado sesudos estudios para tratar de encontrar los oscuros resortes que activan la reacción violenta e irreflexiva que llevan a las masas a desbordarse de manera tan peligrosa.

Algunos opinan que muchos ponen en el hipotético triunfo de su equipo la realización de sueños y utopías, victorias y logros que en su vida cotidiana nunca han podido concretarse. Sus dioses con camiseta colorida y botines de oro son rectos, apuestos, de barrio, igual que ellos, pero ricos. Las mujeres deliran por ellos y son capaces de hacer esos goles que ellos no pudieron convertir en el potrero, el club barrial o, quizá, en alguna oscura división a la que llegaron con la esperanza de ser el ídolo que ahora es otro, pero que es vivido por la pasión admirativa como un otro yo que consiguió aquel sueño. Entonces, cuando el equipo pierde, cuando el ídolo no rinde y la afición lee en diarios y ve en la tele desenfrenadas fiestas con chicas ligeras y alcohol a raudales, la bronca estalla casi como una cosa personal, como si aquellos dioses hubieran traicionado a sus fieles.

Otros dicen que esos desmanes son resultado de la mala educación, de la decadencia moral, de la falta de prevención, de las barras bravas prohijadas por dirigentes que, al no poder manejarlas, miran para otro lado y no accionan en contra de los indeseables y culpan a los medios de comunicación que, según ellos, fomentan la rivalidad de los clubes con polémicas desaforadas. Y en épocas de mundiales o copas internacionales entra a tallar otro factor pasional que, mal canalizado, puede ser mortal: el patriotismo (o patrioterismo, para decirlo con más propiedad) que convierte la pasión de multitudes en una causa nacional, por la cual un triunfo llevará al país a creerse el mejor e ignorar cualquier horror o miseria y una derrota levantará iras contra gobernantes de turno que asumen la derrota como un serio problema "pierde-votos".

En fin, sean ídolos de rock, deportistas emblemáticos, clubes millonarios o de barrio humilde, la pasión puede convertirse en depresiones, malos humores, violencia familiar, destrozos, incendios, asesinatos y descontrol. Hay que ser apasionado para defender lo que uno considera sagrado y desterrar el fanatismo de todas las conductas humanas. Es una utopía, ya se sabe, nadie es perfecto pero vale la pena intentar.

Enrique Pinti.

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