HOMO MORENO.


Perpetrado por Oskarele

“Los seres humanos no son en su mayoría ni muy blancos ni muy oscuros: son morenos. La blanquísima piel de los europeos septentrionales y sus descendientes, y las negrísimas pieles de los centroafricanos y sus descendientes, no son probablemente sino adaptaciones especiales”. Marvin Harris, de su obra “Nuestra Especie”.

La frase tiene un calado enorme: los blancos blancos y los negros negros son minoría. La mayor parte de los humanos somos morenos. Así que sería interesante ver cuando comenzamos a diferenciarnos.

Pero antes de nada hay que explicar, aunque imagino que lo sabréis, a que se debe el color de la piel.

Se debe a la melanina.

Este pigmento se encuentra, en los seres humanos, en la piel, el pelo y algunos sitios más. La de la piel, la que nos da el color que tenemos, es producida por los melanocitos, de los que tenemos concentraciones similares según el grupo humano, debido a que es un valor que se hereda de generación en generación.

Los melanocitos estos se encargan de insertar melanina en los melanosomas, que a su vez son transportador dentro de otras células de la piel localizadas en la epidermis. Los melanosomas se acumulan encima del núcleo de la célula, donde protegen el ADN nuclear de cualquier mutación causada por la ionización o radiación que provocan los rayos ultravioleta del Sol.

Esa es su función. Proteger el ADN del daño del Sol.

Esta radiación ultravioleta es bastante jodida, especialmente para nosotros, los Humanos, que carecemos de la gruesa capa de pelo que sirve de protección a la mayoría de mamíferos. La falta de pelo nos expone a dos peligros: las quemaduras corrientes y el cáncer de piel, ambos provocados por la prolongada exposición al Sol.

Así que cuanto más partículas de melanina tengamos más oscura será nuestra piel, y menor el riesgo de quemaduras y de melanomas.

Pero esto nos lleva a una pregunta.

Si la exposición a la radiación solar solo tuviese efectos chungos y malignos, la selección natural, que suele ser sabia, se habría decantado porque todos los humanos fuésemos negros.

Pero no es así.

En aquellas zonas donde la radiación del sol era ligeramente menos intensa, ligeras variaciones en los genes hicieron que la producción de melanina comenzara a desaparecer en la población, manifestándose en un caballo y una piel más clara. Pero ¿A qué se debe esto? ¿Es fruto simplemente de la casualidad? La respuesta es que no, tiene un motivo claro.

Vayamos por partes.

La luz Solar convierte en vitamina D las sustancias grasas de la epidermis. La sangre transporta esta vitamina de la piel a los intestinos, donde por un proceso que no vamos a detallar ahora, se acaba convirtiendo en una hormona y donde desempeña un papel esencial en la absorción del calcio.

Por otro lado… el calcio es decisivo para tener unos huesos sanos y fuertes. Sin él estamos realmente jodidos. Se obtiene de muchos vegetales y de la leche.

Pero la vitamina D se puede conseguir también gracias a algunos alimentos, principalmente aceites e hígados de peces marinos. Por eso las poblaciones del interior se ven obligados a depender de los rayos del sol y de su piel para obtener el suministro de tan importante vitamina.

Esto explica que la piel más oscura se dé en las poblaciones ecuatoriales y más clara entre las que habitan en latitudes más altas.

Curiosamente, en las latitudes intermedias, la estrategia es cambiar de color según las estaciones. En la zona del Mediterráneo, por ejemplo, la exposición a la solana conlleva un alto riesgo de cáncer y un riesgo pequeño de enfermedades óseas. El cuerpo, durante el verano, por este motivo, se oscurece, se broncea, y durante el invierno, se aclara, al producir menos melanina.

Pero la correlación entre el color de la piel y la latitud nos es perfecta, por que otros factores naturales, como la disponibilidad de alimentos ricos en vitamina D y calcio, la nubosidad invernal, la ropa y las presencias culturales, pueden cambiar la movida.

Por ejemplo, los esquimales del ártico que en contra de esta teoría, no son de piel clara, pero su hábitat y su economía les permite tener una dieta excepcionalmente rica en vitamina D y calcio.

Los europeos del norte, blancuzcos, se vieron obligados desde antaño a vestir con ropas abundantes para cobijarse del frio invierno. Esto, junto con el poquito sol que disfrutaban, les llevaba a tener graves carencias de vitamina D y calcio, por eso la selección natural benefició la piel clara, pues era capaz de producir más vitamina D con menos luz (y con menos melanina).  La selección cultural también pudo favorecer el éxito de las pieles blancuzcas en el norte de Europa. Y aquí tiene mucho que ver el consumo de leche de vaca, rica en calcio, que en aquellas latitudes era difícil de conseguir durante los largos inviernos (al no haber muchos vegetales). El blanco, en esas latitudes, era saludable.

En las latitudes ecuatoriales la ropa era un obstáculo por el calor, lo que llevaba a la necesidad de exponerse mucho al sol, lo que a su vez favorecía la producción de vitamina D. Además el calcio se obtenía sin problemas de los vegetales.

El problema era el cáncer de piel, y la selección natural les dotó de cuerpos ricos en melanina, y la cultura se limitó a amplificar lo que el medio había iniciado. El negro era hermoso porque era saludable, en aquellas latitudes.

Y la mayor parte de la humanidad, como decíamos al principio, vivimos entre esos dos extremos, entre las pieles blancas como la leche o negras como el betún, de ahí lo acertado de la afirmación inicial de Marvin Harris. “Los seres humanos no son en su mayoría ni muy blancos ni muy oscuros: son morenos”.

Somos morenos.

Sin duda este es el argumento básica contra aquellos imbéciles fanáticos que han discriminado y marginado a las gentes con otros colores de piel por considerarlos inferiores, o incluso, por no considerarlos humanos.

Todo es cuestión de melanina.

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