(B) INCIDENTE DE PALOMARES:
Cuando hablamos sobre tragedias nucleares, se nos viene a la mente lo ocurrido en Chernóbil, Ucrania en 1986, lo de los submarinos rusos K-19 en 1961 y Kursk en 2000, peor aún, lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki en 1945 y el actual desastre nuclear de la central de Fukushima, Japón.
Pero hay una historia poco recordada en la actualidad y es el incidente nuclear de Palomares, España ocurrido en 1966. Una tragedia que estuvo a poco de convertirse en la peor catástrofe nuclear de todos los tiempos ya que estuvieron involucrados en el mismo incidente cuatro bombas atómicas.
Un gigantesco bombardero B-52 de la fuerza aérea de los Estados Unidos tenía una cita con su avión de reabastecimiento. La cita se cumplió sobre la costa mediterránea de España, a las 10.20 de la mañana del 16 de marzo de 1966. El cargamento del B-52 consistía en cuatro bombas de hidrógeno de 1,5 megatones, con las que había estado dando vueltas sobre el Mediterráneo.
En ese momento, el bombardero tenía que cargar combustible en el aire, proporcionado por el avión nodriza, antes de regresar a Estados Unidos. A bordo del B-52, el capitán fijó la posición detrás del avión nodriza y a 10.000 metros de altura. A bordo del avión nodriza K-135, que estaba delante, el mayor Emila Chapla se mantuvo en una dirección regular, a medida que observaba cómo el bombardero maniobraba para tomar la posición adecuada detrás suyo.
El B-52 acortó distancias, listo para ajustar la manguera, que salía de la proa de su avión, a la bomba de combustible que pendía de la panza del avión nodriza. Chapla observó cómo se acercaba el B-52 en un ángulo demasiado alto y a una velocidad excesiva. Envió un aviso por radio al B-52, pero cuando sus urgentes palabras acababan de ser pronunciadas, los dos inmensos aviones chocaron.
El B-52 se elevó por debajo del avión nodriza y lo golpeó en la panza. El mayor Chapla luchó por controlar su avión, gravemente averiado, para tratar de llevarlo a la base. En el B-52, el capitán supo que su avión estaba perdido. La estructura y la cabina estaban destruidas y el avión comenzaba a despedazarse. El capitán y los dos tripulantes se arrojaron en paracaídas, justo un momento antes de que se produjera una tremenda explosión, desparramando miles de fragmentos en su camino.
Entre los escombros que llovieron sobre la costa española esa mañana, había cuatro bombas de hidrógeno de 7 m de largo. Las bombas cayeron en las cercanías del pueblo de Palomares. Ninguna de ellas explotó. Pero se temía que las carcasas de las bombas hubieran podido abrirse, al estallar los detonadores de TNT debido al impacto. Y nadie sabía con seguridad qué efectos podría tener un escape de plutonio y uranio radiactivos sobre la desprevenida población civil.
Tan pronto como se conoció el accidente, se formó un equipo militar de emergencia, que voló de Estados Unidos a España. Mientras tanto, los consejeros militares norteamericanos en España informaron de la novedad a las autoridades de Madrid.
A la prensa se le suministró un escueto informe, diciendo que un avión americano había sufrido un accidente. No se hizo mención alguna a las armas nucleares que llevaba el avión. Los campesinos de Palomares no estaban al tanto de los peligros que les acechaban. Pero con la llegada del equipo americano de emergencia y el cordón de seguridad sin precedentes que se había tendido en el área, los periódicos comenzaron a atar cabos. Descubrieron así que el avión accidentado debía transportar armas nucleares. Y que esas bombas estaban ahora esparcidas por los campos de España.
Pieza tras pieza, los periodistas armaron el rompecabezas del desastre, a pesar de que tenían prohibida la entrada al área. El mundo fue informado con grandes titulares de lo que estaba sucediendo en ese pueblito español. Pero en Palomares no se dijo nada a los campesinos.
Se les prohibió cosechar sus campos y se les ordenó permanecer en el pueblo. A medida que las tropas y los aviones comenzaban a pulular sobre el lugar, los 2.500 habitantes de la comarca comenzaron a alarmarse. Y había un porqué, ya que las tres bombas que habían caído cerca del pueblo se habían abierto y estaban liberando plutonio y uranio hacia la atmósfera.
La suave brisa que soplaba ese día estaba esparciendo a través de la campiña un veneno invisible. La primera bomba que se recuperó fue descubierta en campo abierto mediante reconocimientos aéreos. El estallido del TNT había abierto un pequeño cráter. Había perdido poco contenido. Otra bomba, también astillada, se encontró en una zona montañosa, a unos cinco kilómetros de Palomares.
Una tercera bomba fue encontrada por un lugareño, junto a su casa, en las afueras del pueblo. Estaba en un pequeño cráter y despedía humo. Y no sólo humo, sino algo desconocido para el lugareño: polvo radiactivo.
Fue sólo después de algunas horas cuando la noticia llegó a oídos de los americanos: se había encontrado otra de las bombas. Se habían recuperado tres bombas, pero ¿dónde estaba la cuarta? Francisco Simó Orts, un pescador, proporcionó la respuesta. Simó estaba en el mar, a bordo de su barco, cuando ocurrió el accidente aéreo, a 10.000 m por encima de su cabeza.
Algunos minutos después vio caer lentamente del cielo un largo objeto metálico, sostenido por dos paracaídas. El objeto cayó al mar a unos metros de su barco, y luego se hundió con rapidez. Orts siguió pescando y luego navegó hacia su casa.
Cuando llegó al puerto, relató a sus amigos el extraño suceso. Decidieron informar a la policía local. Pero a causa del manto de secreto que los americanos habían echado sobre lo que llamaban en clave Operación Flecha Rota, ni siquiera la policía española sabía con exactitud qué estaba pasando. Cuando finalmente los americanos oyeron la historia del pescador, enviaron a los expertos para entrevistar e interrogar a Orts.
Su descripción se ajustaba a los hechos. La bomba había caído al mar suspendida de un paracaídas.
Orts salió en su barco con un equipo de expertos para mostrarles exactamente dónde se había sumergido la bomba. El problema consistió en que, una vez en el Mediterráneo, el pescador ya no estaba seguro de poder indicar con precisión el lugar. Todo lo que los investigadores sabían era que la bomba estaba, probablemente, en algún lugar dentro de un área de quince kilómetros cuadrados, a unas seis millas de la costa, donde el escarpado fondo marino varía su profundidad entre los 25 y los 1.500 m.
En alguna parte, allí abajo, estaba la cuarta bomba. Un grupo de búsqueda marina fue convocado en las afueras de Palomares; estaba dotado de 20 barcos, 2.000 marinos y 125 hombres rana. También disponía de un batíscafo y de dos submarinos miniatura. Se ordenó al equipo buscar la bomba y encontrarla a toda costa, antes de que la arena o el lodo la ocultara. Si no se encontraba, existía el peligro de que sus dispositivos de seguridad se oxidaran, permitiendo que los residuos radiactivos contaminaran el Mediterráneo. O que incluso provocaran una explosión capaz de crear una mortífera nube nuclear sobre la costa de España.
También existía la posibilidad de que, si la bomba era abandonada, los rusos pudieran intentar encontrarla. La bomba debía, pues, ser hallada. Y fue hallada. El 15 de marzo, dos meses después del accidente aéreo, la tripulación del minisubmarino Alvin descubrió una muesca en el lodo, a 800 metros. Investigaron más atentamente y emergieron. Al día siguiente hallaron la pista: descubrieron un paracaídas en el fondo marino. Siguieron las cuerdas del paracaídas y allí, suspendida sobre un abismo de 150 m, descansaba la bomba. Llevó más de tres semanas recuperarla, porque existía el peligro de hacerla caer.
Pero el 7 de abril de 1966, superadas varias amenazas de catástrofe, la bomba de hidrógeno fue izada a la superficie.
Mientras tanto, gran parte de la población de Palomares estaba fuera del peligro de la contaminación, y se acordó una compensación por la pérdida de los cultivos. Se había evitado así una tragedia nuclear a una escala inimaginable.
Fuente: http://www.diariojornada.com.ar/
No hay comentarios:
Publicar un comentario