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Alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría.
Comparemos. En las cuatro últimas décadas del siglo 20, la política tenía como protagonistas a líderes como Nikita Kruschev, John Kennedy, Mao Tse Tung, Konrad Adenauer, Willy Brandt, Aldo Moro, Gamal Abdel Nasser, Jawaharlal Nehru, David Ben Gurion, Ahmed Ben Bella, Nelson Mandela, Nkwame Nkrumah, Charles de Gaulle, Josip Brodz (“mariscal Tito”), Ahmed Sukarno, Juscelino Kubitschek, Arturo Illia, Arturo Frondizi.
A fines de esa centuria y principios de la actual, gobernaron o gobiernan George W. Bush, Barack Obama, Nicolas Sarkozy, Hu Jintao, Silvio Berlusconi, Daniel Ortega, Hugo Chávez, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner, Benjamin Netanyahu, Hosni Mubarak, Muamar Kadhafi. La mayoría de estos contemporáneos abandonaron el poder, repudiados por sus pueblos por su incapacidad o por sus gigantescas corrupciones, y algunos, como Netanyahu y Kadhafi, sobreviven a pesar de sus clamorosos actos de corrupción. ¿Qué ha pasado con la política?
¿Hay una decadencia de la praxis en la era de la globalización? Sí y no. Hay una decadencia en la calidad humana de quienes mandan y, desde la demolición del Muro de Berlín (1989), se da el triunfo planetario del capitalismo y una quiebra de las ideologías; es la era de quienes son cooptados para el poder político por el poder económico, que gobierna la aldea global mediática (Robert Murdoch, por ejemplo).
No por azar, crecen de año en año las crisis de representación y de participación políticas. Es obvio que en el pasado hubo líderes como Gengis Kan, Tamerlán, Quin Shi Huangdi, Calígula, Nerón, Cómodo el Gladiador, Iván el Terrible, Lenin, Stalin, Beria, Hitler, Himmler, Mao Zedong, Slobodan Milosevic y toda una subsiguiente legión que no se caracterizó, precisamente, por su equilibrio psíquico.
Tampoco es atribuible al azar que se hayan multiplicado las investigaciones psiquiátricas aplicadas a la praxis política. Es llamativo el consenso de los investigadores en la identificación de psicópatas metidos a políticos, aunque exista una evidente contradicción, porque se puede conocer a un psicópata por lo que hace o deja de hacer, pero no se puede conocer verdaderamente cuál es la enfermedad que padece.
Hay dos obras que han adquirido en los últimos años un extendido prestigio: A psychopath test , de Jon Ronson, y la Escala de calificación de psicopatía (Escala PCL-R), de Robert Hare, un test psicométrico que se usa para evaluar si los criminales tienen tendencias psicópatas, que, no por casualidad, ha sido usada profusamente por Theodore Babiak para establecer si existen también tendencias psicopáticas en los políticos y en los ejecutivos.
Un solo universo. Esos autores coinciden en señalar una turbadora similitud psicopatológica entre los mundos del delito, de la política y de la economía, que a veces se funden en un solo universo turbio y ominoso.
Así, Jon Ronson descubrió una perturbadora similitud en las praxis del político y del empresario capitalista. Ambos destilan lo que describe como “una malevolencia casi invisible, especialmente si son líderes empresariales. Pueden afectar al capitalismo. Y creo que eso fue lo que vimos con la reciente crisis bancaria: es capitalismo moldeado por una especie de psicopatía. (...) en su expresión más despiadada, el capitalismo es una manifestación de psicopatía”.
Hare, creador del test más usado en esas investigaciones, sostiene que “los psicópatas son esponjas emocionales y absorben todo lo que tengamos. Pero si exprimes una esponja, suelta todo lo que absorbió. Ellos, no. Si los aprietas, sólo saldrá polvo. (...) ¿Qué tipo de persona cree usted que es capaz de robar a miles de inversores, de arruinarles y empujarles al suicidio? (...) Es prácticamente imposible para la sociedad defenderse de eso. Porque son ellos los que hacen las reglas, dictan los principios y gastan millones para explicar al mundo que lo que hacen es fantástico. No sé lo que podríamos hacer. Para eso, las elecciones no sirven. (...) Lo mejor y lo único que se puede hacer es intentar comprender. Y la sociedad no lo entiende, porque la psicopatía es diferente. No hay patrones, como pasa, por caso, con la esquizofrenia. Pasan años antes de identificar al psicópata”.
Asombran similitudes en actitudes de ejecutivos y políticos: “Son superficialmente encantadores, se creen los mejores, no tienen metas específicas, mienten fácilmente, no tienen remordimiento; sus afectos no son profundos, son fríos, inconsiderados y despectivos; sólo ayudan cuando les conviene, son irritables, se enfurecen a menudo y son impacientes e impulsivos”.
Los psicólogos D. L. Paulhus y K. M. Williams aportaron su teoría de la “tríada oscura”, es decir, tres tipos de personalidades políticas psicopáticas: los “autopromotores aberrantes”, lo que la gente denomina comúnmente arribistas o trepadores (“trepas”), los maquiavélicos y los narcisistas. Indagan con mayor profundidad el caso de los “trepas”, porque hay semejanzas concluyentes entre ejecutivos y políticos. “Su rasgo definitorio –sostienen– es que intentan ascender sin importarles cómo y barriendo con todos los obstáculos que se encuentran de por medio. Suelen ser una versión de Dr. Jekyll o Mr. Hyde, adaptando su discurso y conductas según quien tenga delante. Suelen presentarse como el más fiel, leal, dócil, incluso servil, seguidor del dirigente o jefe al que se arriman para trepar. Se pegan a él para esperar su oportunidad. (...) Cuando están ya mejor situados en la organización, comienzan a utilizar sus armas de la autopropaganda, el marketing personal (saber venderse) y no se arredran en levantar calumnias bien distribuidas y calculadas para eliminar o desprestigiar a sus competidores o enfrentarlos entre sí. Usar esas armas no les produce ningún tipo de revulsivo moral. La ignorancia u olvido de los valores morales es uno de los rasgos más acentuados de los psicópatas políticos. (...) El camino de la ascensión va siempre cubierto de los cadáveres de sus antiguos compañeros. Se rodearán entonces de recién llegados, “seguidores incondicionales” a su persona, y tratarán de seguir ascendiendo, como trepadores natos, hacia esas cumbres a las que creen estar llamados para cumplir sus destinos personales manifiestos”.
“Una característica básica del psicópata –reflexiona el psiquiatra argentino Hugo Marietán, que se especializó en el tema– es que es un mentiroso, pero no es un mentiroso cualquiera. Es un artista. Miente con la palabra, pero también con el cuerpo. Actúa. Un dirigente común sabe que tiene que cumplir su función durante un tiempo determinado. Y, cumplida su misión, se va. Al psicópata, en cambio, una vez que está arriba, no lo saca nadie: quiere estar una vez, dos veces, tres veces en el escenario. No larga el poder, y mucho menos lo delega. (...) Otra característica es la manipulación que hace de la gente. Alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría. Los políticos de fuste generalmente son psicópatas, por una sencilla razón: el psicópata ama el poder”.
Juan F. Marguch.
La Voz del Interior.
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