MARIE ANTOINETTE


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Quienes viajan a Paris, la “Ciudad Luz”, seguramente destinan un día para recorrer el magnífico Palacio de Versalles. Y sin lugar a dudas, un día es poco tiempo para recorrerlo y disfrutar de tamaña fastuosidad. Sí, todo lo que allí se aprecia es literalmente fastuosidad, soberbia, exceso, lujo…poder. Un sincretismo de caprichos traducidos en arte. Es imposible tomarse algún tiempo para observar los detalles de carpintería, pisos, tapices, tallas, adornos, esculturas y pinturas para un turista ocasional.

Majestuoso, casi bochornosamente magno. Afuera, jardines imitando alfombras de diseños persas.

Laberintos interminables donde curiosamente la naturaleza ha sucumbido a sostener centenas, miles de árboles prismáticos que ceden su belleza natural sometidos al exquisito diseño del arquitecto de la corte. La toma de la Bastilla y la Revolución Francesa se justifican con un simple recorrido visual.

Un espejo de agua artificial al centro, una escultura mitológica en cada rincón y cientos de fuentes escondidas entre los zigzagueantes senderos llevan a una especie de oasis rural y rústico: la Aldea de María Antonieta.
De pronto, lo complicado desaparece y todo es simpleza, sencillez, austeridad. Nada hay allí que haga pensar en monarquía, absolutismo o pueblo sometido. Pero, ¿Por qué ese pueblito austríaco y casi primitivo inmerso en Versalles, símbolo de la ambición de la nobleza francesa?

Para huir de la Corte de Versalles, María Antonieta encarga en 1783 su Aldea. Allí disfruta de los encantos de la vida en el campo, rodeada de sus damas de compañía. El conjunto se convierte además en una auténtica explotación agrícola, dirigida por un granjero, cuyos productos abastecían las cocinas del Palacio. Bajo el Primer Imperio, la Emperatriz María Luisa procede a reamueblar la Aldea con un gusto refinado.

Apenas terminado el primer jardín acondicionado en las inmediaciones del Pequeño Trianón, María Antonieta pensó en establecer un segundo en su prolongación hacia la puerta de Saint-Antoine. En este nuevo territorio, la Reina desarrolló un aspecto que Luis XV ya había esbozado anteriormente en el Zoológico de Trianón: el gusto por lo rústico. Entre 1783 y 1787, la Aldea se realizó pues con el estilo de un auténtico pueblo normando, formado por un conjunto de once casas distribuidas en torno al Gran Lago. Cinco de ellas estaban reservadas para uso de la Reina y de sus invitados: la Casa de la Reina, el Billar, el Gabinete, el Molino y la Lechería de Degustación. Mientras que cuatro casas estaban reservadas para los campesinos: la Granja y sus anexos, el Granero, el Palomar y la Lechería de Preparación. La Granja estaba situada aparte del pueblo y acogía una ganadería variada: una pequeña manada de ocho vacas y un toro, diez cabras y palomas. Una casa estaba reservada al uso doméstico: el Calientaplatos, en el que se preparaban los platos para las cenas que se daban en la Casa de la Reina o en el Molino.

Cada casa contaba con su pequeño jardín, plantado con repollos de Milán, coliflores y alcachofas, rodeado por un seto de carpes y cerrado con una empalizada de castaño. Las rampas de las escaleras, galerías y balcones estaban aderezadas con macetas de loza de Saint-Clément, de color blanco y azul, que contenían jacintos, alhelíes cuarentenos, alhelíes o geranios. Pequeños huertos estaban plantados de manzanos y cerezos. Por las paredes de las casas y los arcos que sombreaban algunas avenidas, se extendían plantas trepadoras. En 1785 se instaló un columpio para los niños reales que luego se desmontó rápidamente. En 1788, también se acondicionó un juego de bolos. La Torre de Malborough, una especie de faro que domina las orillas del Gran Lago, se utilizaba para salir de pesca o para dar paseos en barca.

Hoy todo se conserva intacto. Aún hay pequeñas huertitas con verduras cultivadas por manos artesanas.

Túneles construidos con viñas, lechugas, repollos y algunas aves de corral. El encanto de lo primitivo contrasta con la grandeza del palacio. Allí nomás, con una caminata entre laberintos despidadamente geométricos, un refugio natural, una invitación a vivir con plenitud. El silencio de la austeridad.

Entonces, surge la pregunta inevitablemente: ¿Cómo era María Antonieta? ¿ Por que la Reina buscaba refugio en una realidad tan opuesta a la vida palaciega? ¡Qué trato recibía de Luis XVI? Admirada por su belleza y odiada por su corte, María Antonieta hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Francisco I, gran duque de Toscana y de su esposa María Teresa I, archiduquesa de Austria, reina de Hungría y reina de Bohemia, nació el 2 de noviembre de 1755. Sobre ella, su complicada vida, sus hijos y su trágico desenlace hablaremos en la próxima.

Fuentes: http://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Antonieta_de_Austria
http://ba-rococo.blogspot.com/2009/03/la-delfina-de-francia-maria-antonieta.html

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