Todos tenemos, en menor o mayor medida, algo de quijotes y dulcineas. Lo malo es que las circunstancias nos pueden despojar de esas virtudes nobles y altruistas y convertirnos en vulgares sanchos o andolzas. No digo que sea malo, e incluso, si me apuran, reconozco que es lo más sensato; pero no, gracias. “Loco soy, loco seré.” No deseo curarme, no me apetece estar cuerdo. Alguien me dijo una vez que en la parcela de la memoria dedicada a amores pasados, mejor tener tumbas que altares. Como un servidor es quien es y como es, puede estar de acuerdo y dar la razón a quien la tiene, y luego hacer todo lo contrario. Y como “por la calle del ya voy, se va a la casa del nunca”, prefiere ir despacio y por su propio camino, sorteando obstáculos sin usar las autopistas de la sensatez y del sentido común. Arriesgarse por causas perdidas puede parecer absurdo y propio de necios, pero las ya ganadas de antemano no me seducen, porque lo fácil no merece la pena. Lo que no es fruto del esfuerzo, poco se valora, y puestos a elegir, prefiero la derrota a la pasividad. “El que resiste gana”, y mejor resistir que convertirse en la caricatura de uno mismo. Borren de su vocabulario la palabra resignación, que aunque lo parezca, no es igual que aceptar aquello que no depende de nosotros. Esto último es irremediable; lo primero nos convierte en borregos. Buenas noches, y como volvemos a estar en sàbado, a divertirse hermanos, que después ya se verá.
Autor: Tomàs Delgado Arbelo.
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