RITOS DE PASO Y DE INICIACIÓN. LA MUERTE, PARTE 1, RITOS FUNERARIOS.
Perpetrado por Oskarele
Sin duda, el fallecimiento del miembro de un grupo, sea cual sea su clase social, se acompaña siempre y en todas partes de ceremonias más o menos importantes y diversas, en función de su nivel económico, de su importancia en la jerarquía social, de las creencias metafísicas del colectivo, y por último, de la importancia que se le da a la muerte.
Los rituales relacionados con la muerte son, básicamente de dos tipos: los que tienen que ver con el cadáver, con el fallecido, es decir, los ritos protagonizados por el difunto, íntimamente relacionados, en casi todas las sociedades, con la creencia en una “vida” o “estancia” mas allá de la muerte y la posible relación que desde allí puedan tener con nosotros. Y por otro lado, los que tienen que ver con los quedan aquí, los familiares, amigos y demás miembros del grupo (incluso un país entero, como en el caso del Luto Oficial), también protagonistas de conductas rituales, generalmente manifestadas con procesos de luto, en muy diversas formas, como manifestación de la perdida dolorosa que experimentan.
Las prácticas fúnebres, entrando en materia, tienen funciones muy diferentes: por un lado, respeto, adhesión, consideración… hacia el difunto y sus allegados. Pero por otro lado, en las sociedades en las que se le atribuye al difunto alguna forma de supervivencia, el ritual funerario tiene como objetivo asegurar el correcto tránsito hacia esa otra, supuesta, vida. En muchas sociedades esta creencia de la supervivencia postmortem se une a la idea de que desde el más allá es posible una influencia en los asuntos mundanos, por esto, en estas sociedades, con los ritos funerarios, se intenta honrar para merecer la protección posterior del fallecido, o, al menos, evitar que les fastidie desde el más allá.
Es bastante común la idea de que al fallecer una persona, por los motivos que sea, exista una cierta culpabilidad, si se considera que se le ha cuidado o amado lo suficiente, o que se ha dejado alguna cuenta pendiente, o que le ha hecho algún mal. En estos casos, los rituales de enterramiento y luto pueden contribuir a reparar estas carencias y a tranquilizar a los vivientes. Y no siempre estas prácticas tienen que estar relacionadas con creencias trascendentales, sino que también son frecuentes en sociedades laicas, aunque quizá como una reminiscencia de antiguas tradiciones.
Resumiendo, tanto los rituales funerarios como los ritos de luto tienen por función aliviar la transición, tanto para el muerto como para los vivos, poniendo un cierto orden en la turbación social y sentimental causada por la muerte.
La variedad de ritos funerarios y de luto es absolutamente abrumadora.
Existen desde épocas inmemoriales (posiblemente desde los neandertales), de muchas formas y maneras. Ya los primeros humanos consideraron oportuno enterrar, en muchas ocasiones tras incinerarlos, a sus difuntos, y esto ya denota una creencia en la necesidad de honrar de alguna forma al difunto y no dejar que se pudra al sol. Claro que también podrían haber tenido en origen una función higiénico-sanitaria.
En el antiguo Egipto estaba muy extendido el culto a los muertos, aunque de diferente manera según la clase social. El faraón, considerado representante de los Dioses en la Tierra (sino un dios en sí), era enterrado, tras un complejo proceso de momificación, con unos rituales complejísimos, unas construcciones especiales y complejísimas, todo con la clara intención de facilitarle el camino hacia la otra vida. En el pueblo llano también se hacían funerales ritualizados, generalmente acompañados de un juicio público: si la vida del difunto había sido buena y provechosa se procedía a los funerales, pero en caso contrario el cadáver era enterrado en una fosa común llamada Tártaro. Al que moría dejando deudas, no se le hacían funerales hasta que la familia las había saldado…
Los hindúes, por ejemplo, realizaban y realizan una ceremonia fúnebre con una ofrenda de alimentos, previa a la cremación del cadáver y la posterior disposición de las cenizas en algún rio sagrado. En los judíos los funerales duran varios días, se entierran los cadáveres y se siguen lutos acompañados de ayunos.
Entre los antiguos atenienses, el cuerpo del difunto, lavado y perfumado era expuesto en el vestíbulo de su casa y se procedía al entierro con gran solemnidad, formando parte de la comitiva tocadores de flauta, los hijos, las mujeres lanzando agudos gritos y mesándose los cabellos, los parientes y los amigos. El cadáver era quemado e inhumado, se pronunciaba el elogio del difunto si era personaje importante o había muerto por la patria y se terminaban las ceremonias con un banquete.
En Roma, en cuanto el agonizante había lanzado el último suspiro se le quitaba la sortija, se le cerraban los ojos y la boca y se le llamaba tres veces por su nombre. El cuerpo lavado, perfumado y revestido con los mejores trajes permanecía expuesto muchos días en el vestíbulo de la casa mortuoria. Luego venia el entierro, precedido de una comitiva con los familiares, músicos, plañideras y los retratos de los antepasados. El cuerpo era llevado por en una litera (feretrum) por la familia hasta la pira funeraria extramuros, donde era cremado. Las cenizas se depositaban posteriormente en el sepulcro familiar. El entierro iba seguido de banquetes (silicernia) y a veces, de juegos fúnebres.
Los cuerpos de los pobres eran conducidos en un ataúd común (sandápila) e inhumados sin ninguna ceremonia. Sin embargo, las gentes modestas habían constituido «colegios funerarios» para asegurar a cada uno de sus asociados una sepultura decorosa y oraciones fúnebres.
Los primitivos cristianos enterraban a los difuntos como los judíos y los cuerpos de los mártires eran inhumados en las catacumbas pero después fue costumbre general que las personas pudientes fuesen enterradas en las iglesias. En la actualidad, los cristianos, siguen celebrando el funeral en la iglesia, aunque los restos se entierran, por el general en cementerios.
Si podríamos decir que, en general, en las sociedades occidentales, se han distanciado notablemente, como consecuencia de la evolución técnica y cultural, las relaciones entre los vivos y los muertos. El hospital, por una parte, y las instituciones de pompas fúnebres, por otra, alejan al enfermo grave y, luego, al cadáver de sus allegados, y toman a su cargo la gestión de la muerte.
Aun así existe una clara ritualización en los funerales. Últimamente se da mucho el tema de los tanatorios, esos terribles lugares donde se lleva al cadáver para que sea velado por la familia y allegados (algo que antes se hacía en las casas). Esto responde a las exigencias complejas del humano moderno: por un lado higiene y por otro respeto al difunto (al ofrecer un lugar donde encontrarse y reflexionar los cercanos al muerto).
Así el cadáver se acicala, se viste, incluso, se maquilla, devolviéndole un poco el aspecto que tenía en vida.
Pero, curiosamente, esto no lo hacen, como antiguamente, los parientes más cercanos, que, ahora, se limitan a saludar un cadáver aseptizado, expuesto en el tanatorio.
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