EL ENIGMA ERECTUS (O SOBRE EL PELO, EL CALOR, EL SUDOR Y LOS LARGOS MARATONES)


Perpetrado por Oskarele

A pesar de que los Homo erectus contaban con un cerebro un 33% más grande que el del Homo Habilis, supuestos antecesor, la evolución de su tecnología lítica no parece seguir el arquetípico principio que relaciona el tamaño del cerebro con la complejidad de las herramientas. Las hachas de mano, los cuchillos y las puntas fabricadas por los erectus no tenían funciones diferentes a las de los habilis o Australopithecus: eran útiles grandes, adecuados para faenas duras como cortar carne de animales grandes y talar ramas.

Ciertamente eran mejores, pero no fue un gran salto cualitativo.

Además, curiosamente, estas herramientas no sufrieron modificaciones durante un periodo de tiempo enorme: hace 300.000 años, en África y Eurasia, poblaciones tardías de erectus (o ergaster o heidelbergensis, que pal caso vienen a ser lo mismo), producían sin cambios esenciales las mismas herramientas que los erectus de Olduvai 1.600.000 años atrás. El ritmo de cambio tecnológico fue tan lento como en la época de los Australopithecus, y completamente diferente al que luego desarrolló el sapiens.

Por otro lado, aunque hay diferentes pruebas que parecen indicar que habían conseguido cierto grado de control del fuego (lo que si constituiría un notable adelanto), no está tampoco mu claro.

Así que, como sugieren algunos arqueólogos y antropólogos (como el genial Marvin Harris), el registro arqueológico parece indicar que los erectus carecían de la capacidad mental que permitió, posteriormente, a nuestra especia aplicar la experiencia colectiva de cada generación a un repertorio creciente y evolutivo, de tradiciones sociales y tecnológicas. Lo que llamamos cultura y tecnología. Ni poseían lenguaje tal y como lo entendemos (aunque seguramente se comunicaban mas complejamente que los chimpancés).


Pero por otro lado surge un enigma interesante: los cerebros son caros de mantener. Imponen fuertes demandas de energía y sangre (aprox. Un 20% del consumo metabólico). Pero no parece que necesitasen “tanto cerebro”, por lo que el equilibrio entre costos (cantidad de energía y comida que necesitaba) y beneficios (rendimiento que obtenían de un cerebro tan grande), se pierde claramente, resultando mu costoso mantener ese cerebro enorme.

Si aplicamos las reglas de la selección natural, todas esas neuronas “sobrantes”, tendrían que haber sido objeto de una selección negativa, al no aportar una contribución importante respecto a la supervivencia y el éxito reproductivo del grupo. Pero no fue así, pues estuvieron un par de millones de años dando vueltas por aquí. Así que, si el cerebro del erectus/ergaster no servía para todo esto, ¿para que servía?

Marvin Harris propone una curiosa teoría, basada en las ideas de Konrad Fialkowski: básicamente, servía para correr…

Disponer de un cerebro más grande permitía al erectus correr bajo el duro sol del mediodía africano, cuando la mayoría de los depredadores buscan la sombra y el agua. Harris plantea que esas neuronas “sobrantes” permitían que la probabilidad de que sufriese daños el cerebro por el calor generado por una intensa carrera a la solana fuese mucho menor.

Hay que tener en cuenta que las células individuales del cerebro son más sensibles al calor que las de otros órganos. Cuando se dañan, se produce desorientación cognoscitiva, convulsiones, apoplejía y finalmente la muerte. Así que no sería demasiado arriesgado plantear que la selección natural dotase al cerebro del erectus con una superabundancia de neuronas para conseguir un funcionamiento a prueba de averías por la caló.

No es que los humanos nos caractericemos por ser muy veloces. Como mucho unos 30 kilómetros por hora, lo que viene a ser como arrastrar las piernas en comparación con los 70 km/h de un caballo o los 110 de un guepardo… pero somos buenísimos en las distancias largas.

Estudios antropológicos han dejado claro que diversas poblaciones humanas actuales utilizan, a veces durante varios días, esta capacidad de capturar presas acosándolas, como los indios tarahumaras del norte de México, que mantienen a los ciervos en movimiento constante, hasta que acaban cayendo exhaustos, o los nganasan de Siberia, que hacen lo mismo con los renos.

Los achés de Paraguay utilizan aun ese método para cazar ciervos y los agtas de Filipinas obligan a los cerdos salvajes a correr hasta que caen listos.  Y es que los humanos no solo pueden mantener un ritmo constante durante horas, sino que además son capaces de marcarse sprints al final, lo que resulta mortífero para las bestias.


Así que, si esta estrategia es una usada por algunos pueblos ¿Por qué no es licito pensar que los erectus la usaban? Es posible que la cosa funcionase así: quizá se acercasen a una presa grande y lograsen herirla con lanzas o flechas. Después correrían detrás del animal, que saldría huyendo, lógicamente, hasta que estuviese exhausto y pudiesen rematarlo. La selección natural favorecería a los machos y hembras capaces de correr las mayores distancias en las peores condiciones.

Además, esta teoría encaja con la presencia de determinados elementos reguladores del calor específicamente humanos: la mayoría de mamíferos se refrigeran evaporando humedad por la mucosa nasal y de la boca y lengua (como los perros, por ejemplo). Los humanos nos refrigeramos mojando la piel con sudor, gracias a nuestras prodigiosas glándulas sudoríparas (tenemos 5 millones, muchas más que ningún otro mamífero). Cuando el aire da en nuestra piel sudada, la humedad se evapora, haciendo descender la temperatura de la sangra capilar. Y este efecto se multiplica si vamos corriendo, por el continuo flujo de aire.

Pero para que esto sea completamente eficaz teníamos que prescindir de una cosa: de nuestro abrigo de pelo natural, que impediría la correcta evaporación del sudor. De ahí la peculiar desnudez del cuerpo humano: aunque tenemos los mismos folículos que los grandes simios, nuestros pelos son finicos y cortos como para formar un tupido abrigo.

Esta idea tiene un problema: por el día, que fuesen en pelotas los erectus no habría originado la necesidad de protección artificial (lo que es ponerse ropica), contra el frio. Pero por la noche la cosa sería diferente: en la sabana Africana, en las épocas más frías, la temperatura en la madrugada puede bajar hasta los cuatro grados. A la fuerza tuvieron que desarrollar una pequeña industria peletera, cosa que tampoco sería nada raro, pues pa comerse los animales tenían que quitarles la piel. Los cazadores-recolectores actuales que viven en climas similares se protegen con mantos hechos con pieles. El erectus, tan cerca y tan lejos de nosotros, no tuvo que tener demasiada dificultad para cortar y raspar pieles para utilizarlas como mantos.

Por otro lado, la distribución del pelo humano actual puede sustentar en parte esta propuesta de Marvin Harris: los humanos de ambos sexos tenemos aproximadamente la misma cantidad de pelo en la cabeza, aunque en los hombres salen barbas y bigotes mucho más poblados. El que conservemos pelo en la cabeza puede responder también a un proceso de la selección natural: ayudaría a proteger el cerebro de los rayos solares.

Pero ¿Qué función cumple el pelo que solemos desarrollar, aun hoy en día, en otras partes de nuestra anatomía, como en las axilas o en las regiones púbicas?

Pues muy sencillo: si partimos de que, precisamente, estas regiones están dotadas de glándulas sudoríparas así como de otra glándula dérmica, la glándula apocrina, encargada de segregar sustancias odoríferas (olorosas), básicas para la industria del desodorante, relacionadas posiblemente con la estimulación y la excitación sexual.

Esto nos puede parecer soez para una sociedad en la que tenemos otros muchos indicadores, pero no en un grupo de homínidos de hace dos millones de años.

Al fin y al cabo, somos animales.

1 comentario:

  1. VAYA PUTA MIERDA ES CLICKBAIT HIJOS DE PUTA ME LLAMO GABRIELA LEON MORATO

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