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Un mito tan antiguo como extendido sostiene que la memoria de los peces perdura apenas tres segundos. Esto dio lugar a todo tipo de leyendas, historias y chistes. También a hipótesis pseudocientíficas y a álbumes de música con ese título, como el de Ismael Serrano, o películas, como la irlandesa de Liza Gill, que examina con gracia las diferentes formas del amor.
En favor de los peces hay que decir que, al menos dos estudios, uno de la Universidad inglesa de Liverpool y el otro del Instituto de Tierra, Sociedad y Agua de la Universidad Charles Sturt, en Australia, conducido por el científico Kevin Warburton, demostraron que su memoria es buena, extensa y activa. Tanto que les permite reconocer a depredadores y ponerse a salvo de ellos o recordar caminos hacia el alimento, por ejemplo. Salvados los peces, me quedan dudas sobre los humanos.
A la luz del comportamiento colectivo de las sociedades sospecho que son éstas (o los así llamados “pueblos”) las que tienen sólo tres segundos de memoria. Por ejemplo: Obama era un patético parlanchín cuyas mentiras ya no se disimulaban y, en tres segundos, con un asesinato, pasa a ser héroe. En la Argentina los bancos eran depredadores inmorales y con unos cuantos créditos personales y regalando tarjetas por aquí y por allá son otra vez dignas instituciones. Quienes eran gobernantes autoritarios y jamás habían explicado cómo se enriquecieron en el poder, se convierten por obra y gracia de un síncope cardíaco y de una obscena incitación al consumo en los que “ya ganaron”. Cadáveres políticos resucitan a diario, rozagantes, gracias al olvido colectivo.
Mientras los peces, con sus pequeños cerebros, cultivan la memoria y preservan sus vidas, los humanos de algunas sociedades piensan con el bolsillo, olvidan en tres segundos, y repiten hasta el infinito sus tristes historias.
Por favor, no insultemos a los peces.
Sinay
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