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Cuentos de los Urales.
El libro de Pavel Bazhov (1879-1950) “El ataúd de malaquita: cuentos de los Urales” (1939), hace una recopilación de las leyendas populares y cuentos folklóricos sobre la vida de buscadores de malaquita y obreros en fábricas de los Urales durante los siglos XVIII y XIX.
El siguiente es uno de ellos:
Dos hombres que trabajaban extrayendo malaquita y otros minerales decidieron tomarse un breve descanso en las cercanías de la pradera. Se recostaron sobre el pasto para dormir un rato.
De repente, uno de los hombres llamado Stepan Petrovich despertó abruptamente al sentir un empujón en su costado. Al abrir los ojos pudo ver a una extraña “mujer” sentada sobre una gran roca que se encontraba adelante. Su apariencia superficial era la de una jovencita atractiva con cabellos negros trenzados, tenía varias cuentas verdes y rojas incrustadas en sus trenzas. No era muy alta y se movía a una gran velocidad, como “mercurio” cambiando de posición numerosas veces.
Petrovich la escuchó hablar con alguien que aparentemente era invisible en un lenguaje totalmente desconocido que jamás había oído antes, evidentemente se mofaba y hablaba sobre él.
La manera en que vestía esta joven sorprendió al minero, tenía puesto algo que parecía un vestido de seda pero hecho de malaquita. El hombre se comenzó a asustar ya que había oído hablar sobre historias de encuentros con una extraña entidad femenina en esa misma área. Era llamada “La Señora de la Montaña del Cobre”. También sabía de las tretas que esta entidad era capaz de jugarle a los humanos, por lo que pensó en escapar… pero al intentarlo ella se dio vuelta y sonrió diciendo: “¿Por qué estás mirando mi belleza Stepan Petrovich? La gente paga dinero solo para verme, acércate, hablemos un poco”. De alguna manera la extraña conocía el nombre de su testigo. Paralizado por el miedo, Stepan le respondió que no tenía tiempo para conversar, pero ella insistió y el hombre se vio forzado a obedecer.
La extraña le ordenó que se acercase más, allí fue cuando Stepan pudo advertir que alrededor de ella había cientos de “lagartos” de diferentes colores, verdes, azulados, marrones, con manchas doradas, etc. “¡No los pises!” –le grito a Stepan– “ellos son mi ejército”. “Mira lo grande y pesado que tu eres, ellos son pequeños”. Entonces la joven aplaudió y los lagartos desaparecieron.
Con el camino despejado, Stepan se acercó a ella y luego se detuvo, pero la extraña mujer nuevamente con un aplauso hizo aparecer a los lagartos y de una manera humillante le dijo: “Ahora no tienes lugar a donde ir, si pisas a algunos de mis sirvientes, ¡te meterás en problemas!” El minero pudo ver como cientos de lagartos se reunían a su alrededor.
La fémina luego dijo: “Ahora me has reconocido Stepan. No tengas miedo, no te haré daño”. Pero Stepan le manifestó que de hecho ya estaba muy asustado.
La extraña mujer le dio instrucciones precisas a Stepan para que al otro día cuando estuviera dentro de la mina le dijera a sus jefes las siguientes palabras: “La Dueña y Señora de la Montaña del Cobre te ordena a ti, cabrón apestoso, que abandones la mina de la Montaña Roja de una vez. Si continúas destruyendo mi techo de hierro, arrojaré todo el cobre en las profundas entrañas de la tierra y nunca más será hallado!” Ella le hizo repetir al minero la orden una y otra vez diciéndole que no tenga miedo.
Acto seguido, la fémina le ordenó a Stepan que se fuera y que no dijera nada a sus compañeros sobre lo que había sucedido. Dio otro aplauso y los lagartos desaparecieron de nuevo. Ella hizo lo propio saltando sobre la roca en la que estaba y yéndose también.
Para este entonces, el estupefacto minero se dio cuenta que la apariencia superficial de la extraña había cambiado, pudo ver que ella tenía piernas verdes y una cola con una cresta negra que se extendía por toda su espalda, pero su cabeza aún permanecía humana. Esta criatura escaló sobre la montaña y gritó: “¡No te olvides de lo que te dije Stepan, si sigues mis instrucciones, me casaré contigo!” Stepan, disgustado por la propuesta, le respondió que él nunca se casaría con un lagarto y escupió en dirección a ella. La fémina se rió y y dijo: “Nos encontraremos de nuevo, quizás entonces hayas tomado una decisión”. Luego desapareció saltando detrás de las rocas.
Stepan, muy confundido, se preguntaba qué hacer, ya que le temía tanto a la mujer reptil como a su jefe. Finalmente se decidió por hacer lo que le habían ordenado. Durante la mañana del otro día se aproximó a su jefe en las minas y le dio el mensaje. El enfurecido capataz acusó al minero de estar ebrio o loco. Pero Stepan permaneció firme sosteniendo que había sido la voluntad de la Señora de la Montaña del Cobre. El jefe hizo que los demás mineros ataran a Stepan con una cadena y lo golpearan sin piedad, para luego humillarlo al encerrarlo en lo más profundo de las minas.
Cuando lo dejaron solo comenzó a golpear la roca, provocando que la malaquita se derrumbe. De pronto, se puso árido a su alrededor y en medio de una brillante luz pudo ver a la mujer lagarto parada ante él, ella le dijo: “Buen hombre, Stepan Petrovich. Me has honrado, no le temiste a tu jefe”. La mujer luego motivó a Stepan para que la siga, que ella siempre mantenía su palabra, le iba a mostrar su dote. Aplaudiendo hizo que aparecieran un montón de lagartos que rápidamente removieron las cadenas de Stepan.
De esta manera, invitó a Stepan a que visitara su reino. Fueron profundo dentro de la montaña. Ella caminaba por delante mientras el minero la seguía de cerca. Stepan observó cómo penetraban más profundo dentro de las rocas, las cuales parecían retirarse abriéndoles camino. Posteriormente vio túneles enormes, cavernas y grandes habitaciones subterráneas cuyos muros estaban decorados con flores de cobre. Los alrededores lucían sorprendentes para Stepan. El vestido de la mujer comenzó a cambiar de color, resplandeciendo como un diamante, y luego brillando en un tono verdoso. Pronto entraron a una descomunal habitación con camas, sillas y bancos hechos de cobre. Las paredes eran de malaquita con diamantes incrustados, y el techo era de un color rojo oscuro con flores de cobre.
Una vez allí, la “Reina Lagarto” le pidió a Stepan que se sentara, le preguntó si le gustaba su dote y si se quería casar con ella. El minero se puso reacio porque ya tenía una novia de nombre Anastacia. Entonces le respondió que el dote era digno de la realeza mientras que él era solo un simple trabajador sin mucho que ofrecer. Algo molesta ella insistió: “No lo dudes, ¿te casarías conmigo sí o no?” Stepan le dijo que no podía debido al hecho que tenía novia. Al decir esto temió que la mujer se enojara. Pero increíblemente la “Reina Lagarto” le agradeció y apreció su sinceridad dándole al minero un presente para su novia, una caja de malaquita llena con toda clase de alhajas.
Stepan preguntó cómo iba a hacer para regresar. Ella le dijo que no se preocupara, que todo se arreglaría, y agregó que él se liberaría de la opresión de su jefe y viviría una vida próspera junto con su novia. Después de alimentar a su huésped con varios tipos de comidas, la “Reina Lagarto” se despidió de Stepan regalándole varias piedras preciosas, no sin antes aclararle que las mismas lo harían un hombre rico. Stepan siguió el túnel en el cual pudo observar muchos “tesoros”. A medida que caminaba el túnel se cerraba automáticamente detrás de sus pasos.
A poco tiempo de esta aventura, Stepan se volvió un hombre rico y afortunado, por lo que la gente comenzó a rumorear que “le había vendido el alma al Diablo”. Los trabajos en la mina pronto se detuvieron y todo ocurrió tal y como la “Reina Lagarto” lo había predicho. Pero no todo fue bueno, la salud de Stepan se deterioró y comenzó a “desaparecer”. Varios años después su cuerpo fue hallado sin vida cerca de las minas abandonadas de la Montaña Roja, se dice que tenía una sonrisa en su rostro y un rifle yacía a su lado. Los locales reportaron haber visto a una criatura reptiloide verde llorando sobre el cadáver del minero.
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