ByCineclásicajazz Pizcadelodemás
Entre las primeras creaciones de la Universal en el género de terror estaba el maravilloso monstruo de Frankenstein, que tuvo su primera aparición en este estupendo film de 1931 bajo la dirección de James Whale, un monstruo que fue encarnado por Boris Karloff después de que Bela Lugosi, el actor que dio vida a Drácula, rechazara el papel. Y la verdad es que Boris Karloff, un actor británico que en verdad se llamaba William Henry Pratt, siempre me ha parecido un actor con más recursos y versátil que el engominado de Lugosi, lo que vino de perillas para este Monstruo tan humano.
La recreación del monstruo era un reto tremendo, y aquí entra en acción el genial Jack Pierce (a la izquierda en la foto), un griego nacido en 1889, con el que comenzó la edad de oro del maquillaje, y quien tras el éxito de su trabajo en Frankenstein, se encargaría de dar vida a La Momia y al Hombre lobo entre otros. Curiosamente fue patrocinado por alguien que era experto en maquillarse a si mismo, el hombre de las mil caras, Lon Chaney.
Pierce estudio la forma en la que se efectuaban las operaciones craneales y descubrió que habia seis formas de hacerlas, de esta manera y dando por hecho que el Doctor Frankenstein más que un experto forense era un gran científico, adoptó la formula de acceso al cráneo más sencilla de aquellas seis y así el monstruo se nos presenta con esa cabezón cuadrado en el que la parte superior se asemeja a la tapa de una caja de sombreros unida al rostro por varias grapas metálicas y aderezada con varías cicatrices. En el cuello le añadió los electrodos por los que el monstruo habría de recibir la corriente que le daría vida.
Los suplementos que daban forma a la cabeza y a sus cansinos parpados, que asemejaban que no estuviera despierto-vivo del todo estaban hechos de goma, sus uñas pintadas de negro con betún de zapatos, las mangas de su chaqueta acortadas para dar la sensación de enormidad del monstruo. A Karloff se le obligó a ir con una espina dorsal metálica y dobles pantalones para aumentar la sensación de rigidez de la criatura y para colmo había de calzar una botas grandísimas que eran las que habitualmente usaban los operarios encargados de verter el asfalto sobre las carreteras, todo lo cual, temino provocándole al actor unos dolores de espalda que le durarían ya de por vida. El conjunto se completaba con una pintura de color azul verdoso que cubría el rostro y manos del actor y que al ser filmado en blanco y negro adoptaba un mortecino gris en la pantalla muy apropiado a la naturaleza resucitada de la criatura.
Para tomar esta singular apariencia, Karloff debía someterse a unas largas sesiones de maquillaje de hasta 4 horas y tras el rodaje todavía quedarían dos horas más para retirar todo y devolverle a la normalidad. Se calcula que durante todas las sesiones en las que hubo de encarnar al monstruo a lo largo de las tres películas en las que le dio vida, Boris Karloff llegó a recibir hasta 2450 kilos de maquillaje. Y es que como diría una conocida profesora de una escuela televisiva de ballet "La fama cuesta".
PUBLICADO EN LA PAGINA DE NUESTRO COMPAÑERO:http://www.facebook.com/pages/Una-Pizca-de-Cine-M%C3%BAsica-Historia-y-Arte/281230495222814.
Entre las primeras creaciones de la Universal en el género de terror estaba el maravilloso monstruo de Frankenstein, que tuvo su primera aparición en este estupendo film de 1931 bajo la dirección de James Whale, un monstruo que fue encarnado por Boris Karloff después de que Bela Lugosi, el actor que dio vida a Drácula, rechazara el papel. Y la verdad es que Boris Karloff, un actor británico que en verdad se llamaba William Henry Pratt, siempre me ha parecido un actor con más recursos y versátil que el engominado de Lugosi, lo que vino de perillas para este Monstruo tan humano.
La recreación del monstruo era un reto tremendo, y aquí entra en acción el genial Jack Pierce (a la izquierda en la foto), un griego nacido en 1889, con el que comenzó la edad de oro del maquillaje, y quien tras el éxito de su trabajo en Frankenstein, se encargaría de dar vida a La Momia y al Hombre lobo entre otros. Curiosamente fue patrocinado por alguien que era experto en maquillarse a si mismo, el hombre de las mil caras, Lon Chaney.
Pierce estudio la forma en la que se efectuaban las operaciones craneales y descubrió que habia seis formas de hacerlas, de esta manera y dando por hecho que el Doctor Frankenstein más que un experto forense era un gran científico, adoptó la formula de acceso al cráneo más sencilla de aquellas seis y así el monstruo se nos presenta con esa cabezón cuadrado en el que la parte superior se asemeja a la tapa de una caja de sombreros unida al rostro por varias grapas metálicas y aderezada con varías cicatrices. En el cuello le añadió los electrodos por los que el monstruo habría de recibir la corriente que le daría vida.
Los suplementos que daban forma a la cabeza y a sus cansinos parpados, que asemejaban que no estuviera despierto-vivo del todo estaban hechos de goma, sus uñas pintadas de negro con betún de zapatos, las mangas de su chaqueta acortadas para dar la sensación de enormidad del monstruo. A Karloff se le obligó a ir con una espina dorsal metálica y dobles pantalones para aumentar la sensación de rigidez de la criatura y para colmo había de calzar una botas grandísimas que eran las que habitualmente usaban los operarios encargados de verter el asfalto sobre las carreteras, todo lo cual, temino provocándole al actor unos dolores de espalda que le durarían ya de por vida. El conjunto se completaba con una pintura de color azul verdoso que cubría el rostro y manos del actor y que al ser filmado en blanco y negro adoptaba un mortecino gris en la pantalla muy apropiado a la naturaleza resucitada de la criatura.
Para tomar esta singular apariencia, Karloff debía someterse a unas largas sesiones de maquillaje de hasta 4 horas y tras el rodaje todavía quedarían dos horas más para retirar todo y devolverle a la normalidad. Se calcula que durante todas las sesiones en las que hubo de encarnar al monstruo a lo largo de las tres películas en las que le dio vida, Boris Karloff llegó a recibir hasta 2450 kilos de maquillaje. Y es que como diría una conocida profesora de una escuela televisiva de ballet "La fama cuesta".
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