SIDA

 (B)

"Nuestro mundo está lleno de paranoias colectivas, derivadas de los problemas de la información, cómo se obtiene y cómo se interpreta. Esta nota no es para promover la paranoia colectiva: ya hay suficiente alrededor de todos. Lo que busca es despertar conciencias y, sobre todo, en un mundo lleno de conspiraciones descabelladas y mentiras, presentar puntos de vista con el fin de siempre alentar en el lector la investigación equilibrada y objetiva."


¿Un asesino artificial?


Corría el 9 de junio de 1969 cuando un tal Donald MacArthur, médico y alto funcionario de investigación biológica del Departamento de Estado de Estados Unidos, acudió al comité de asuntos militares de la Cámara de Representantes con el fin de convencer a los legisladores acerca de un propósito inesperado: “Entre los próximos cinco o diez años, es muy probable que sea posible crear un microorganismo contaminante que se diferenciará en sus aspectos principales de los organismos virales conocidos”, pronosticó. Luego siguió, según las transcripciones de la audiencia: “Lo más importante –el aspecto determinante de este hallazgo– es que podría ser resistente a los procesos inmunológicos y terapéuticos de los cuales depende nuestra salud para protegerse de las enfermedades infecciosas.” [1]

Este nuevo agente que el doctor MacArthur deseaba cuanto antes desarrollar en su laboratorio destruiría el sistema inmunológico. Para sustentar su proyecto, adicionalmente, MacArthur se valió de cuanto argumento la Guerra Fría brindaba. “Ya que el enemigo podría adelantarse y desarrollar esta arma, no hay duda que estamos en gran desventaja militar ya que no existe el programa para desarrollar esta tecnología.” Ante tantos argumentos, el comité de la Cámara dio a MacArthur 10 millones de dólares a partir de 1970 por un término de cinco años.

Coincide, pues, que entre 1977 y 1978 se reportaron los primeros casos del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) en el mundo. Sin duda, las transcripciones de la audiencia de MacArthur alientan conclusiones de todo tipo, y sin embargo, las coincidencias son, para los cazadores de conspiraciones, bastante provocativas. ¿Es el sida el máximo desarrollo de armas biológicas al que hemos llegado? La naturaleza de la enfermedad, poco explicada de manera convincente y jamás reportada, siguió despertando no sólo la curiosidad sino la imaginación de muchos, claro está, partiendo de los retazos de información y las múltiples coincidencias en contra de la versión oficial. La causa generalmente aceptada del virus del sida se conoce como VIH (virus de la inmunodeficiencia humana), “descubierto” en 1984 por Robert Gallo y un equipo de investigadores franceses del Instituto Pasteur, quienes a su vez, acusaron luego a Gallo de robar y destruir su investigación [2]. Una pregunta que a estas alturas nadie ha podido responder con tanto dinero de por medio y tecnología a mano es de qué parte del ecosistema surgió el virus. ¿Cuál fue el hallazgo? Gallo y los franceses encontraron parecidos entre el VIH y el STLV-III, un virus presente en los simios. La conclusión fue que en algún punto del siglo XX, el “cercopithecus aethiops” que transportaba este virus se transmitió a un ser humano africano, ya fuera por dos vías: por una relación sexual o por consumo de la carne del animal infectado. Lo cierto es que, en un término muy breve, miles de hombres y mujeres ya habían muerto fuera por sexo o por transfusiones. Y además, pretender que la zoofilia o el consumo de carne de chimpancés en África fuera una costumbre nueva también resultó ser un galimatías. La explicación, no escatimando cierto fabulismo y suposición especulativa, y por ende, apoyando la idea de una masiva e instantánea mutación del virus traída de los cabellos, sirvieron para vender la teoría del mono verde y todo lo demás que hoy conocemos. [3]

No obstante, del mismo modo hay una serie de improbabilidades que surgen en el escenario del sida como arma biológica. Quizás sea el sida la bomba biológica creada para erradicar grupos de la población mundial como se afirma, quizás no. [4] Un siglo de historia nos demuestra, en múltiples episodios, que los militares junto al poder económico y político han intentado en numerosas ocasiones cosas parecidas. Con el prontuario de violaciones al reciente Código de Núremberg por Estados Unidos desde las épocas de la independencia (las órdenes de algunos generales para exterminar a los aborígenes a punta de mantas infectadas de tifo y viruela son escalofriantes) [5] después de la Segunda Guerra Mundial (experimentos de malaria, hepatitis y gripes en prisioneros de Filadelfia, Connecticut y otros estados, [6] o la difusión de las enfermedades venéreas en Guatemala –la más reciente que conocemos) [7], las afirmaciones de un lado y otro resultan no ser tan descabelladas como a veces podrían parecer.

Sobre el programa biológico de Estados Unidos y el daño ecológico causado a los mares, por ejemplo, podría escribirse un artículo. [8] Ciertamente el prontuario de equivocaciones y crímenes incluye numerosas acusaciones de agentes biológicos lanzados a poblaciones y campos desde el aire, vertidos en las aguas de los acueductos y disueltos en los alimentos, pero ninguno tan letal como el sida. Y, después de todo, persisten episodios tan escalofriantes como el “Experimento Tuskegee” del U.S. Public Health Service en Alabama, entre 1932 y 1972, en el que cientos de negros fueron infectados con sífilis y a los cuales se les negó el tratamiento como política general. [9] O también los experimentos en Puerto Rico de 1931, bajo un programa del Rockefeller Institute, en los cuales una docena de personas resultaron enfermas de cáncer. El director del programa, Cornelius Rhoads, jamás fue a la cárcel por sus acciones, y a pesar de haber sido considerado “mentalmente perturbado”, el gobierno estadounidense lo hizo después director de dos grandes programas de armas químicas durante la década de 1940, lo premió con una silla en la Comisión de Energía Atómica y posteriormente le otorgó la Legión del Mérito [10].

Aunque la investigación biológica para fines bélicos se prohibió en 1972, el Pentágono siguió financiando programas secretos a espaldas del Congreso norteamericano. Por ejemplo, se sabe que durante años, hasta antes de la aparición del sida, una de las cepas de la “brucella” (que causa la brucelosis), llamada “canis”, intrigó a los científicos militares –y cuya sintomatología es muy parecida a la del complejo del sida.

La primera acusación del sida como arma biológica apareció en “The New Delhi Patriot”, un periódico de India el 4 de julio de 1984. El reporte citaba un estudio del ejército de Estados Unidos sobre “las influencias naturales y artificiales en el sistema inmunológico humano” para sustentar su acusación. El periódico aseguró que científicos de Fort Detrick, hoy sede del centro de investigación Frederick del National Cancer Institute (que hasta 1969 fue el Army Biological Warfare Laboratory) hicieron una expedición al corazón del África con el fin de encontrar un virus que no conocía el mundo occidental. El éxito de la expedición resultó en el aislamiento, ya en el laboratorio, del virus que causa el sida, aseguró la publicación. El artículo fue descalificado por fuentes del gobierno estadounidense como propaganda soviética. De hecho, el Literaturnya Gazeta de la URSS acusó a Estados Unidos de crear el virus seis meses después, el 30 de octubre de 1985. En 1986, un panfleto llamado “AIDS: USA Home-Made Evil”, fue publicado por dos científicos europeos, Jakob y Lilli Segal. [11] El panfleto circuló, sin editorial, por los países angloparlantes del África, y aunque muy cuestionable puede ser la forma como se difundió, fue la base para la teoría de la conspiración del sida como virus sintético. Según los Segal, el VIH no es más que un híbrido del virus de inmunodeficiencia en simios (que causa daño cerebral en los bovinos) y del virus HTLV-I (recordemos que el VIH fue originalmente llamado HTLV-III), que causa leucemia. [12] Los Segal también acusaron al personal científico de Fort Detrick de crear el virus. [13]

No hay evidencia concreta que soporte esta teoría y que involucre al personal científico-militar de Fort Detrick en toda su historia. Pero por mucho tiempo llamó la atención el hecho que fueran los organismos gubernamentales de la salud quienes instaran a los científicos de Fort Detrick (no a los civiles) coadyuvar a encontrar una cura para el sida. Así las cosas, en febrero de 1987 [14], durante una discusión sobre los cargos de encubrimiento en la manipulación del sida como arma biológica, el coronel David Huxsoll (director del USAMRIID –United States Army Medical Research Institute of Infectious Diseases, entre 1983 y 1990) [15] lanzó una pista: “Los estudios de los laboratorios del ejército han mostrado que el virus del sida es un agente biológico extremadamente ineficaz para la guerra”. [16]

La pregunta que surgió entonces es ¿qué estudios? Hasta ese momento, el ejército estadounidense había insistido en que nada tenía que ver con el sida, y que sus estudios se habían concentrado en hallar una cura, no medir su impacto destructivo en el mundo. Huxsoll luego alegó que jamás había hecho tal afirmación y el reportero que publicó la entrevista se mantuvo en la veracidad de la cita.

Por mucho tiempo el debate estuvo muerto hasta el 14 de marzo de 2008, cuando el prestigioso reverendo estadounidense Jeremiah Wright declaró en su sermón que el sida fue el arma utilizada por Estados Unidos para exterminar a la población negra de ese país. O mejor dicho: un genocidio sistemático ejecutado por Estados Unidos. El escándalo fue enorme ya que Wright, pastor de Chicago, era consejero espiritual de Barack Obama. [17] De inmediato, los medios acusaron a Wright de promover la paranoia colectiva (muy a pesar que más de la mitad de los afroamericanos encuestados por CNN creían que el sida fue fabricado por el hombre). La acusación pública de Wright reactivó el debate, y de inmediato surgieron entrevistas en importantes cadenas televisivas y se publicaron libros muy bien documentados sobre la conexión del sida con un programa militar supuestamente encaminado a erradicar la hepatitis B en Estados Unidos y África. [18]

Según esta nueva información [19], el experimento comenzó en 1973, cuando el New York City Blood Center (banco de sangre de Nueva York) solicitó al Gay Men’s Health Project de Manhattan muestras de sangre con el fin de analizarlas para detectar las enfermedades activas en la ciudad. Los resultados fueron inesperados: 50% de las muestras, provenientes de homosexuales activos estaban infectadas con hepatitis B; y solo en un 5% de las muestras, provenientes de hombres heterosexuales, aparecía el virus. Desarrollada por el Instituto Merck para la investigación terapéutica en West Point, Pennsylvania, la primera vacuna experimental contra la hepatitis había sido ensayada en chimpancés –el único mamífero en el que la hepatitis humana prospera. Como en todo proyecto medico, se identificaron los grupos de riesgo (homosexuales, adictos, personas mentalmente incapacitadas, extranjeros, aborígenes y pacientes en centros de diálisis), pero se determinó que sería más efectivo el experimento en hombres homosexuales promiscuos, basados en las estadísticas recogidas por el New York City Blood Center.

Detrás del proyecto, estaba el físico Wolf Szmuness, polaco de nacimiento y sobreviviente del Holocausto. June Goodfield, en su libro “Quest for the Killers” [20], da una versión muy convincente del experimento de la hepatitis, basada en la carrera de epidemiólogo de Szmuness, primero en la URSS, luego en Estados Unidos. Da la casualidad que hacia fines de los 60, Szmuness terminó, por recomendación de Walsh McDermott (profesor de salud pública en el Hospital de Nueva York) como técnico del laboratorio del New York City Blood Center. Y en un corto lapso de tiempo, dado sus méritos intelectuales, apareció dirigiendo su propio laboratorio en el mismo centro. También, sin mucho esfuerzo, se le hizo titular de la cátedra de Salud Pública en la Universidad de Columbia, y ya para 1975 era toda una autoridad mundial en el tema de la hepatitis.

La tesis del experimento de la hepatitis como uno que terminó mal, se ampara en pruebas notables: entre 1976 y 1979 aparecieron, por los barrios homosexuales de Nueva York, misiones médicas del New York City Blood Center buscando voluntarios. Según se anunciaba en los volantes, se buscaba homosexuales sin historial de hepatitis B. Más de diez mil personas se inscribieron y donaron sangre al experimento. Las sucesivas muestras de sangre seguramente arrojaron datos también del modo como una enfermedad contagiosa podría diseminarse en una población identificada y determinada. Lo que llama la atención fue el proceso minucioso de selección de los candidatos, especialmente por el requisito principal de “ser sexualmente promiscuo”. Otra de las características era que los hombres debían gozar de buena salud y ser preferiblemente blancos. También se aceptaron bisexuales promiscuos, y aunque cientos de heterosexuales también promiscuos se presentaron, ninguno fue admitido en el experimento. A cada voluntario se le tomaron sus datos y se le asignó en un calendario las fechas en las cuales tendría que regresar para nuevas donaciones de sangre. Dado el elevado costo del estudio, Szmuness consiguió fondos del Center for Disease Control (CDC), el National Institue of Health (NIH) y el National Institute of Allergy and Infectious Diseases, como también de los laboratorios Merck, Sharp & Dohme y Abbott. La vacuna estuvo lista para principios de 1978, y se inoculó a más de mil voluntarios entre noviembre de ese mismo año y octubre de 1979 en el New York City Blood Center.

Pero para enero de 1979 algunos de los voluntarios comenzaron a encontrar en sus cuerpos manchas violáceas sin que hubiese razón que justificara su aparición. Durante los siguientes tres años, distintos hospitales y médicos en Manhattan reportaron cientos de casos de una nueva enfermedad que se caracterizaba por la inmunodeficiencia de los pacientes, el sarcoma de Kaposi y un daño pulmonar irremediable, conocido como neumonía pneumocystis carinii. Casi todas las víctimas eran blancas, jóvenes y homosexuales. Un repaso a las notas publicadas en los periódicos locales en la época da cuenta de esto. También hay pruebas que para marzo de 1980, el Center for Disease Control de Estados Unidos supervisó experimentos similares en San Francisco, Los Ángeles, Denver, San Louis y Chicago. En el otoño de 1980, el primer caso de la extraña enfermedad apareció en un joven en San Francisco. Y seis meses después, para junio de 1981, la epidemia se hizo oficial. En los países africanos, los primeros reportes coincidieron con aquéllos en Estados Unidos. Nadie explicaba por qué, de la noche a la mañana, miles de jóvenes blancos, saludables y homosexuales comenzaron a morir, junto a africanos pobres. De hecho, en 1984 se determinó que el 6.6% de las muestras obtenidas en 1979 daban VIH positivo, mientras que en 1985 una investigación concluyó que el 66% de los voluntarios del programa de Szmuness murieron finalmente de sida.

Así, la tesis mundialmente aceptada es que el VIH fue introducido en el hombre por chimpancés en las junglas del África tras una mutación de un virus presente en ellos [21]. Sin embargo, poco se había dicho del experimento de la vacuna contra la hepatitis B y su conexión con esas selvas africanas. Es irrefutable, por ejemplo, que en 1974, bajo órdenes de Albert Prince, director del laboratorio del New York City Blood Center, se estableció un centro de experimentación en África Occidental con el fin de estudiar los efectos de la hepatitis en los chimpancés. Tras rehabilitarlos, estos especímenes fueron liberados con el fin de medir su impacto en la biología selvática, y hoy se desconocen los resultados. Y tampoco es falso que, uno de los brazos de este programa, a través del Instituto Liberiano para la Investigación Biomédica en Roberstfield, Liberia, tuviese como objetivo desarrollar una vacuna que fuera efectiva en primates. También bajo este programa, el LEMSIP (Laboratory for Experimental Medicine and Surgery) de Nueva York, que fue desmantelado en 1997, fue un importante banco de ejemplares de simios para la experimentación científica dentro de Estados Unidos, afiliado a su vez al New York University Medical Center, donde da la coincidencia que se descubrieron los primeros casos de sarcoma de Kaposi en 1979. En su libro “Emerging Viruses: AIDS and Ebola”, el profesor de Harvard Leonard Horowitz asegura, por ejemplo, que el New York University Medical Center recibía desde 1969 presupuesto gubernamental para la investigación biológica y química, y además, concluye en su tesis, que tanto el sida como el ébola fueron virus creados en experimentos con monos en un intento benevolente (en sus inicios) de hallar una cura para el cáncer.

Entonces, ¿es el sida producto de un error médico o de un error militar? ¿Es la consecuencia de un programa a nivel mundial de exterminio de ciertos grupos sociales, incluyendo los más pobres? ¿O es un virus que llegó a nosotros por los chimpancés, como generalmente se afirma? Sin embargo, por más convincentes que resulten los hechos, quedan muchas preguntas por responder.

Después de todo, entre tantos hechos, teorías, y pistas, la única certeza es que la epidemiología del sida es un caso para el que ni la versión oficial ni las teorías de conspiración han dado una explicación satisfactoria.



NOTAS

[1] La transcripción completa de la audiencia existe, gracias a la Biblioteca del Senado de Estados Unidos (United States Senate Library). Se encuentra indexada bajo el título “DEPARTMENT OF DEFENSE APPROPRIATIONS FOR 1970 – HEARINGS before a SUBCOMMITTEE OF THE COMMITTEE ON APPROPRIATIONS HOUSE OF REPRESENTATIVES (Ninety-First Congress)”, y cuyo título y número de foliación es el siguiente:


Temporarily assigned H.B. 15090
PART 5
RESEARCH, DEVELOPMENT, TEST, AND EVALUATION
Department of the Army
Statement of Director, Advanced Research Project Agency
Statement of Director, Defense Research and Engineering

Y bajo la rotulación interna:


U.S. GOVERNMENT PRINTING OFFICE
WASHINGTON : 1969
UNITED STATES SENATE LIBRARY
129
TUESDAY, JULY 1, 1969
SYNTHETIC BIOLOGICAL AGENTS

Como dato adicional, la audiencia coincidió con el lanzamiento del movimiento para los derechos homosexuales, el llamado “Stonewall Uprising”, hecho de gran deleite para los impulsores de algunas teorías conspirativas.

[2] Una excelente narración sobre el llamado “fraude de Robert Gallo” fue escrito por el premio Pulitzer de periodismo John Crewdson en “Science Fictions: A Scientific Mystery, a Massive Cover-up and the Dark Legacy of Robert Gallo”, publicado en 2002 por Back Bay Books.

[3] La versión completa y oficial fue dada por el mismo Robert Gallo en su libro “Virus Hunting: Aids, Cancer and the Human Retrovirus – A Story of Scientific Discovery”, publicado en 1993 por Basic Books, poco después de que la Academia Americana de Ciencias lo sancionara por su “conducta inmoral” debido a las irregularidades de sus investigaciones.

[4] Constructivos resultan los aportes equilibrados y científicos acerca del sida como enfermedad artificial contenidos en los libros “Inventing the AIDS Virus” escrito por Peter H. Duesberg (con prólogo del premio Nobel de química Kary Mullis) publicado por Regnery Publishing en 1998. Duesberg, profesor e investigador de microbiología en la Universidad de California, también tiene otra interesante obra titulada “Infectious AIDS: Have We Been Mislead?”, publicado por North Atlantic Books en 1995. También “Science Sold Out: Does HIV really cause AIDS?” de Rebecca Culshaw, de North Atlantic Books, 2007. Y uno de los más citados es “AIDS: The End of Civilization” de William Campbell Douglass, publicado por EWorld Inc en 2002 y cuyo contenido puede resumirse en su subtítulo “El más grande desastre biológico en la historia de la Humanidad”.
[5] Las fuentes no son abundantes en este sentido, ya que opacan el patriotismo de la guerra civil estadounidense. Sin embargo, algunos historiadores consideran este antecedente como el primer referente en Estados Unidos del uso indiscriminado de agentes biológicos con fines bélicos o genocidas. En aquella época, además de la extrema tragedia de la guerra civil, las partes luchaban contra otros dos males: la viruela y el tifo. Los padres fundadores de la patria, en un intento por erradicar a los indios americanos, optaron por la masacre masiva de búfalos, su principal fuente de alimento. Al fracasar este plan, y ante la alarmante epidemia de viruela, se sabe que Lincoln ordenó que todas las mantas infectadas de los cuarteles fueran enviadas a las reservas indígenas como caridad. Y también, los vestigios epistolares dan justicia a otro prócer, el general Robert E. Lee, quien ante tan descabellada orden escribió: “No me involucraré por ningún motivo en estas acciones criminales”. Poco después de escribir esto, el general Lee no solo procedió a abandonar el ejército, sino que se unió a las filas secesionistas. También, concretamente, está la prueba del General Jeffrey Amherst, quien ordenó la aplicación de la misma técnica de las mantas contra los indios en Massachusetts.
Un libro que da una muy interesante visión y arroja otras fuentes valiosas es “Viruses, Plagues and History: Past, Present and Future”, del médico Michael B.A. Oldstone, y publicado por Oxford University Press en 2009.

[6] Sobre la experimentación biológica por parte del gobierno estadounidense en los reos de las instituciones penitenciarias del país hay numerosos libros, por citar algunos: “Acres of Skin: Human Experiments at Holmesburg Prison” de Allen M. Hornblum y publicado por Routledge en 1999. También: “Undue Risk: Secret State Experiments on Humans” de Jonathan D. Moreno, publicado por Routledge en 2000. Y otra muy reveladora investigación está en: “Medical Apartheid: The Dark History of Medical Experimentation on Black Americans from Colonial Times to the Present” de Harriet A. Washington, publicado por Anchor en 2008.

[7] Una búsqueda por internet arrojará abundantes resultados de fuentes periodísticas fidedignas sobre el reciente caso de Guatemala. Por ejemplo, la noticia según fue revelada por El País

[8] Para el que desee documentarse, uno de los estudios más serios en esta materia se titula “Muddy Waters: The Toxic Wasteland Below America’s Oceans, Coasts, Rivers and Lakes” de Beth A. Millemann y publicado en 1999 por la ambiental A Coast Alliance, Clean Ocean Action and American Littoral Society Publications, en el cual se documentan y detectan grandes áreas contaminadas deliberadamente por el Ejército Estadounidense en su intento de deshacerse de su arsenal biológico y químico, y el impacto ambiental en los océanos Atlántico y Pacífico traducido, por ejemplo, en cientos de delfines y ballenas cuyos cuerpos han emergido del fondo con quemaduras profundas en la piel, identificadas luego por los biólogos como “heridas producidas por la exposición directa a fuentes de gas mostaza”. Un buen artículo en línea (breve y en inglés) está en la revista EARTH

[ 9] La fuente más detallada y bien documentada está en el magnífico y escalofriante libro “Bad Blood: The Tuskegee Syphilis Experiment” de James H. Jones, publicado en 1993 por Free Press.

[10] El caso de Cornelius P. Rhoads es espeluznante, al punto que se le ha comparado con famosos criminales médicos como el nazi Joseph Mengele y el japonés Shiro Ishii, director del programa biológico japonés en suelo chino durante la ocupación a Manchuria (entre 1937 y 1945), en la llamada “Unidad 731”, bajo cuyas actividades se estima que perecieron alrededor de 200,000 chinos y prisioneros de guerra que fueron usados por Ishii como cobayas. En el caso concreto, Rhoads era investigador a sueldo de la Fundación Rockefeller en Puerto Rico, donde procuró el asesinato de una docena de personas por exposición a radiación cancerígena e implantes. Una carta redactada por su puño y letra en la cual defiende su investigación, es la prueba hoy de su mentalidad criminal: “Los portorriqueños pertenecen a la más sucia, perezosa, degenerada y vil raza que ha habitado esta tierra. He hecho todo a mi alcance para crear unas bases para su exterminio al asesinar a ocho de ellos y trasplantar el cáncer a otros más. Cualquier médico sentiría igual placer al abusar y tortura a estos seres despreciables”. A pesar que Rhoads fue expulsado del programa del Rockefeller Institute, el gobierno estadounidense no compartió el despido ético y puso al médico en distinguidas posiciones hasta su muerte.

[11] Jakob y Lilli Segal sostuvieron que Robert Gallo había cruzado el virus Visna (un prototipo de retrovirus que produce encefalitis y neumonía crónica en ovejas) con el virus HTLV-1 en 1978, en el laboratorio conocido como P4 de Fort Detrick, Maryland. Según escribieron en numerosos documentos y algunos libros, 90% de la secuencia del Visna está presente en el VIH, mientras que el 10% restante proviene del HTLV-1. No obstante, nuevas conclusiones desvirtuaron esta teoría, ya que la secuencia genética del virus está más próxima al virus de inmunodeficiencia simia. Las publicaciones de las tesis de los Segal son: Jakob “Aids – die Spur führt ins Pentagon” Manuel Kiper, Biokrieg, Vg. Neuer Weg, 2. ergänzte Auflage Oktober 1990 y “AIDS can be conquered” publicado por Verlag Neuer Weg 1995/2001.
[12] En 1985, la revista Science publicó un artículo en el cual detallaba la proximidad entre las cepas Visna y HTLV en términos taxonómicos y evolutivos. En 1986, según consta en transcripciones de una audiencia de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (Expediente 83:4007-4011) se determinó que tanto el virus Visna como el HTLV son parecidos en su estructura salvo por un segmento casi idéntico al del HTLV. A partir de esta conclusión ha girado la especulación y teorización de que es posible que ambos virus fueron manipulados genéticamente para producir un nuevo retrovirus para el que no existe defensa natural inmunológica. Un posterior reporte del Congreso, al año siguiente, detalló la “nueva generación” de agentes biológicos: “virus modificados, toxinas de ocurrencia natural y agentes alterados mediante la bioingeniería capaces de cambiar las características inmunológicas y blindadas al tratamiento médico conocido.” El terrorífico reporte es: “U.S. Department of Defense Biological Defense Program – Report to the Committee on Appropriations, House of Representatives, May 1986.”

[13] La historia de Fort Detrick como el lugar del cual se originó el sida se sustenta en una cadena de evidencias que no han sido desvirtuadas pero que ninguna, por si sola, es concreta. Por ejemplo en 1943, el Dr. Theodore Rosebury, director del programa de investigación biológica en Fort Detrick renunció a su cargo pues temía que los agentes fabricados en sus laboratorios iban a ser diseminados por el mundo, y también por la sospechosa participación de la CIA en el programa. Otra evidencia muy sospechosa pertenece a 1975, cuando el programa de Investigación de Virus Biológicos del Army Biological Warfare Laboratory fue puesto bajo supervisión del National Cancer Institute (Instituto Nacional del Cáncer). ¿Una coincidencia? Tal vez. Un buen recuento de la época está en “The Ultimate Folly: War by Pestilence Asphyxiation and Defoliation”, escrito por Richard D. McCarthy, congresista que denunció el programa biológico secreto de Estados Unidos hacia fines de los años 60.
[14] Este mismo año, el Departamento de Defensa de Estados Unidos admitió que a pesar que desde 1972 la investigación biológica en Estados Unidos había sido prohibida por el Congreso, el Pentágono había financiado y apoyado secretamente esta investigación en 127 laboratorios y universidades de todo el país.

[15] El nombre del coronel David Huxsoll, veterinario de profesión, se repite en toda la historia turbia del programa biológico de Estados Unidos. Mucho sobre él se dice en el libro “Lab 257: The Disturbing Story of the Government’s Secret Plum Island Germ Laboratory” de Michael C. Carroll, publicado por William Morrow en 2004. Allí se cita a Huxsoll como su idea de que el hombre es más valioso que “las armas, los tanques y los aviones de combate”, y también se nos informa de su participación en la epidemia de ébola de Reston, en Virginia, mientras trabajaba en Fort Detrick (episodio para el que el autor del libro nos remite a otro autor, Richard Preston, en su libro “The Hot Zone”, que a su vez explica el brote, provocado tras la importación desde las Filipinas y el negligente manejo de cien monos en 1989). Sin embargo, el nombre de Huxsoll debe ser conocido para muchos: el coronel dirigió dos de los equipos de inspección de armas biológicas de la ONU en Iraq a principios de los 90. Y en junio del 2000, Huxsoll fue nombrado como director del programa de Plum Island, una pequeña isla frente Orient Point, en la punta de Long Island, desde donde se acusa al Pentágono de haber propagado virus importados del África en suelo estadounidense.

[16] Declaraciones de David Huxsoll publicadas por el Philadelphia Daily News el 18 de febrero de 1987.

[17] Ver el artículo que causó controversia en The New York Times el 20 de marzo de 2008.

[18] El nuevo material (y muchos textos publicados antes de 2008) fue escrito por diversos autores (muchos médicos, y entre los que se encuentran varios premios Nobel) como Debbie Bookchin, Andrew Goliszek, los médicos Robert Strecker y Ted Strecker, Alan Cantwell, William Campbell Douglas (“Médico del año 1985” de la Federación Nacional de la Salud de Estados Unidos), el británico John Seale, el coronel retirado del ejército estadounidense Thomas E. Bearden, el profesor de Harvard Leonard Horowitz, entre otros.

[19] Esta historia, que aparece en muchos libros e investigaciones, está mejor narrada por el doctor Alan Cantwell, cuyos libros pueden verse en la página su casa editorial: http://ariesrisingpress.com/books/

[20] “Quest for Killers” de June Goodfield, publicado por Birkhäuser Boston en 1985.

[21] Muchas de las supuestas pruebas aportadas para sustentar la teoría oficialmente aceptada de que el sida es una “enfermedad antigua” han sido también desvirtuadas. Una de las más prominentes a fines del siglo XX fue la del marino inglés David Carr, quien murió tras una misteriosa complicación en 1959. Carr no había estado nunca en África. Sus síntomas, inexplicables entonces, encuadraban en la sintomatología del VIH. Sin embargo, hacia 1995, el genetista más importante de Estados Unidos, David Ho, analizó la sangre de Carr y concluyó que “la prueba no provenía de una sola persona sino de al menos dos individuos” según el artículo publicado en The New York Times el 4 de abril de 1995. En enero de 1996, quienes habían ofrecido las pruebas (Andrew Bailey y Gerald Corbitt) alegaron posible contaminación de las mismas, y en una carta publicada en la revista Lancet, admitieron “Hemos concluido por tanto que no hay evidencia que indique que el paciente de Manchester portaba el virus VIH en 1959”. Igualmente, sobre las muestras aportadas por el Congo situadas entre 1959 y 1960, existe duda sobre la veracidad de ellas. Otro caso notable fue el de “Robert R”, un joven afroamericano de 15 años quien en 1969 llegó al St. Louis City Hospital con un fuerte caso que ha sido descrito como sarcoma de Kaposi. En 1984, investigadores llegaron a la conclusión que el chico era portador del virus del sida y en 1987 científicos del Tulane University School of Medicine confirmaron la presencia de VIH-I en sus tejidos conservados. Sin embargo, en 1999 el periodista Edward Hooper realizó una investigación detallada de la vida de Robert R y concluyó, con suficientes pruebas científicas, que el sarcoma de Kaposi no está exclusivamente relacionado con el sida (puede ser genéticamente heredado) y que el método utilizado en 1987 por los científicos para verificar la presencia del virus arrojaba a menudo “falsos positivos”. Otros casos, siendo el más sólido el del marinero noruego Arvid Noe y su familia fallecida en 1977, podrían tarde o temprano desvirtuarse.
Una página web seria, dedicada por médicos e investigadores prestigiosos que se han denominado “disidentes” de la versión oficial del VIH/sida es: http://www.virusmyth.com/.

Max Vergara Poeti | 04 de marzo de 2011
Fuente: http://librodenotas.com/historiasocultas​/19991/-un-asesino-artificial

1 comentario:

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