INTERMEDIARIOS PROFESIONALES ENTRE LOS DIOSES Y LOS MORTALES HUMANOS…


Perpetrado por Oskarele

Es necesario diferenciar entre religión e iglesia. Entre el creyente y el clero (o casta sacerdotal o como queramos llamarle), entre las creencias trascendentales, místicas y sobrenaturales, y su consecuente concatenación en la vida cotidiana, y los profesionales dedicados a servir de intermediarios entre nosotros y las divinidades. Un texto del genial sociólogo Max Weber (extraído de su obra “Ensayos sobre sociología de la religión”) nos va a ilustrar un poco sobre este tema y a partir de él, si me lo permiten, vamos a sacar algunas deducciones. Este es el texto en cuestión:

“El racionalismo de la hierocracia surgido de su ocupación profesional con el culto y el mito, o, en grado todavía mayor, con el cuidado de las almas, con la confesión y el consejo a los pecadores, intentó en todas parte monopolizar para si la administración del bien de salvación religiosa y regular su otorgamiento dándole la forma de “gracia sacramental” o “gracia institucional”, administrable ritualmente solo por ella y, por tanto, fuera del alcance del individuo. Como era de esperar, desde sus intereses de poder les resultaba altamente sospechosa la búsqueda aislada de la salvación por individuos y comunidades libre mediante la contemplación, la ascesis o la celebración orgiástica, por lo que tenían que reglamentarla ritualmente y, ante todo, controlarla hierocráticamente”

Antes de nada, que conste que nos referimos (Weber lo hacia) especialmente al cristianismo, aunque este modelo se puede extender, básicamente, a todas las sociedades estatales, con las excepciones que luego mencionaremos.
El quid de la cuestión está en el adjetivo “profesional”.

Cuando Weber plantea que “el racionalismo de la Hierocracia, surgido de su ocupación profesional con el culto y el mito…”, se refiere a que una clase social, en general relacionada con las clases más pudientes económicamente y que, a la vez, detentan y ostentan el poder , que se dedicó profesionalmente a la religión y a la ética religiosa, dos caras de una misma moneda.

¿Qué entendemos por “profesional” en este contexto?

Weber se refiere, lógicamente, a personas que a tiempo completo, mediante una educación y adoctrinamiento especifico, se dedican a las diferentes tareas del sector religioso: a la narración y explicación de los dogmas religiosos de su sociedad, es decir al culto; al mito, entendido como explicación metafísica o irracional de la realidad empírica, pero con una importancia social trascendental (similar a la que hoy en día puede tener la ciencia como “buscadora” de la verdad natural y “física” del mundo), al proporcionar explicaciones sobre los fenómenos naturales, inexplicables para la gente (y para ellos mismos, en realidad).

Otra de sus tareas esenciales a nivel profesional, ya en un grado diferente al del dogma y el mito, es el cuidado de almas.

Esto es muy importante porque se convierten de este modo en los “confesores” oficiales del pueblo, y a la vez en los “consejeros” que ayudan a paliar los daños provocados por el pecado en las almas de los creyentes. El poder que proporciona esto es enorme, mayor si cabe que el poder que proporciona la posesión del conocimiento de la realidad del mundo (mito) y de la divinidad (dogma). Al convertirse en los administradores cualificados de la salvación religiosa tienen en sus manos el destino de todo el pueblo, no solo en un sentido trascendente (mediante promesas de salvación en un mas allá ultra-mundano) sino también en un sentido pragmático.

Como poseedores de la verdad religiosa dogmatica y de los criterios morales con los que la divinidad premia o castiga a los pecadores o virtuosos, se convierten en portavoces mundanos de los jueces divinos.

Se les otorga el poder de juzgar los actos y acciones de los demás, y la facultad de castigar al que no cumpla con los preceptos de la ética religiosa particular.

Lógicamente en un sistema así no puede permitirse la búsqueda de la salvación por medios alternativos, como por ejemplo, la contemplación o la ascesis mística, ya que relativizan el supuesto poder que ostenta esta hierocracia profesional, al conseguir la salvación si su intermediación.

Esta sería la principal diferencia existente, por ejemplo, entre una religión como la cristiana y otra como la budista.

En el cristianismo existe una casta sacerdotal (extremadamente compleja y populosa) que ostenta exactamente el tipo de poder que plantea Weber: son profesionales a tiempo completo encargados de la propagación y explicación del dogma religioso del mensaje de Cristo, por un lado, pero también se encargan del “pastoreo” de almas, llevando a los fieles por el correcto camino hacia un mas allá prometido (totalmente trascendente) siempre y cuando estos asuman que tienen que cumplir con una serie de normas éticas propuestas por su profeta (y por otros profetas anteriores pertenecientes a la historia local del pueblo de Israel, al que, como todos sabemos, perteneció Cristo) y que cualquier desviación o transgresión de estas normas será castigada con la perdida de la salvación, por un lado, y con el terrible destino de un infierno abominable donde sufrirán por toda la eternidad.


Los sacerdotes cristianos tienen el enorme poder de la “confesión”, acto mediante el cual sus fieles, obligados por su dogma, relatan sus desviaciones respecto a la norma (pecados) a los profesionales de la salvación, y esto, dotados por la divinidad del poder de la absolución mediante la penitencia, conceden una oportunidad al pecador para que rectifique su negligente conducta y encauce de nuevo el camino recto.

Así el sacerdote se convierte en una figura intermediaria entre el dios y el creyente.

Todo esto es muy diferente a la concepción budista del pecado y de la salvación. En el budismo también existe una clase sacerdotal, aunque bastante sui generis, encargada del adoctrinamiento y del dogma. Pero no tienen el poder de otorgar la salvación. Ni siquiera las divinidades lo tienen. Es el ser humano el único que puede hacer algo para poder superar la realidad mundana del dolor y adentrarse en el infinito de paz del Nirvana, y para ello solo tiene que cumplir a rajatabla las reglas del juego (las famosas cuatro reglas budistas).

En el budismo (y en otras religiones, como en la mística islámica de los sufíes o la mística judía de la cábala) la clase sacerdotal solo se encarga de todo lo relacionado con el dogma, con la creencia, con la fe.

Son simplemente guías que se encargan de enseñar al adepto las creencias de su religión, claro que entre estas también hay normas morales. Pero no asumen el poder de “jueces” o “abogados ante dios”.

No toman partida.

En el budismo es uno mismo el que mediante el cumplimiento de una serie de normas que ha de realizar en privado, mediante la contemplación y la meditación se consigue la salvación, sin necesidad, como hemos dicho de ningún mediador, ni siquiera de un dios.

Cuestión aparte seria plantearnos las relaciones que han tenido estas hierocracias sacerdotales con el poder político.
Algunos autores, como Marx o Bakunin, plantean que el poder terrenal ha empleado, haciendo suyas, las clases sacerdotales y las creencias religiosas para idiotizar al pueblo mediante falsas promesas de redención en una vida post-mortem, haciendo que olviden la trágica realidad miserable de su existencia cotidiana. La religión, su ética y sus representantes terrenales se han aliado con el poder político para controlar la posible ira del pueblo llano por la explotación continuada.

Además, en muchas ocasiones estas castas sacerdotales se han encargado de legitimar el poder terrenal de sus gobernantes aduciendo que han sido elegidos o propuestos por la divinidad, si no son ellos mismos los que han tomado el poder (como en las antiguas civilizaciones egipcia o maya)

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