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Pocahontas, que significaba la pícara, la juguetona, era un sobrenombre de Matoaka, la hija del jefe de los Powhatan, quien gobernaba alrededor de unos 10.000 nativos ubicados en lo que ahora es Virginia (EE.UU.).
Su leyenda comienza cuando tenía unos 12 años, y los ingleses establecían su colonia de Jamestown en 1607, liderados por el Capitán John Smith. Sus actividades preocupaban a los nativos, quienes creyeron (y adivinaron) que los colonos estaban allí para tomar sus tierras.
Así fue que el siguiente año planearon una emboscada con el fin de aniquilar a los líderes ingleses, pero nuevamente fue Pocahontas quien le advirtió de esta a los colonos, asegurando un período de tranquilidad entre la colonia y los nativos.
Sin embargo, pasado un año, John Smith volvió a Inglaterra por motivo de una grave herida, y las relaciones entre los ingleses y los Powhatan se agravaron nuevamente. Los enfrentamientos se plasmaron en toma de rehenes por ambos lados, y Pocahontas fue capturada y enviada a Inglaterra en 1613, donde conocería a su futuro esposo, John Rolfe.
Se casaron en 1614 y Pocahontas pasó a llamarse entonces Rebecca, y al año siguiente tuvieron un hijo. Ella volvió a viajar a su pueblo, donde le recriminó a su padre el poco interés por su cautiverio, y regresó luego a Inglaterra, donde pronto moriría a la edad de 20 años.
El mito que se desprende de estos hechos, la importancia de Pocahontas como puente cultural entre dos mundos desconocidos, ha sido ampliamente tratado en la ficción. Películas como Pocahontas (1995), The New World (2005), y la reciente Avatar (2009) toman la idea que está detrás de este personaje histórico, y adaptan sus hechos al típico drama hollywoodense. Sin necesidad de dramatizarlo, la vida de Pocahontas en un momento y lugar tan complejos da fe de que hasta en las peores situaciones existieron hombres y mujeres capaces de ver más allá de su propio mundo.
Fuente: “Pocahontas. A Bridge Toward Peace”, en Boy’s Life, Vol. 85, N.º 10, 1995
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