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En el lenguaje de lo positivo, una enfermedad grave es también un reto, porque nos ofrece una ocasión inmejorable de demostrar nuestro afán de superación. Así que el enfermo no sólo no debe quejarse sino que casi debe dar la bienvenida a la enfermedad, porque le va dar la oportunidad de dar un giro en su vida.
El caso del cáncer es sintomático. La filosofía de lo agradable envuelve el cáncer bajo una jerga bélica, de “valientes luchadores” que se enfrentan al tumor como a un batallón enemigo hasta derrotarlo. En ese lenguaje no hay lugar para “víctimas” ni “pacientes”, como denuncia Barbara Ehrenreich en Sonríe o muere. La autora, que padeció un cáncer de mama, relata su extrañeza al descubrir que desde que le diagnosticaron la enfermedad le incitaron a animarse, a aprovechar esa vivencia para eliminar los sentimientos tóxicos, porque, una vez más, sólo teniendo una actitud positiva se derrota al cáncer.
Esta teoría está tan extendida que se ha convertido casi en un dogma irrefutable. Así que los enfermos, como “luchadores”, no tienen derecho a estar tristes ni a deprimirse. Para cercarlos aún más, los medios siempre están haciendo hincapié en los estudios que pretenden demostrar que ser positivo da salud y aumenta la longevidad, mientras que restan importancia a los que demuestran que no tiene ningún efecto en absoluto, denuncia Ehrenreich.
Lamentablemente, esas teorías tienen tanta credibilidad, como los productos mágicos que sólo se venden por televisión, como señala Maria Die Trill, responsable de la Unidad de Psicooncología del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid. “Ninguna investigación ha podido demostrar que la actitud o las emociones influyan en la progresión del cáncer. Es un mito”.
Die Trill asegura que cuando reciben a los pacientes a los que acaban de diagnosticar un cáncer les tienen que hacer una especie de desintoxicación, porque su médico y la gente de su entorno les han dicho que tienen que estar contentos para superar la enfermedad. “Y como realmente no pueden estarlo se sienten culpables. Por lo que, además de sufrir los efectos de la enfermedad y su tratamiento, tienen una sobrecarga anímica, la necesidad de estar optimistas y reírse aunque se estén enfrentando a la muerte”.
La voz del interior.
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