ATESORANDO SUEÑOS.

(B)

Era alta, delgada y frágil como un junco. Tendría unos once años. Nos sentábamos en el mismo pupitre, y en el recreo, compartíamos la merienda. Por aquel entonces yo leía a Víctor Hugo y a Lord Byron, y estaba enamorado del amor. Ella era quien mejor lo representaba, su viva imagen. Al poco tiempo me cambiaron de colegio y dejé de verla. Sufrí y lloré como mandan los cánones, hasta que otros ojos menos soñadores y lánguidos, me devolvieron a la realidad.

En solo unos días pasé del romanticismo al naturalismo, sin darme cuenta. De compartir la merienda a regalarla; De escribir versos a hacer manitas; Del lenguaje de las miradas, al de las palabras tiernas al oído. Para Graham Greene, “Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro”. Quizá mi momento fue aquel primer beso, o el primer “te quiero” que escuché mientras la abrazaba.

Entonces aprendí que entre el sueño y la realidad, lejos de tener que elegir, es mejor quedarse con los dos. Lo uno complementa a lo otro. Es sano y natural. Aquello fracasó porque, un día, cometí la imprudencia de hablarle de mi anterior amor, y ella, rabiosa de celos, no pudo soportar tener que competir con alguien intangible e irreal. Tampoco yo sabía como se puede renunciar a un sueño, ni estaba seguro de querer hacerlo. Me esforcé en recuperarla, creo que estuve a punto de lograrlo, pero, cuando me preguntó: ¿la has olvidado ya?, no pude mentirle, y me dejó. No sé si esas experiencias son un ensayo de lo que nos toca vivir después, o si lo posterior, son sólo variaciones sobre lo vivido entonces. En cualquier caso, “Quien lleve a su infancia consigo, permanecerá joven para siempre”. Seguramente, Surzkevery tiene razón, y por eso me gusta recordarla.

Buenas noches Paloqueños, y sean felices. Y atesoren sus sueños, no tienen por qué renunciar a nada de lo que les ayuda a vivir y a mejorar.

Tomás Delgado Arbelo.

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