LOS CATAROS.

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El catarismo es la doctrina de los cátaros, un movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, logrando asentarse hacia el siglo XIII en tierras del Mediodía francés, especialmente el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón.

Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros como obra demoníaca.
En respuesta, la Iglesia Católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación violenta a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad y se extinguió poco a poco.

Los grupos cátaros parece que nacieron en occidente, de la predicación de los bogomilos, un grupo religioso dualista muy numeroso en los Balcanes en los siglos X y XI.
El nombre de “búlgaros” con que se designaba a los cátaros en todas partes parece ser una prueba de ello. Algunas supervivencias del maniqueísmo en las regiones occidentales de la Iglesia, facilitaron el éxito de los predicadores orientales.
Los cátaros crearon adeptos en los lugares donde el clima religioso aparecía ya turbado: en el norte de Francia (Borgoña, Campaña, Flandes). También en los países del Rin y, en mayor número en Italia del norte, a lo largo de las rutas comerciales que ligaban estas regiones con el oriente bizantino, donde recogieron la herencia del antiguo movimiento de los palatinos.
Pero, el sur de Francia, donde se los llamó albigenses, fue el lugar de su dominio.

Su éxito en Francia es imputable primeramente a la impopularidad y a la poca dignidad de gran parte del clero del Languedoc. Los laicos sentían poco respeto por sus curas, y los caballeros claramente consagraban sus hijos al clero.
Por otra parte, una atmósfera de tolerancia política y social favoreció los progresos de la cultura cátara. Por ejemplo, ante la pregunta del obispo a un caballero de porqué no expulsaba de sus tierras a los herejes, éste respondió:
“No podemos hacerlo porque nos hemos criado entre ellos; tenemos parientes entre ellos y los vemos vivir honorablemente”

Ahora bien, ¿cuál era la doctrina profesada por los albigenses? Como los maniqueos, creía en la existencia de los principios: el del bien y el mal, siempre en constante lucha.
Siendo el mundo terrenal obra directa del espíritu del mal, los cátaros predicaban el desprecio de todo lo que fuera material. Para que el alma pudiera liberarse del mundo recomendaban la práctica del ascetismo y evitar en particular el matrimonio, que perpetúa la carne.

En nombre de este principio condenaban a la Iglesia, negaban todo valor a sus gritos y a sus sacramentos, y rechazaron algunos de sus normas, tales como la encarnación y la divinidad de Jesucristo. Era imposible, según ellos, que el dios del bien hubiera podido encarnarse.

Los cátaros habían organizado una verdadera Iglesia propia, con sus ritos, sus obispos, y sus asambleas. En 1167, se reunió un gran concilio cátaro de índole ecuménico en Saint-Félix-de-Caraman, cerca de Toulouse.
Las comunidades cátaras comprendían dos categorías de fieles. Los más comprometidos al desprendimiento de las cosas terrenas formaban el grupo de los perfectos.
Los perfectos eran, en efecto, los que habían recibido una especie de bautismo espiritual, llamado el consolamentum. Este rito se hacía mediante la imposición de manos y obligaba a quien la había recibido a practicar un riguroso ascetismo.
Por otro lado, los simples creyentes eran los más numerosos. Estos creyentes esperaban recibir en el instante de la muerte el consolamentum, que era, en definitiva, una especie de extremaunción.

En Francia, el aumento de estas creencias fueron enormes. A fines del siglo XII, los cátaros eran ahí tan numerosos que ni siquiera tenían que ocultarse. Al igual que otros movimientos similares, el catarismo se había arraigado sobre todo en las ciudades, donde la burguesía y las clases populares se adhirieron en masa a la nueva doctrina.
Pero también había nobles entre los cátaros, como el conde de Foix , el conde de Béziers, y Raimundo VI, el conde de Tolosa.

El Papa Inocencio III, tan pronto como subió al solio pontificio, en 1198, decidió emprender la conversión de los herejes, pero los misioneros enviados para predicar no tuvieron el éxito devastador que buscaron.
Además, la formación de una verdadera cultura, y del desarrollo político y económico de una región feudal poderosa, amenazaban para algunos con la unidad francesa.
Tratando de beneficiarse de las ventajas materiales y espirituales que se reconocían a los cruzados, pequeños señores y aventureros venidos del norte, entre los cuales figuraba Simón de Montfort, partieron hacía el Languedoc en una cruzada contra los albigenses que pronto se transformó en una guerra entre el norte de Francia y las regiones del sur.
Los condados del sur fueron saqueados, y sus poblaciones asesinadas por esta “cruzada” que contaba con la bendición del Papa. Tras una férrea resistencia, el Languedoc tuvo que someterse a la autoridad real y papal en 1226.

Más tarde, la Inquisición barrió todas los resabios de catarismo que pudo encontrar.

Fuentes: http://es.wikipedia.org/wiki/Catarismo. Sobrehistoria.com.
Más info en http://historiesdeviatger.blogspot.com/2009/03/beziers-en-llamas.html
La imagen: Estela situada en el Camp dels Cremats (campo de los quemados), recordando la pira en la que ardieron asesinados 200 cátaros defensores de Montsegur, último reducto cátaro.

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