SOBRE TROLLS o AGRESIONES GRATIS.

(B)

“El que calla otorga”…

En el mundo real sentimos que este adagio es cierto. Al menos, adecuado. Por extensión creemos que la regla se cumple en el espacio virtual, en el chat, en Twitter, en los foros, en Facebook. No, no es así. Ni siquiera cerca.

El fenómeno del encarnizamiento online es viejo como Internet. Sé que suena extravagante que algo ya sea viejo en la Red, pero con más de 20 años entre los usuarios particulares y arriba de 40 entre los académicos, ciertos fenómenos empiezan a repetirse.

Las guerras de flames ( flaming o flame war ), como se las conoce, han plagado la paz online. Es, en pocas palabras, un nutrido, violento y a todas luces inútil intercambio de insultos, sarcasmo y descalificaciones.

La primera reacción de toda persona de bien, cuando es atacada de una forma tan hostil y en público es, por supuesto, responder. Porque el que calla otorga o porque creemos que la meta del flaming es el debate. Qué va.

Las motivaciones y la dinámica de estas guerras de injurias virtuales son bastante complejas, hasta el punto de que hay gente que se ha dedicado a estudiarlas. Existen categorías y hasta movidas concretas dentro de ese ajedrez diabólico de escarnio, afrenta y humillación. Por ejemplo, se llama carnada a ese post que alguien pone en línea específicamente para que los otros usuarios lo ataquen. Ante la reacción, el iniciador soltará una avalancha de dicterios y denuestos. La escalada es inevitable.
Pero no es mi intención estudiar la basura electrónica hoy. No me siento demasiado comprensiva. O científica, quién sabe.

Lo que sí puedo ofrecer es un buen consejo de veterana sobre este asunto. Aquí, el adagio por tener en cuenta es otro. Es ese que dice que “cuando uno discute con un tonto parece también un tonto“.

Convengamos algo: aunque sea por una causa noble, el que apela al insulto y la descalificación se ha quedado sin argumentos, tiene una conducta sociopática o está operando políticamente. El solo hecho de encontrarnos frente a la violencia virtual debería indicarnos que lo peor que podemos hacer es responder, tropezar con la carnada que nos están colocando delante.
Quien ataca en línea no lo hace para vernos sufrir públicamente (no nos ve, de hecho), mucho menos para dañar nuestra reputación (sabe que la suya fue construida a fuerza de ofensas). Lo hace para que reaccionemos. ¿Por qué?

No lo sé…pero los psicólogos dicen que muchos recurren al ultraje porque se sienten poca cosa. Su acomplejado ego revivirá si respondemos a su aguijón, uno que por regla general nadie nota y que, de tanto usarse, ya es inofensivo, está gastado; basta revisar su historial para descubrir que provocar y maldecir son sus dos actividades principales. Un favor más grande les haremos si, además, intentamos razonar con ellos; redoblarán el vitriolo, será como apagar el fuego con viento, porque les habremos dado el lugar de un interlocutor válido.

Los debates online son fantásticos, uno siempre aprende algo de valor. Se caracterizan porque los participantes intercambian ideas, silogismos, links, documentación. No hay lugar para el agravio ni la soberbia. Son muy enriquecedores. Es importante el buen uso de la redacción y del vocabulario porque carecemos de gestos o lenguaje corporal. Entonces, muchas veces, interpretamos mal a nuestro contertuliano.

Frente a los que sostienen una mirada intolerante del prójimo, la táctica correcta es la indiferencia.

Contra el sociópata IP, el troll del siglo XXI, el micropuntero a baterías, la fórmula mágica es sencilla y, lo garantizo, infalible: ignórelo .

Uno, que intenta ser respetuoso, piensa en responder. No sirve. De hecho, empeora las cosas.

Ahora, si no puede evitar dar una respuesta, mi consejo es que siga la recomendación de Oscar Wilde:

Perdona siempre a tus enemigos, nada los irrita más ..

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