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Todos tenemos en la vida deudas impagables que conviene de vez en cuando recordar. Sobre todo, cuando a los acreedores se les quiere, se les admira y respeta más allá de lo imaginable.
La mayoría de esas cuentas pendientes de saldar son inmateriales. Van de unos versos que te iluminan la senda, un consejo que te permite recobrar el rumbo, o un libro revelador que te limpia de escombros la conciencia, hasta lo más cotidiano y sutil, como una tostada con aceite y miel, un té, una sonrisa a tiempo, o un beso y una caricia que te devuelven la esperanza.
“De bien nacidos es ser agradecidos”, y hay agradecimientos eternos.
Mi memoria, que ya no es la que era, continua recordando a todas y cada una de las personas a las que les debo lo que soy, que no es mucho, pero que sin duda no sería nada sin su valiosa y desinteresada aportación.
A muchos de mis acreedores no los he conocido personalmente, y el resto, –en su mayoría, mujeres-, estarán conmigo hasta el último instante de mi vida, y si hay otra u otras, mejor, porque con tal de no olvidarlos, sobornaré a Aqueronte, para que no me los borre de la memoria.
A alguno de ustedes se les estará ocurriendo que la deuda principal de todo ser vivo es la que tiene con sus padres, pero esa es una herencia que se transmite de padres a hijos, una especie de antorcha que pasa de unas manos a otras, y es más deber que altruismo o generosidad. Mi padre, en su lecho de muerte, me pidió que recordase a aquellos, que muchos años atrás le habían ayudado durante una grave enfermedad que lo mantuvo mucho tiempo inactivo. Si necesitan algo, y está en tu mano, ya sabes… hazlo por mí.
Es bueno tener presente estas cosas, por mucho que impere el egoísmo y el materialismo en el mundo. Dar es siempre mejor que recibir, pero si recibimos algo de aquellos que no esperan nada a cambio, convirtamos ese “nada”, en un sentimiento ejemplar y duradero, y hagamos lo mismo por los demás.
Sería bonito, cierto?
Tomás Delgado Arbelo (un amigo de FB, escritor, a quien leo siempre).
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