SIDDHARTHA. Hesse.


(B)

HESSE murió en 1.962. Diez años más tarde un director de cine norteamericano amamantado por el Village neoyorkino, CONRAD ROOKS, llevó al cine su novela, una novela que había leído a finales de los cincuenta y que, como poco después a tantos jóvenes de la generación hippy, marcó para siempre. La película, ganadora del León de Plata en el Festival de Venecia de 1.972 es una verdadera joya, un reflejo poético y sincero de la incomparable novela de HESSE. La espléndida fotografía de SVEN NYKVIST hace de cada fotograma una verdadera obra de arte. Todos los colores de la India están allí: los rosas azulados de sus amaneceres, los exuberantes rojos y anaranjados de los vestidos de sus gentes, los interminables verdes de sus bosques infinitos, los tristes grises de sus brumas, los intensos azules de la soledad… ROOKS ha sabido plasmar en la pantalla toda la poesía, la belleza y la espiritualidad que resuma SIDDHARTHA, uniendo la prosa de HESSE, premio Nobel de Literatura en 1.946, con la poesía de RABINDRANATH TAGORE, que había obtenido el mismo galardón en 1.913, a través de la inolvidable música de uno de los interpretes más conocidos de la música tradicional india: HEMANT KUMAR.

La novela, ambientada en la India, nos cuenta la historia de SIDDHARTHA, un hombre que dedica su vida a la búsqueda de la Verdad. Su camino le llevará desde la renuncia al lujo de la acomodada vida que lleva en su seno familiar a peregrinar junto a los sadhus que viven de la mendicidad y cuyas únicas posesiones son un taparrabos y un cuenco, y desde allí a conocer el amor por una mujer, a tener que triunfar en el mundo de los negocios para no perderla y, finalmente, a renunciar a todo ese mundo para partir de nuevo en la búsqueda de sí mismo, una búsqueda que le lleva a un río que, en silencio, le hablará y se convertirá en su verdadero maestro.

Son muchos los pasajes de la novela que me gustaría recordar, aunque quizá la visión de SIDDHARTHA sobre el río sea una de las mejores muestras de lo que podemos encontrar en ella.

“El río me enseñó a escuchar, me enseñó que nada permanece igual, que todo se transforma y todo regresa. De un río se pueden aprender muchas cosas. El río está en todas partes, en su origen y en su desembocadura, en la cascada, alrededor de la barca, en los rápidos, en el mar, en la montaña, en todas partes y simultáneamente y para él sólo existe el presente, sin la menor sombra de pasado o de futuro. Ahora sé que yo no voy a ningún sitio, que sólo estoy en el camino. Fui un hombre rico pero ya no lo soy ¿Qué seré mañana? No lo sé. ¡Qué camino el mío! ¡Cuánta estupidez, cuánto vicio, cuántos errores, disgustos, dolores y desilusiones he tenido que soportar solo para volver a ser un niño y poder empezar de nuevo, ahora que ya tengo el cabello blanco…! El saber puede comunicarse, pero la sabiduría no, sólo podemos encontrarla y vivirla, pero enseñarla no… Quizá buscamos demasiado durante mucho tiempo. El problema de las metas es que te obsesionan. Si dices que estás buscando es porque hay algo que encontrar. La verdadera libertad es entender que no hay metas. Sólo existe el ahora. Lo que pasó ya ha pasado. Lo que pasará mañana nunca lo sabremos. Por eso debemos vivir el presente, igual que el río… Una piedra, con el paso del tiempo, acabará siendo suelo, y ese suelo se convertirá en planta, o quizá en animal o en un hombre. Antes de entender estas cosas yo pensaba:”esto es una piedra, no tiene gran valor”.
Sin embargo, ahora pienso que esta piedra no sólo es esta piedra, es un animal, es Dios, es Buda, y dentro del ciclo de los cambios puede llegar a ser hombre y espíritu. Puede tener importancia porque ya hace mucho tiempo que lo es todo. Amo a esta piedra. La amo solamente por ser una piedra. Yo puedo amar sin palabras, por eso no creo en los maestros. El río, el río es el mejor maestro. He llegado a comprender que debemos olvidarnos de buscar, dejar de buscar, dejar de preocuparnos… y aprender a dar amor.”

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