FREUD y FLIESS
Se cumplen en el 2011 ciento catorce años de la relación que establecieron el médico psiquiátra Sigmund Freud y el otorrino Wilhelm Fliess, y sobre el libro que hizo famoso al segundo (Las relaciones entre la nariz y los órganos sexuales femeninos desde el punto de vista biológico), volumen que fue publicado por primera vez en 1897.
Uno de los especialistas más connotados en desmitificación de la seudociencia, Martin Gardner, publicó unas notas críticas sobre esta relación en una edición de la revista estadounidense, Skeptical Inquirer (The magazine for science and rason). En verdad, no deja muñeco con cabeza, pero en el fondo su víctima más preciada resulta el otorrino Wilhelm Fliess, quien ha sido considerado por numerosos seguidores padre espiritual del biorritmo. Sus intereses eran la medicina y la biología: creía que todos los procesos de la vida se conforman en dos ciclos, uno masculino de 23 días y uno femenino de 28 días. Fliess sostenía además que cualquier persona es realmente bisexual.
Fliess llegó a Viena en 1877, provenía de Berlín, y contó con la complicidad de Sigmund Freud, para desarrollar su curiosísima teoría, que se basaba en la observación de un hecho: existe una relación directa entre las neurosis y las anormalidades sexuales, y la nariz. Diagnosticaba estas enfermedades examinando en el interior de la nariz y pensaba que podía curarlas cauterizando o aplicando cocaína en las “zonas genitales” de la nariz. Esta misma cura servía para dolores de cabeza, dolores neurálgicos (desde la región cardíaca hasta la lumbar, desde los brazos hasta el estómago), y perturbaciones en órganos internos (circulación, respiración, digestión).
Creía que la masturbación alteraba el hueso turbinado medio izquierdo en su tercio frontal, lo que a la vez producía dolores de estómago. En los casos con síntomas severos, Flies extirpaba un trozo de hueso nasal. Influenciado por Fliess, Freud llegó a temer que moriría a los 51 años, porque era la suma de los dos ciclos 23 y 28, y se dejó operar varias veces la nariz.
Para Martin Gardner, Fliess deviene en uno de los episodios más absurdos y extraordinarios de la seudio-ciencia numerológica. Pudiera ser. Pero los contrastes en este caso superan la capacidad de comprensión de este desacralizador de ideas que se apartan de la ortodoxia científica racional. Fliess era un verdadero seductor. Hombre acomodado (se había casado con una berlinesa de dinero), poseía una personalidad fascinante. Era un conversador brillante, inteligente, con una ilimitada tendencia a la especulación, y una autoconfianza a prueba de balas.
Peter Gay en su libro Freud señala: “…impresionaba a los demás con su aspecto, su erudición, su carácter cultivado”. Ese mismo hombre no soportaba la crítica, y una de ellas lo distanció para siempre de Sigmund Freud. Su consulta médica siempre tuvo éxito y en los círculos de su especialidad, era un otorrino respetado.
Si Sigmund Freud hubiera podido analizar su relación con Wilhelm Fliess (acaso lo hizo de una manera marginal), hubiera establecido una corriente homosexual escondida. “Mi vida emocional siempre ha necesitado un amigo íntimo y un enemigo odiado”, escribió Sigmund Freud en La interpretación de los sueños. Admiraba a Fliess de una manera ciega: en muchas dimensiones las investigaciones de ambos se encontraban. Freud, a punto de establecer zonas erógenas cambiantes en el curso de una vida humana, perfectamente podía oir que los lugares genitales de la nariz influían en el curso de la menstruación y el parto.
Esta homosexualidad nunca declarada llevó a Sigmund Freud a cerrar los ojos ante uno de los episodios más tristes en la historia profesional de ambos: Emma Eckstein, paciente de Sigmund Freud, que poseía síntomas histéricos. Ella acusaba intensos dolores de estómago, y Freud, sin encontrar una solución al caso, invitó a Fliess a Viena en 1895 para que le extirpase el hueso perturbador de la nariz.
Una vez realizaba la operación, Fliess regresó a Berlín. Pero Emma empezó a sangrar. La hemorragia, que duró 14 días, se transformó en un misterio sin solución. Las cartas sobre la evolución de esta situación y los dolores de Emma pueden leerse como un retrato del horror humano. Cuando ya se encontraba al borde de la muerte, Freud llamó a un famoso cirujano que se había opuesto a la operación inicial.
Este hombre abrió la nariz de Emma y descubrió que Fliess había olvidado medio metro de gasa en la cavidad nasal. Freud abandonó la habitación y se tomó una botella de agua, para pasar la desolación. Emma Eckstein se recuperó, pero quedó deformada para siempre, porque la extirpación del hueso le hundió la nariz de un lado. Lo terrorífico aquí resulta el corolario: Freud exculpó a su amigo Fliess, estableciendo que esa hemorragia había sido totalmente histérica, y expresaba el deseo de Emma de ser amada.
Martin Gardner ha echado luz sobre una relación que numerosos psicoanalistas han estudiado con cuidado, casi siempre preservando a Sigmund Freud, frente a los desmanes de Wilhelm Fliess. El primero continúa en el pedestal de los dioses de la psicoanálisis. El segundo no pasa de ser considerado hoy un numerólogo desequilibrado y patológico. Cabe destacar aquí que cualquier visión de esta aventura científica y afectiva deja entrever también el lado más humano de un hombre como Freud, polémico como pocos en el siglo veinte, que fue capaz de equivocarse, preso de una amistad que tuvo mucho de ceguera adolescente.
Lo que no toma en cuenta Gardner, y esto debilita su ataque, es que ambos personajes eran rechazados por el stablishment médico de la época: ambos eran judíos sobresalientes; ambos pertenecían a una tribu (así lo llama Gay en su libro) perseguida y odiada. Esta peculiar rareza acentuó aún más, según los prejuicios de la época, la tendencia a verlos como exóticos y dementes. Freud lo permitió al aceptar las ideas de Fliess sin objeciones.
Ya mencioné que el maestro del psicoanálisis creía que inicialmente moriría a los 51 años (23 más 28). Hay algo más: el número telefónico que se le asignó en 1899 fue el 14362. Y Freud lo entendió como una confirmación más: había publicado La interpretación de los sueños a los 43 años y estaba convencido de que los dos últimos dígitos (63) iban a ser la duración de su vida. Más tarde, Freud interpretaría que “las supersticiones eran una máscara de deseos asesinos; y sus propias supersticiones como un deseo reprimido de inmortalidad”. Severo pensamiento. Pero ese autoanálisis no lo salvó de la amistad de Wilhelm Fliess, ni de los coletazos del temible Martin Gardner.
Extraído de http://gentequenecesitaterapia.wordpress.com/cierta-gente/freud-and-fliess/
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