EL GENERO HOMO. CULTURAS RUDIMENTARIAS Y LENGUAJES
Perpetrado por Oskarele
Desde que el principio, los miembros de la familia de los homínidos, de los que somos orgullosos descendientes, aprendieron a alimentarse y buscarse la vidilla siguiendo el ejemplo de sus compañeros de grupo (manada), especialmente de los mayores. Disponían, pues, de un pequeño grupo de tradiciones sencillas, transmitidas de generación en generación, no mediante los genes, sino mediante el aprendizaje. Esto es lo que podemos denominar “una cultura rudimentaria”, en términos antropológicos.
Ahora bien. La capacidad de aprender, almacenar y transmitir información, gran logro de los humanos, depende de capacidades especificas determinadas por los genes. Por eso es difícil que los salmonetes o las ostras desarrollen culturas rudimentarias. De alguna forma, nuestro código genético nos preparó para desarrollarnos cultural y socialmente.
Ahora bien, no somos los únicos: los chimpancés por ejemplo, cazan termitas y hormigas con palos. Obviamente, esta información es aprendida por los jovencicos simplemente viendo como lo hacen los mayores. Pero su cerebro ha de estar preparado para quedarse con la movida. Así que los simios también tienen una cierta forma de cultura rudimentaria, posiblemente parecida a la que tendrían los Australopithecus.
Un ejemplo cojonudo: con la intención de atraer a los monos (exactamente eran macacos japoneses) cerca de la costa para poder observarlos mejor, unos científicos pusieron boniatos (batatas) en una playa. Un día, uno de ellos se dio cuenta del suculento manjar, lo trincó y comenzó a quitarle la arena sumergiéndolos en un arroyuelo que pasaba por allí. Esta conducta (lavar el boniato), se propagó por el grupo y sustituyó la conducta anterior, que consistía en lavarlo frotándolo. Nueve años después el 90% de los monos lo hacían.
Los humanos comenzamos de un modo similar, pero nuestro repertorio de tradiciones heredadas mediante el aprendizaje, nuestra cultura rudimentaria, es mucho más amplio, en termino cuantitativos: nuestros antepasados comenzaron a currarse herramientas, artefactos, comenzaron a realizar prácticas, establecer normas y relaciones… y para ello se valieron de un instrumento importantísimo, probablemente el mayor logro de nuestra historia: el lenguaje.
El lenguaje humano es el medio que permite que los recuerdos sociales sobrevivan a los individuos y a las generaciones. Es esencial para el desarrollo de nuestra cultura, tanto que una y otro, cultura y lenguaje, van cojidicos de la mano. Nuestra conducta social se compone en buena medida de pensamientos y conductas coordinados y gobernados por el lenguaje.
Sin duda este es el gran logro de nuestra especie, y lo que de verdad nos diferencia de las demás.
Pero no lo transmite el ADN.
Los genes si transmiten las cualidades físicas y biológicas que nos permiten aprender y utilizar el lenguaje (tanto en la configuración del cerebro, las cuerdas vocales, la boca…), para poder desarrollarlo tenemos que aprenderlo socialmente. Por eso un niño aislado no sabe hablar, aunque tenga capacidad para hacerlo. Pero con un mínimo de aprendizaje, rápidamente comienza a hablar, lo que deja claro que nuestro cerebro está programado genéticamente para la adquisición, aprendizaje y desarrollo de las lenguas.
Y seguramente esta programación genética que nos permite adquirir la competencia lingüística no salió repentinamente, sino que, como todo, fue fruto de la evolución. Tuvo que darse un proceso gradual mediante el cual la selección natural fue sentando las bases para unas modalidades cada vez más eficaces de formación de conceptos y expresión lingüística. ¿Cuáles fueron los primeros pasos? Pues seguramente empezó mucho antes de los primeros homínidos, pues nuestros primos los simios tienen algo parecido.
Los simios, nuestros primos cercanos, por mucho que les joda a los creacionistas, en estado salvaje, no demuestran unas dotes excepcionales para la comunicación. Básicamente sus conductas comunicativas se reducen a unas cuantas expresiones faciales y cierto lenguaje corporal. Pero en cautividad (zoológicos y laboratorios), la cosa cambia, y mucho.
En un principio los científicos intentaron conseguir que hablasen, cosa harto difícil, pues no tienen las cuerdas vocales tan desarrolladas como nosotros. Así que se dieron cuenta de que tenían que intentar enseñarles otro tipo de lenguaje no vocal (la intención era demostrar que podían aprender un lenguaje, que tenían esas capacidades latentes).
En 1996, Allen y Beatrice Gardner, intentaron enseñar a un chimpancé hembra, Washoe, a conversar en el lenguaje de signos norteamericano. En cinco años consiguieron que aprendiese 160 signos que empleaba en muchas combinaciones diferentes: aprendió el signo de abrir, y lo empleaba para pedir que se abriesen las puertas, y posteriormente cualquier cosa (un tarro, una caja)
Algo después, David Premack, utilizó un juego de fichas de plástico para enseñar a una chimpancé llamado Sara el significado de un conjunto de 150 símbolos, con los cuales intentó comunicarse con ella. Tuvo resultados asombrosos: ante preguntas como “¿A que se parece esta manzana?” respondía seleccionando las fichas “rojo”, “redondo”, “rabo” y “menos apetecible que las uvas” (sic)… llego a relacionar el signo “heces” con “sucio”… y le enseñaba la ficha a Premack cuando este le negaba algo.
Pero el logro más importante de estos estudios es que han demostrado que los chimpancés adiestrados pueden transmitir lo que han aprendido a otros, sin mediación humana: Loulis, un chimpancé de 10 años, fue presentado a Washoe, que lo adoptó y comenzó inmediatamente a adiestrarlo. Tres años después Loulis utilizaba 28 signos (de los 160 que usaba Washoe con sus amos), y dos años después, unos 55. Utilizaban este lenguaje incluso para comunicarse entre ellos cuando no había humanos.
Esto demostró que los chimpancés, los simios más cercanos a nosotros, son capaces de adquirir los rudimentos de nuestra competencia lingüística. Pero su aptitud la supera un niño de tres años de Homo sapiens: su discurso no pasa de pedir cosas concretas y expresiones de estados emocionales. No los emplearon nunca para prever eventualidades, coordinar empresas de cooperación o formular pautas de conducta social.
Pero, seguramente, este fue el punto de partida de nuestra evolución hacia una mayor competencia lingüística.
A medida que nuestros antepasados erectus empezaron a depender más y más de la fabricación y utilización de herramientas, de los demás para poder cazar y recolectar en grupo y de otras tradiciones culturales, el repertorio de gruñidos y muecas dejo de bastar para poder expresar la creciente gama de peticiones y mensajes que tenían que realizar. Los gestos y sonidos aumentaron exponencialmente.
Y con el tiempo, los mensajes acústicos se fueron perfeccionando, gracias más que nada, y de nuevo, a la selección natural, que favoreció a los individuos más aptos para ello. En un proceso paralelo al desarrollo de la utilización de mayor numero de sonidos con significado, la parte de la faringe se volvió singularmente flexible y alargada (en todos los demás simios es pequeña). Poseer esta “garganta profunda” nos permite formar los sonidos vocálicos i, e y o, esenciales en todas las lenguas humanas.
El problema es que resulta difícil establecer el momento en que la laringe alcanzó las dimensiones actuales, porque las partes blandas de nuestros antepasados no se fosilizaron.
Unos creen que esto se produjo en los sapiens, otros creen que en los erectus más tardíos.
Pal caso es lo mismo.
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estoo es ridiculo
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