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DESCONEXIÓN (Último suspiro)


©Fulgencio S. García

El color de tu rostro desaparecerá en el momento de la desconexión.

Siento tus últimos latidos, tus últimas palabras.

Me has llevado a tantos lugares extraordinarios, de una manera tan fiel y alegre, que no puedo creer que yo haya tomado esta decisión. Es complicado resumir en tan poco espacio tanta vida compartida. Desde que apareciste en mi puerta hasta hoy has llenado mi triste soledad. Y ahora, de una manera aséptica pero dolorosa…, adiós. Para siempre.

Tu corazón está mal, deja de funcionar. Y aunque mi mente puede asumirlo de manera racional, yo no quiero ser el firmante y ejecutor de tu sentencia. Quiero creer en algo, en que se debe poder hacer algo. No puedo entender que, con tecnología tan avanzada, nadie sea capaz de evitar este momento.

Te miro y se me rompe el alma.

No queda ya mucho tiempo. He avisado a… los carroñeros… para que vengan a recoger tus restos. Estarán aquí sobre las cuatro. Solo un par de minutos para despedirnos. Me inclino sobre ti y, aun en estas últimas fracciones de segundo, vuelvo a sentir la electricidad de los primeros días. Me cosquillean los labios. Te beso. Adiós. Hay que ser fuerte. Cojo el cable.  Tiro. Un último “bip” sale de tu altavoz y te apagas. Mi viejo Pentium CENTRINO ®. Dentro de poco, un modernísimo CORE DUO ® presidirá mi mesa, y la gigantesca pantalla plana de 42”, mi vida. Pero, mientras tanto, disfrutaré de estos últimos momentos, feliz, abrazado a ti.


SUCURSAL 321

©Fulgencio S. García

“… ¡Carga policial! ¡Los antidisturbios contra los manifestantes! ¡Sin miramientos! ¡Gas lacrimógeno! La puerta de la sucursal bancaria, con todos esos manifestantes encadenados, se ha convertido en un campo de batalla. Esta gente, que nos arrancó de la cama esta mañana pidiendo justicia social y económica, que quería cerrar sus cuentas en esta sucursal 321 del principal banco del país; estas gentes, decimos, que pedían la condonación de las hipotecas por dación y el reparto solidario de los beneficios bancarios para pagar los rescates estatales, están siendo aporreadas… ¡por alterar el orden público! ¡Aún no sabemos cómo se organizó la concentración y menos aún quién ha llamado a la policía para denunciar… Alteración del orden público! ¡Y ahora detenciones! Las puertas de la sucursal permanecen cerradas y, desde dentro, el personal bancario observa impasible la escena. Dios mío, qué horror. Amas de casa, jubilados, autónomos… todos detenidos…”

Mientras el locutor narraba la escena, uno de los jóvenes empleados del banco, un cajero, miraba su teléfono. En la pantalla, el 091 permaneció unos segundos; él acariciaba la foto de una niña. Protegerla y guardarla. Cuando su mujer murió, meses atrás, se prometió que nadie le arrebataría el mísero sueldo que mantenía a su pequeña hija.

AQUI LA EMISIÓN RADIOFÓNICA A CARGO DEL PROPIO FULGEN: http://www.orm.es/servlet/rtrm.servlets.ServletLink2?METHOD=DETALLEALACARTA&serv=BlogPortal2&ofs=0&orden=1&orden2=3&idCarta=102&sit=c,5,ofs2,20&mOd=13876&autostart=RADIO,

TELERREALIDAD

©Fulgencio S. García

“¡Buenos días, me llamo J.G., soy inmensamente rico y tengo un tumor maligno en el cerebro! Los oncólogos no me dan más de seis meses de vida: es inextirpable y la metástasis es tan global ya que… Así que quiero quemar las semanas finales que me esperan cambiando la vida de alguien más. No quiero un vulgar “THE END” en fondo negro. ¡Deseo algo más! No tengo pareja pero sí familia y amigos y ya me he despedido de ellos al uso. Pero para mí quiero una fiesta especial, algo más grande, lo más espectacular que se pueda pagar, y lo planteo hoy, aquí, a ti. Busco una persona que me acompañe, desde el próximo martes hasta el momento de mi último suspiro… ¡En una loca vuelta al mundo de juergas sin parar, sin reparar en gastos! Y con un fabuloso premio por haberme acompañado: ¡ser mi heredero universal! ¡Más de cien millones te esperan! Solo habrá una única condición, mi última voluntad: Para acceder al dinero, en el lugar en el que yo perezca, ¡tú te suicidarás en directo y para todo el mundo! ¡Y nuestro equipo de seguimiento se encargará de incinerarte conmigo! Todo el premio, esos más de cien millones, será para tu familia. ¡Serán inmensamente ricos! ¿Quieres salir de la crisis? ¿Piensas que tú eres la persona que más lo merece? ¡Pues participa en este nuevo show! ¡Llama ahora al…!”

“Verdaderamente” - pensé mientras pulsaba el botón verde del mando a distancia - “los directivos de esta cadena basura han llegado a la última frontera.” Miré de nuevo la pantalla apagada y repetí, inconsciente, el número. Dudé, pero cogí el teléfono… Cinco, cinco, cinco…

AQUI PUEDEN ESCUCHAR LA EMISIÓN RADIOFÓNICA DE ESTE GENIAL TEXTO, A CARGO DEL PROPIO FULGEN.

AGUA.

© Fulgencio S. García

De crío pasé los veranos en juegos entre brazales y acequias. Era excitante esperar el agua, en los primeros compases del verano: veíamos crecer los limones, los rosales; veíamos labrar la tierra. Los huertanos nos miraban, a toda la chiquillería, y no entendían que nosotros también les miráramos a ellos. Queríamos jugar en y con el agua. El día en que oíamos correr el agua a raudales, ese día el frescor de la tierra era especial: era un río que iba a dar a la mar de limoneros y naranjos y corríamos y chillábamos “¡el agua, el agua!”. Buscábamos las hojas más grandes para embarcar a las lagartijas cazadas minutos antes y comprobar si eran capaces de llegar a nado a dique seco (sí, éramos crueles y políticamente incorrectos, era verano, éramos niños, carne creciendo). Cuando crío, creí que nunca se terminaría el placer de sentir el olor fresco y húmedo en las noches de verano, de la tierra recién regada, de los galanes de noche y de los jazmines. Hoy quiero creer que ese olor sigue ahí, pero son solo campos de golf regados maquinalmente y sin ilusión, ejecutores no culpables del mal entendido progreso.

AQUÍ PODÉIS ESCUCHAR LA EMISIÓN RADIOFÓNICA DE ESTE GENIAL TEXTO, POR EL PROPIO FULGEN.