En ese mismo Concilio de Cartago del 411, del que hablábamos en el artículo anterior, se condenaron las doctrinas de otro hereje heterodoxo, en este caso, un teólogo irlandés llamado Pelagio, ascético y reformista, que creó una nueva corriente, considerada herética por Roma, en la que entran juego, por primera vez, elementos celtas, que influyeron y mucho en los cristianos de la zona.
No se sabe muy bien cuando nació este tipo, ni siquiera se sabe el lugar exacto de las Islas Británicas, aunque tradicionalmente se considera que nace en Irlanda. Estudia teología y sirvió como monje durante años, aunque nunca llegó a ser realmente un clérigo. También se sabe que en torno al 400 se marcha a Roma, donde estudiará y escribirá sobre el cristianismo, y donde se percatará del relajamiento moral de los cristianos.
Esta decadencia moral tendrá origen, según Pelagio en la teología de la Gracia Divina que predicaban San Agustín de Hipona y otros Padres de la Iglesia.
En realidad se trataba de una controversia que vista desde los ojos de un ateo practicante como yo resulta surrealista: por un lado San Agustín defendía la idea del Pecado Original y la necesidad de que poder hacer el bien y vivir de acuerdo con los mandamientos era necesaria la Gracia Divina, concedida por Dios a cambio de nada (de ahí su nombre, Gratia), con la intención de que los hombres, pecadores, se pudiesen comportar respecto a sus dictados y acercarse a él. Consideraba en definitiva que era necesario el auxilio divino para que el hombre actuase bien.
Pelagio, en cambio, consideraba que esta idea era opuesta a la del Libre Albedrío y que convertía al hombre en un mero autómata controlado por Dios. Consideraba que en la voluntad humana individual reposaba la posibilidad de salvación e incluso de remisión del pecado y que la Gracia Divina simplemente era la idea que Dios inculcaba en los hombres para que siguieran su camino, eso sí, dejando libertad de elección.
No deja de ser lógico, pues no es posible la libertad humana (el libre albedrio) si Dios actúa en el interior del hombre, orientándolo hacia el bien.
Pero claro, fue un paso más allá: Pelagio sostenía, además, que el pecado original de los primeros hombres había sido una falta personal de ellos, pero que no se había extendido a todo el género humano.
Aun así ambos se conocieron y entablaron cierta amistad, que con los años se rompería.
Al principio mencionábamos que en la filosofía de este señor se perciben influencias celtas, y esto es evidente en la consideración que tenia de la libertad humana así como de la culpa y la responsabilidad individual, así como la idea de que mediante la habilidad humana se podía acceder a la salvación incluso sin la intervención divina.
Una influencia de largo alcance, sobre el posterior desarrollo del pelagianismo, fue la amistad que Pelagio contrajo en Roma con Celestio, un abogado de noble ascendencia (probablemente italiana). Eunuco por nacimiento (?), pero dotado con buenos talentos, Celestio había sido ganado para el ascetismo debido a su entusiasmo por la vida monástica y, en su condición de hermano lego, se esforzó por convertir las máximas prácticas, aprendidas de Pelagio, en principios teóricos que fueron propagados en Roma con éxito
Sea como sea, cuando las tropas de Alarico I tomaron y saquearon Roma en 410, Pelagio abandonó la ciudad junto a su discípulo Celestio y se instaló en Cartago, donde continuó expandiendo su doctrina, con gran éxito. Es por eso que en el Concilio aquel del 411 que mencionábamos el capitulo anterior (en el que se prohibió el Donatismo), también se censuraron las ideas de Pelagio.
Precisamente allí, en Cartago, San Agustín tenía su base principal y un montón de seguidores, que rápidamente comenzaron a atacar las doctrinas de Pelagio. El propio santo escribió cuatro obras dedicadas a discutir el Pelagianismo: “De peccatorum meritis et remissione libri III”, “De spiritu et litera”, “Definitiones Caelestii” y “De natura et gratia”. En ninguna de estas obras se le menciona, pero todas pretenden justificar y demostrar lo que nuestro protagonista criticaba.
Ante los problemas que estaba teniendo en África, Pelagio abandona Cartago y se marcha a Palestina, donde encontraran también una ferrea oposion de la mano de San Jerónimo de Estridón, monje de Belén que escribió contra él en una carta a Ctesifonte (Dialogus contra Pelagianos) y sobre todo en la de Orosio, un discípulo hispanorromano de San Agustín que había sido enviado allí expresamente para aumentar la oposición contra nuestro protagonista. Pero tampoco fue censurado del todo y en el Sínodo de Dióspolis, de 415, se dijo que sus doctrinas no quedaban fuera de los postulados de la Iglesia Católica.
Pero mientras en África, San Agustín no estaba satisfecho, así que junto a unos cuantos obispos más escribió una carta al Papa Inocencio I, con la intención de que condenase el Pelagianismo, a lo que efectivamente, accedió.
Pero Pelagio, antes de ser condenado definitivamente, escribió una última carta al Papa en la que trataba de convencerle. El texto, no obstante, nunca llegó a ser leído por Inocencio, ya que llegó a Roma después de la muerte de éste y la entronización de Zósimo en 417. En ella defendía que el bautismo infantil era necesario para conseguir la entrada en el Reino de Dios, pero no para conseguir la vida eterna. Sea como sea, tras leer la carta, Zósimo (mucho menos estricto que su predecesor) le declaró inocente.
San Agustín se quedó muerto al ver como no eran juzgados como herejes, así que convocó un nuevo sínodo en Cartago en el 418, donde expuso nueve creencias claves de la iglesia de las que renegaba Pelagio:
- La muerte es producto del pecado, no de la naturaleza humana.
- Los niños deben ser bautizados para estar limpios del pecado original.
- La "gracia justificante" (gratia gratum faciens) cubre los pecados ya cometidos y ayuda a prevenir los futuros
- La gracia de Cristo proporciona la fuerza de voluntad para llevar a la práctica los mandamientos divinos.
- No existen buenas obras al margen de la Gracia de Dios.
- La confesión de los pecados se hace porque son ciertos, no por humildad.
- Los santos piden perdón por sus propios pecados.
- Los santos también se confiesan pecadores porque realmente lo son.
- Los niños que mueren sin recibir el bautismo son excluidos tanto del Reino de Dios como de la vida eterna.
Este canon se convirtió en una creencia básica para la iglesia, que sigue defendiendo los ocho primeros puntos a muerte.
Pelagio murió probablemente en Palestina en el año 420, según se desprende de algunas fuentes, aunque otras llegan a adjudicarle veinte años más de vida. Algunos autores sospechan que fue ejecutado, pero no se sabe.
Sus doctrinas fueron durante un tiempo activa en Palestina y el Norte de África, y posteriormente entre los bretones.
Más información y fuentes por aquí: los libros “Herejes y maldito en la historia”, de Agustín Celis Sánchez (Ed. Alba Libros, 2006) e “Historia oculta de los papas”, de Javier García Blanco (Ed. Akasiko, 2010). Webs: http://es.wikipedia.org/wiki/Pelagio, aquí: http://es.wikipedia.org/wiki/Pelagianismo, aquí: http://ec.aciprensa.com/p/pelagio.htm,
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