ANIMALES.
Compartimos con los animales la dimensión biológica, donde cuentan los instintos que, hasta cierto punto, nos determinan, y la psicológica, que comprende emociones, reflejos y conductas.
Estamos condicionados por ellas pero, a diferencia de otras especies, trascendemos el mero determinismo por obra de una dimensión a la que Viktor Frankl, en La voluntad de sentido, llamó noógena. Es la dimensión humana. Allí anidan la conciencia, la posibilidad de discernir entre la propia individualidad y la existencia del otro.
En la dimensión humana nacen la elaboración y comprensión de conceptos como yo y tú. Allí, también, radica nuestra libertad, nuestra capacidad de elegir y de trascender, de ir más allá de uno mismo, de percibirnos como parte de un todo del que necesitamos y que nos necesita. Los animales no traicionan su naturaleza, no actúan en función de elecciones responsables o de valores morales. Sienten, sufren, temen, confían, colaboran entre sí y con nosotros. No hay en ellos premeditación, alevosía, resentimiento (o sea odio acumulado), tampoco visiones, proyectos, propósitos. Pueden obedecernos o temernos, pero no respetarnos. El respeto es una construcción humana. Por lo tanto, es nuestra obligación respetarlos, actuar moralmente hacia ellos.
Honrar nuestra condición humana trascendente es responsabilidad de cada quien. El animal alcanza su máxima condición y no la desvirtúa. El humano que se enajena de su propia esencia se exilia de su humanidad. La esfera noógena lo deja sin excusas..
Sergio Sinay.
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