Catalina tenía muchos amigos visibles, pero no eran portátiles.
En cambio, los invisibles la acompañaban a todas partes. Ella decía que eran veinte. Mas no sabía contar.
Fuera donde fuera, iba con ellos. Los sacaba del bolsillo, los ponía en la palma de la mano y con ellos conversaba.
Después les decía chau, hasta mañana, y los soplaba hacia el sol.
Los invisibles dormían en la luz.
Galeano.
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