EL USO DE DON/DOÑA.


La anteposición de don (abreviado D.) al nombre de los varones y de doña (abreviado Dña.) al de las mujeres, no indica un título sino un tratamiento deferencial cuyo uso tuvo grandes variaciones a lo largo del tiempo.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el tratamiento don proviene del latín domĭnus (propietario o señor), término que también dio origen a la palabra dueño. Atribuirle ser la abreviatura de de origen noble, es un error proveniente de la interpretación literal de una chanza.

En su uso original se anteponía solamente al nombre de pila o al nombre de pila seguido del apellido. Así, al distinguido Juan Domínguez se le daba indistintamente el tratamiento de don Juan o don Juan Domínguez. En el caso de usar sólo el apellido, el tratamiento correcto era el señor Domínguez. Se consideraba entonces vulgar (denotando el origen plebeyo del que hacía la referencia) o poco cortés (con intención de denigrar a la persona a quien se le aplicaba) darle el tratamiento de don Domínguez, o el Sr. Juan.
En la actualidad, aunque la forma de uso de don/doña es más libre, según el lugar y la clase social del que lo aplica o lo recibe puede tener connotaciones muy diferentes:
-Respeto, sea por edad, experiencia o logros personales.
-Afabilidad.
-Buena voluntad hacia la persona a quien se aplica, especialmente si quien lo hace es una de mayor estatus social.
-Desprecio cuando se usa sin el nombre, como en "esa doña" o en "es un don nadie" (alguien sin importancia).

El tratamiento se daba originalmente sólo a Dios, a Jesucristo (Nuestro Señor don Jesucristo...) y a los santos. En la España medieval se aplicó inicialmente sólo a los reyes, a los grandes nobles a quienes los monarcas consideraban sus primos (del latín primus, primero) y los más altos cargos eclesiásticos, como los de arzobispo y cardenal.
Con posterioridad, en épocas variables en los diversos reinos, se generalizó el tratamiento a algunos hidalgos y sus descendientes, pero nunca a los plebeyos. Esto requería la figuración en el padrón de hidalgos que usualmente se guardaba en los cabildos, incorporación para la que usualmente había que efectuar probanza de nobleza.
Su uso en España parece haber sido rigurosamente acotado hasta bien pasada la Edad Media, probablemente hasta fines del siglo XVIII o comienzos del XIX. Cuando el hidalgo Alonso Quijano adopta el nombre de don Quijote de la Mancha, Sancho reflexiona sobre ese don, que no tenía derecho a usar quien hasta ayer era solamente merced. Hubo, sin embargo, continuas incorporaciones al grupo de los merecedores de ese tratamiento, como el de los doctorados por una universidad. Con fecha 3 de julio de 1611 el rey don Felipe III de España mandó que su uso estuviese limitado a obispos, condes, mujeres e hijas de los hidalgos y los hijos de personas tituladas, aunque fuesen bastardos. Medio siglo después, cuando los monarcas españoles necesitaron aumentar sus ingresos, pusieron en venta tanto los títulos de hidalguía como el derecho al uso del don/doña. Por real cédula del 3 de julio de 1664 se estableció que su costo sería de doscientos reales por "una vida", de cuatrocientos por "dos vidas" y de seiscientos los "a perpetuidad".
La situación fue diferente en las posesiones españolas en América. En 1573 el rey don Felipe II, en las ordenanzas del bosque de Segovia, concedió el carácter de hidalgo, aunque no necesariamente el tratamiento de don/doña, a todos sus conquistadores y primeros pobladores. El uso del tratamiento se generalizó por simple asentamiento en los registros parroquiales de bautismos, confirmaciones, casamientos y sepulturas, así como en muchos cabildos. Aunque este abuso causó que algunas audiencias americanas intimaran al cumplimiento de las ordenanzas reales, el uso parece haber continuado según la práctica americana de la época del se acata, pero no se cumple[cita requerida]. En la práctica, ya que no había registros especiales que autorizaran su uso, el tratamiento fue otorgado por consenso de los pares y denotaba la pertenencia al nivel social más alto, sea en lo político (cargos militares, de cabildo, de gobernación o virreinato) o en lo económico (grandes comerciantes y encomenderos). Posteriormente su aplicación se fue extendiendo a todos los estratos sociales, y su forma de uso se hizo más libre.
Los jefes indígenas americanos, considerados nobles, también recibieron el tratamiento durante todo el período colonial. A partir de la independencia de los países americanos, su uso perdió las connotaciones usuales, siendo muy variable en los distintos nuevos países. En las Provincias Unidas del Río de la Plata (actual Argentina), por ejemplo, se otorgó el tratamiento de don a los esclavos libertos que lucharon contra los españoles.

El tratamiento de don y de doña solo se da a personas que pertenecen al mundo hispano, sea por su nacimiento o por matrimonio. Así lo confirma el que se pueda decir por ejemplo, el presidente de Venezuela don Carlos Andrés Pérez, pero nunca el presidente de Rusia don Vladimir Putin. De la misma manera; la española Fabiola de Mora y Aragón fue tratada de doña hasta el día de su matrimonio, pero desde entonces solo se refiere a ella como la reina Fabiola de Bélgica. Por su parte, Sofía de Grecia y su hermana Irene, nacidas princesas de Grecia; no eran doñas. Por el matrimonio de la primera con un príncipe español; ésta se convirtió en doña Sofía, pero su hermana nunca es tratada de doña Irene.

En mi país, Argentina, suele usarse con frecuencia en las zonas rurales para gente mayor. Y bue…también tenemos a Doña Cristina. Además ¿Quién no recuerda a Doña Florinda?

Fuentes: Bustos Argañaraz, Prudencio; Orígenes de los apellidos hispanoamericanos; Boletín del Centro de Estudios Genealógicos de Córdoba, No 26; Córdoba (Argentina); 1997; p. 29 y siguientes. Lafuente Machain, Ricardo de; Los Machain; Buenos Aires (Argentina); 1926; pp. 19-20. (Wikipedia)

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