(B)
Palpar tierra es como sentir la vida. Hay vidas fértiles, generosas y hay otras, estériles, opacas, ásperas.
Pero nada es inmóvil, todo es susceptible a mejorar si se nutre, si se cuida, si se protege.
Ya saben…una semilla, riego, afecto y dedicación hacen el milagro de una flor. Y esa flor devuelve con creces el tiempo postergado en quererla. Sí, retribuye con su belleza, con su fruto, con su aroma o simplemente, con la satisfacción de verla crecer y ser la chispa de color en esa pequeñísima porción de tierra que la nutre.
Nada como el agua: he visto paraísos de abundancia en terrenos antes polvorientos sólo por brindarles la frescura simple e invisible del agua.
Sucedió hace dos años. Como todos los sábados, trabajaba en el césped del jardín. Descalza…me gusta sentir la pradera haciendo cosquillas en las plantas de mis pies. Algo duro, leñoso, firme me lastimó. Una suerte de tronquito del grosor de un dedo asomaba entre las hebras del pasto. Me incliné con una palita para cortarlo y me fue imposible…hurgué la tierra haciendo un pozo. Este tronquito era sólo un brote emergente de una red inmensa de cañas que a modo de tejido abarcaban todo el jardín. Debajo del césped había crecido una telaraña interminable, firme, leñosa, de cañas tacuara. Introduje la mano unos diez centímetros, tomé con firmeza una de estas arterias y tiré con fuerza. La tierra se desgarró, y cientos de venas zigzagueantes crujieron, se quejaron y lastimaron mi pradera verde y tierna sin compasión.
Repetí la operación una y otra vez. En un rincón amontoné cientos de serpientes enredadas, rotas de a pedazos, sangrando de tierra negra y rosas rojas. Seguí y seguí tratando de defender mi jardín hasta que cayó la noche.
Me acosté agotada y vencida. Kilómetros de caña maldita y traicionera habían destruido mi pequeña burbuja, mi mundo saludable y limpio, mi refugio, mi sostén.
Traición, pura traición. Riego, afecto, dedicación, postergación, entrega malgastada, desamor…¿Por qué esconderse? ¿Por qué tanto tiempo engañándome? Días, semanas, meses nutriéndose de mi fidelidad para hacerme daño. Yo amaba mi pradera tierna…
Desperté aterrada. Por las piernas me aparecían brotes de caña, no podía moverme, me quebraba, crujía, sangraba. Quise pedir auxilio. La mandíbula hirió mi mejilla y algo se quebró dentro mío. No, no podía tocarme…la carne se abría como la tierra y todo era de pronto una malla rígida e inamovible dentro de mi cuerpo sangrante.
Desde entonces trabajo día y noche sin descanso. Sé que jamás recuperaré la fertilidad de mi jardín. Tengo pedazos de cañas en las piernas, en los brazos y en el alma. Por ahí crujo, el chasquido me ensordece, no me permite oir el murmullo suave de la autoestima. Sé que he perdido la ingenuidad.
Sigo regando, no lo puedo evitar…es mi vida. Pero riego con desconfianza y límite: no sé si obtendré flores o cañas.
Sin embargo, he logrado que vuelva a crecer el césped en mi jardín. Quizás menos denso, menos fuerte pero aún tiene la forma que necesito, la que anida, la que es continente.
Ha perdido la frescura, la riqueza, la integridad, la continuidad, la confianza…eso tan grande e inconmensurable que se parece a la palabra eternidad.
Yo adoraba que fuera impecable. Nada lo es…siempre hay maleza infame, sólo que se esconde.
Pero, empecé diciendo que se trata de riego, no? Seguiré regando…quizás un día…
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