MAPA DE VINLANDIA
MAPA DE VINLANDIA: es presuntamente un mapamundi del siglo XV, copiado de un original del siglo XIII. Su importancia radica, en que además de mostrar África, Asia y Europa, el mapa representa una masa de tierra en el Atlántico llamada Vinland y nos dice que fue visitada en el siglo XI. Lo que se cree es que el mapa nos muestra que los exploradores vikingos encontraron el Nuevo Mundo antes que Cristóbal Colón en 1492.
El mapa fue descubierto junto con un códice, el Historya Tartarorum (Historia de los Tártaros), un manuscrito de indudable autenticidad al que algún momento se le adosó el mapa de Vinland. Nos describe la historia y las costumbres de los mongoles y parece ser una versión temprana de las memorias de Giovanni da Pian del Carpine, fraile franciscano que en 1245 hizo un viaje a Karakorum.
El mapa fue descubierto en 1957, donado por Paul Mellon a su actual propietario, la universidad de Yale en 1965. The New York Times divulgaron que el mapa estaba valorado en 25 millones de dólares. Fue publicado por primera vez en un libro con el nombre de "The Vinland Map and Tartar Relation" en 1965.
El Mapa de Vinland figura a la izquierda de una carta más larga que describe los periplos y travesías de los vikingos, notablemente alejados de sus viajes a Mongolia. Se podían ver dibujados Hellulandia (Tierra Pedregosa), Marklandia (Tierra de bosques) y Vinlandia (Tierra de vides) que son ‘países’ en América del Norte cuyo descubrimiento en torno al año 1000 se atribuyó a Leifr Eiriksson y a Bjarni Herjolfsson, dos vikingos islandeses que residían en Groenlandia.
El valor de este documento, depositado en la biblioteca de la Universidad de Yale, estaba estimado en torno a los 20-25 millones de dólares.
“El Mapa de Vinland es uno de los mapas más importantes del mundo” explicó Robin Clark, profesor de química en el University College de Londres (Reino Unido), como justificación de sus investigaciones. Ayudado por su asistente Katherine Brown, utilizó el método de análisis conocido como espectroscopia Raman para identificar los elementos químicos de las tintas empleadas sobre el fragmento “vinlandés” de este célebre mapa medieval.
Como resultado del análisis efectuado se ha determinado que las líneas aparecen efectivamente compuestas por dos capas: una línea amarillenta que aparece fuertemente adherida al pergamino, recubierta por una línea negra que parece haberse pulverizado.
Algunos investigadores habían puesto ya en tela de juicio entre 1972 y 1974 la autenticidad de este plano, afirmando que era la obra de un hábil falsificador del siglo XX, extremadamente ingenioso y perfectamente conocedor de los métodos utilizados en la época. Como apoyo de su teoría citaron la presencia de una línea amarillenta de anatasa, un derivado de dióxido de titanio, relativamente difícil de encontrar en estado natural y que no fue sintetizado hasta 1923. Apuntaban igualmente el hecho de que Groenlandia tenía una forma demasiado moderna mientras que el resto de Escandinavia aparecía desfigurada, sin hablar de las condiciones más bien rocambolescas en que fue descubierto y adquirido el mencionado plano. El estudioso alemán Kirstein Seaver fue uno de los que puso en duda la autenticidad del mapa, llegando a situar la fecha de la falsificación en torno a la década de 1930 y a adjudicar su paternidad al fraile jesuita Joseph Fischer, quien la habría llevado a cabo en el castillo de Wolfgang, en Baviera (Alemania), donde enseñaba historia.
El asunto cobró nuevamente actualidad en 1995, cuando los investigadores que participaron en la primera publicación del mapa afirmaron en una nueva obra, publicada por la Universidad de Yale, que la anatasa bajo su forma natural había podido muy bien formarse durante la elaboración de las tintas férricas utilizadas en la Edad Media.
El estudio de los investigadores británicos, publicado ahora, es el primero que examina la totalidad del documento y no muestras parciales. Esto ha permitido determinar el lugar exacto en el que se detecta presencia de anatasa sobre el mismo, lo que ha confirmado que forma parte de la composición de la línea amarilla y que no obedece al producto de una contaminación posterior. Así, afirman los autores del estudio, “la anatasa no ha sido detectada más que sobre las líneas de tinta y no fuera, sobre el resto del pergamino: debe formar, por consiguiente, parte integrante de la línea amarilla”.
Además, la tinta negra no es una tinta ferrogalotá nica, similar a la utilizada antes de la invención de la imprenta, sino que está compuesta por carbono. El envejecimiento de las tintas férricas era lo que volvía por lo general quebradizo al pergamino y dejaba una marca amarillenta sobre el trazo negro. “Sabiendo que un amarillamiento tal es una característica común de los manuscritos medievales, un falsificador inteligente pudo perfectamente simular esta degradación incluyendo una línea amarilla en su dibujo”, adelantan los investigadores.
Por otra parte, según Douglas McNaughton, físico y experto en cartografía antigua encargado por la Smithsonian Institution (EEUU) de realizar un estudio químico de la tinta, el radiocarbono, que fecha el estudio, establece claramente en torno a 1434 —unos 60 años antes de que la expedición comandada por Cristóbal Colón descubriese el Nuevo Mundo— la fabricación del pergamino sobre el cual aparece añadido el mapa.
Para el profesor Clark, no queda ninguna duda en lo referente a que la parte “vinlandiana” haya sido añadida al resto del mapa, cuya autenticidad nadie ha puesto en duda.
Estos resultados, publicados en la última edición de la revista americana Analytical Chemistry, constituyen la prueba definitiva de que el controvertido mapa fue dibujado sobre 1923, concluyó.
Por ahora, la Universidad de Yale continúa poniendo cara de póquer, sabedora de que muy probablemente el Mapa de Vinland haya dejado de ser uno de sus valiosos tesoros para convertirse, merced al estudio científico realizado, en una descarada falsificación más, merecedora de dormir un polvoriento sueño en cualquier caja de caudales similar a aquella en la que reposan los restos del simio antropomorfo de Piltdown, cuya reconstrucción le fuera colada en su momento a los especialistas del Museo Británico.
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