LOS LADRILLOS DE LA VIDA. PARTE 5: HABLANDO DEL ADN…



ByOskarele

Igual piensas que hace poco que se conoce, pero resulta que el ADN es una entidad conocida desde hace más tiempo del que pensabas. Fue descubierto, nada más y nada menos, en 1869 por un científico suizo llamado Johann Friedrich Miescher (1844-1895), que trabajaba haciendo prácticas en la Universidad de Tubinga en Alemania.

Miescher era estudiante de medicina y en el laboratorio de Hoppe-Seyler, su maestro, comenzó a analizar los restos de pus de los vendajes quirúrgicos, encontrando una sustancia que no identificaba, ácida y cargada de fósforo, a la que denominó "nucleína" (porque residía en el núcleo de las células). Prácticamente se limitó a reseñarlo, pero el hallazgo permaneció en su memoria largo tiempo, porque, veintitrés años después, en 1892, en una carta a un tío suyo, planteó la posibilidad de que aquellas moléculas pudiesen ser las responsables básicas de la herencia.

Fue una intuición extraordinaria.

Tanto que era demasiado adelantada para las necesidades científicas de su época, por lo que no atrajo demasiada atención.

En 1930, Phoebus Levenes y su maestro Albrecht Kossel, probaron que la “nucleína” de Miescher era un ácido desoxirribonucleico (ADN) formado por cuatro bases nitrogenadas (citosina (C), timina (T), adenina (A) y guanina (G)), el azúcar desoxirribosa y un grupo fosfato, y que, en su estructura básica, el nucleótido está compuesto por un azúcar unido a la base y al fosfato. Cagate…

Sin embargo ambos pensaban que la cadena era corta y que las bases se repetían en un orden fijo, por lo que no tenía que tener un papel demasiado importante en las cuestiones de la herencia. En todo caso algo subsidiario. Además, con solo cuatro elementos, los llamados nucleótidos, les parecía que pocas combinaciones se podrían hacer… tampoco lo debieron pensar mucho.
Digo yo…

El ADN no parecía hacer nada.

Simplemente estaba allí, en el núcleo. Era tan simple que se le achacaba la complejidad del tema de la herencia a las proteínas del núcleo.

Pero había un problema: había cantidades enormes de ADN, hecho este que demostraba la importancia y el cariño que las células tenían hacia esta molécula esquiva. Y encima aparecía siempre en los experimentos: en dos estudios en particular, uno sobre la bacteria Pneumococcus y otro sobre bacteriófagos, el ADN demostró tener una importancia que solo se podía explicar si su papel era más trascendental del que le adjudicaban los teóricos.

Las pruebas parecían indicar que el ADN participaba de un modo activo en la formación de proteínas, algo decisivo para la vida, pero también estaba claro que las proteínas se hacían fuera del núcleo, bastante lejos, en su escala, del ADN, que supuestamente dirigía la fabrica.

¿Cómo podía ser esto?

Nadie podía entender cómo era posible que el ADN enviase mensajes a las proteínas. Hoy sabemos que el encargado es el ARN, o ácido ribonucleico, que actúa como intérprete entre las dos, hecho curioso este, por cierto. Es notable que el ADN y las proteínas no hablen el mismo idioma, a pesar de que durante 4.000 millones de años, por lo menos, han protagonizado un romance precioso y, sin embargo, responden a códigos mutuamente incompatibles. Para poder comunicarse esta el amigo ARN, que trabaja con un ayudante químico llamado “Ribosoma”, que les traduce a las proteínas la información del ADN de su célula…

El ARN es lineal y de hebra sencilla, pero es mucho más versátil que el ADN. Y es básico para la vida… como tantas otras cosas.

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