Truffaut.- ¿Había visto usted M?
Hitchcock.- Sí, pero no me acuerdo muy bien. ¿No había un hombre que silbaba?
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Es famosa la anécdota que atribuye a Fritz Lang la invención de la, ahora habitual, cuenta atrás. El director señalaba que «si empezamos a contar a partir de uno, no sabremos cuándo terminar. Pero si empezamos desde diez hacia atrás, todos sabrán que la cuenta acabará en cero. Eso da un dramatismo inusitado a la situación». Diseñada, por lo tanto, como medio para aumentar la tensión dramática, la estrategia de Lang terminó siendo asimilada por los profesionales del medio al que la película representaba y posteriormente universalizada a infinidad de situaciones.
Fue la última película muda de Fritz Lang.
Producida por el propio director, viene a ser una continuación de la senda explorada en Metrópolis, aún siendo mucho más contenida y menos fantástica que ésta última. Ambas obras comparten un corpus temático común, que el propio Lang prolongaría en muchas de sus películas: el retrato de los mecanismos del poder económico y social, el avance positivo que supone el desarrollo de la ciencia y el efecto que ésta supone para el Hombre del futuro.
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Tras esta, el genio vienes se toma un tiempo de descanso para ver como se adaptaba al cine sonoro, que acababa de nacer. Y vuelve por la puerta grande con una de sus obras maestras, “M”, conocida en castellano como “M, el vampiro de Düsseldorf”, estrenada en 1931, su primera película sonora y su penúltima obra en Alemania. Está inspirada en el caso real de Peter Kürten, que asesinó a varios niños en la ciudad de Düsseldorf, aunque libremente adaptada por Thea, la mujer nazi de Fritz.
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Hasta que un ciego, vendedor ambulante de globos, cree reconocer a un sospechoso, Hans Beckert (interpretado por un maravilloso e inigualable Peter Lorre) por una canción que entona - silba constantemente un tema de la obra de Edward Grieg “Peer Gynt”, aunque en realidad quien silbaba era Lang, porque a Lorre le costaba mucho -, a quien le ha vendido el mismo día que asesinaron a la última niña. El vagabundo le escribe con tiza en la espalda una “M” (de “morder”, asesino), para que puedan reconocerlo. Así que, mas tarde, acompañado por otra menor, el sospechoso es seguido por mendigos y ladrones hasta que termina por quedar en evidencia e intenta escapar, pero es atrapado y llevado frente a un tribunal conformado por miembros del bajo mundo, que esperan darle un juicio sumario y ajusticiarlo con sus propias manos…
Queda claro que M es un homicida desequilibrado, incapaz de reprimir sus instintos criminales, como demuestra el magistral discurso final, ante un auditorio formado por vagabundos y prostitutas, que no están dispuestos a entender ni escuchar sus explicaciones. Así descubrimos que el monstruo no es más que un enfermo mental. Se libra del linchamiento porque llega la pasma.
Esta idea, justicia impulsiva popular vs. Justicia legal será desarrollada en otras obras posteriores por Lang, aunque nunca de esta magistral manera. De hecho la obra pretende mostrar que el crimen no es algo ajeno ni extraño en las sociedad de su época, en la que, poco después, se hará institucional. De ahí que el titulo originalmente propuesto, “El asesino está entre nosotros” no acabase de gustar al partido nazi, por su posible alusión a Hitler. Aunque no está muy claro si era su intención, pues, en primer lugar en 1930, cuando se rodó la peli, el nacionalsocialismo y su líder gozaban de prestigio entre las clases intelectuales, incluida la mujer de Lang, que co-escribió el guion. Parece ser, mas bien, que lo que quería exponer Lang era que quien menos te esperes puede ser un psicópata, que no son vagabundos ni gente de los bajos fondos, sino personas “normales”, como tú y como yo.
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Los planteamientos expresionistas siguen estando presentes en “M”, sobre todo en su impresionante fotografía y en su temática oscura y psicológica, así como en el oscuro entorno social por el que se mueve el protagonista. Pero en otros aspectos la película es enormemente innovadora y se aparta de la escuela expresionista: sus curradisimos travellings y movimientos de grúa (como vemos en la genial secuencia inicial), planos hipnóticos y extraños, con perspectivas y ángulos innovadores, el magnífico empleo del sonido y del silencio, la austeridad musical (ya que carece de banda sonora y solo se escucha el tema que silba M)… y por encima de todo, Peter Lorre, que se sale.
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Tras esta vendría la mencionada anteriormente “El testamento del Doctor Mabuse”, de 1933, su segunda película sonora y su última película de Alemania, antes de emigrar a Estados Unidos.
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