¿EXISTIÓ REALMENTE JESÚS? PARTE 0. INTRO


Perpetrado por Oskarele

El pasado suele ser esquivo. Los historiadores, ávidos de reconstruirlo, suelen usar, básicamente, dos tipos de fuentes: arqueológicas y escritas. En las primeras entra prácticamente todo lo que el ser humano haya construido, así como el contexto aportado por la naturaleza. En las segundas, las escritas, todo lo que se haya escrito sobre el personaje o el hecho en cuestión. Generalmente, unas fuentes sirven para confirmar lo aportado por las otras. Y viceversa.

Pero existe otra regla básica en el estudio de la historia: cuanto más atrás nos vamos en el pasado, mas difícil es comprobar y probar un hecho. Así, para comprobar si existió, por ejemplo, Napoleón, la cantidad de pruebas literarias, historiográficas y arqueológicas es abrumadora. Pero ¿Qué pasa cuando queremos comprobar la existencia, por ejemplo, de Alejandro Magno?, pues que, aunque cuantitativamente la cantidad de datos es mucho menor que cuando hablamos de un personaje de hace un par de siglos, existe suficiente cantidad de pruebas para dar fe de que Alejandro el Grande, realmente existió.

El problema es cuando el objeto de nuestro estudio es un ser divino o divinizado como, por ejemplo, Lao Tse, Zoroastro o el personaje que nos ocupa, Jesús de Nazaret.

Así pues: ¿Tenemos pruebas de que existió realmente Jesús?, además, de haber existido, ¿Fue el nazareno como dicen los relatos recogidos en el Nuevo Testamento y en la tradición cristiana, canoníca o apócrifa?

Por desgracia no existe ningún registro arqueológico, por ahora, que permita demostrar la existencia histórica de las personas cercanas a Jesús: ni sus padres, ni sus primeros seguidores… pero el caso es que aquellos sucesos están situados en un contexto sociopolítico determinado, del que si tenemos constancia histórica: efectivamente existió Poncio Pilatos, existió Herodes… y del que tenemos mucha información por el ahínco con que los arqueólogos han estudiado todo el tema de la Biblia, hasta el punto que hay algo llamado Arqueología Bíblica, encargada, precisamente de esto, de buscar registros arqueológicos de todo lo mencionado en las escrituras, ya sean personas, lugares o cosas.

Obviamente no podemos pretender encontrar una estela de piedra que ponga “aquí nació Jesús de Nazaret” o “aquí convirtió el agua en vino”.
Para corroborar la existencia de un personaje histórico no hace falta encontrar pruebas contundentes y definitivas, sino que un sumum de “pequeñas pruebas” puede llevarnos a considerar algo como históricamente real. Es por esto que muchos estudiosos de la vida de Jesús, aun no habiendo pruebas determinantes en el registro arqueológico, y con serias dudas en el registro escrito, consideran que la gran cantidad de referencias escritas, la mención de muchos personajes corroborados por otros textos y por la arqueología y la dificultad que implica demostrar que Jesús no existió, nos obligan a llegar a la conclusión de que realmente (o posiblemente) existió Jesús.

Esto no quiere decir que existiese el Jesús que conocemos, pues de lo que sí que no hay prueba alguna es de su aspecto mítico: no hay pruebas de sus milagros ni de su resurrección. Ni de que fuese el hijo de Dios. Y como dijo aquel poeta, “¡Oh, no eres tú mi cantar, no puedo cantar, ni quiero a este Jesús del madero sino al que anduvo en la mar!”.

¿De qué nos vale comprobar si existió el Nazareno sino podemos comprobar si realmente es cierto lo que cuentas sus biógrafos súbditos?

A ello vamos a dedicar varios artículos. Y lo vamos a hacer desde una perspectiva crítica, analizando ligeramente las fuentes escritas, tanto de sus seguidores como de historiadores relativamente contemporáneos, y las pocas y dudosas “pruebas” arqueológicas.

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