“Todo es válido para vencer en la vida” dijo en una ocasión este señor. Empresario, editor de un periódico, dueño de un museo y de un circo y creador de falsas sirenas. Y sobre todo un showman. Hablamos de Phineas Taylor Barnum (1810-1891), uno de los mayores embaucadores de la historia, un mentiroso que llenó salas de museos y de circos con un descaro apabullante.
Barnum nació en Bethel, Connecticut, en 1810, en el seno de una familia de comerciantes, y desde chiquitillo tuvo claro que siendo honrado no se iba a convertir en millonario, su principal y única aspiración. Así que desde muy joven comenzó con sus estafillas, y ya con veinte años había montado su primera empresa y tenía su propio periódico, “The Herald of Freedom” (El Heraldo de la libertad), en Danbury y en 1829, donde la verdad de las noticias brillaba por su ausencia. Durante los tres años que fue editor, sufrió varias condenas por difamación que atribuyó a “su vehemencia juvenil”. Barnum no dudó en describirse en una editorial del periódico, ante estas acusaciones, como “un valiente abogado de la verdad, centinela de la libertad y terror de los tiranos”. Por una de estas movidas fue sentenciado a pasar 60 días en prisión. Lo que le faltaba. Su estancia en el talego le permitió aprender lo que faltaba para iniciar una espectacular carrera de trapicheante.
Se trasladó a Nueva York en 1834 donde inició su carrera en el entretenimiento, primero con un show de variedades titulado "Barnum's Grand Scientific and Musical Theater". Uno de sus primeros éxitos, estafando como siempre, fue al contratar a Joice Heath, de la que ya hemos hablado por aquí (http://plqhq.blogspot.com.es/2010/05/joice-heath-la-ficticia-ninera-de.html). Se trataba de una anciana que afirmaba tener 161 años y que había sido la niñera del, agárrense, futuro presidente George Washington. Cuando Barnum se enteró de esto vio el cielo abierto: la fichó y comenzó a moverla por distintas localidades del noreste yanqui en su show. Esto es lo que ponía en los carteles de propaganda:
“Joice Heth es sin duda la más sorprendente e interesante curiosidad en el mundo. Ella fue esclava de A. Washington, (el padre del general Washington) y fue la primera persona en ponerle la ropa al bebé que, después de varios años, condujo a nuestros padres heroicamente a la gloria, la victoria, y la libertad. Para utilizar sus propias palabras al hablar del ilustre Padre de la Patria, “ella lo crió.” Joice Heth nació en el año 1674, y tiene por tanto, la edad asombrosa de 161 años “.
“Joice Heth es sin duda la más sorprendente e interesante curiosidad en el mundo. Ella fue esclava de A. Washington, (el padre del general Washington) y fue la primera persona en ponerle la ropa al bebé que, después de varios años, condujo a nuestros padres heroicamente a la gloria, la victoria, y la libertad. Para utilizar sus propias palabras al hablar del ilustre Padre de la Patria, “ella lo crió.” Joice Heth nació en el año 1674, y tiene por tanto, la edad asombrosa de 161 años “.
Barnum recorría las ciudades americanas exhibiendo a Joice Heth en distintos lugares como tabernas, posadas, museos, casas de ferrocarril o salas de conciertos. La gente acudía en masa a ver a tan peculiar anciana que, sentada en una silla, contaba sin prisas viejas historias sobre la vida del querido y respetado presidente Washington. Evidentemente Joice Heth no era nada de todo esto. Pero Barnum manejo esta estafa como nadie y le sacó muchísimo dinero, hasta el punto que muchos periódicos de la época se hicieron eco. Incluso, en febrero de 1836, cuando la señora falleció, Barnum montó una autopsia pública en Nueva York, en la que se congregarían más de 1500 personas. En la misma salió que en realidad tenía 80 años, y que esta no había muerto, si no que con el dinero que había ganado se había marchado a Europa…
“El público –sostenía– está siempre dispuesto a que lo diviertan aunque sepa que lo están engañando”. Ese era su lema, sin duda, y lo llevó a cabo a partir de este caso en muchas más ocasiones. Poco después volvió a triunfar con algo aun más absurdo, si cabe: la llamada sirena de Fiji, presentada como autentica, pero que era, como bien sabia Barnum, el torso de un mono unido a la cola de un salmón por artistas japoneses.
“El público –sostenía– está siempre dispuesto a que lo diviertan aunque sepa que lo están engañando”. Ese era su lema, sin duda, y lo llevó a cabo a partir de este caso en muchas más ocasiones. Poco después volvió a triunfar con algo aun más absurdo, si cabe: la llamada sirena de Fiji, presentada como autentica, pero que era, como bien sabia Barnum, el torso de un mono unido a la cola de un salmón por artistas japoneses.
Y luego vino otro éxito, el que abrió la veda de lo que sería su actividad favorita, las curiosidades de la naturaleza humana: el General Tom Thumb. Se trataba en realidad de su propio sobrino de 4 años que padecía enanismo. El tipo este le enseñó algunos trucos, chistes y canciones y pronto se convirtió en una estrella que hacía las delicias del público. Llegó a tener un éxito impresionante, tanto que saldría de gira por todo el país y por Europa.
En Londres, la misma reina Victoria pidió ver al pequeño prodigio, y Barnum se presentó con el muchacho en el propio Palacio de Buckingham, acto que quedaría grabado en la memoria de todos los concurrentes cuando el diminuto Napoleón (como solía aparecer caracterizado el chico) es atacado por uno de los poodles de la Reina (“y que más placentero para la aristocracia inglesa que ver a Napoleón ser vapuleado por un diminuto perro”, dijo Barnum).
En 1942 emprende otra idea fascinante: se compra el Scudder's American Museum, que rebautizó con su propio nombre, “Barnum’s American Museum”, con el que se forró aun mas. Se trataba de un edifico de cinco pisos en el centro de NY, y en él se dedicó a atesorar bizarradas, curiosidades de la naturaleza, extraños objetos y reliquias, un cajón de sastre donde todo estaba permitido, siempre que fuese mentira. Hacia hasta teatros. Y por supuesto, continuó exhibiendo sus freaks, ejemplares humanos como la gigante Ana Swan; Zip, el microcéfalo; Josefina Clofullia, la mujer barbuda; Dora Dawron un seudohermafrodita…
En 1850 financió la gira de la cantante sueca Jenny Lind, pagándole la friolera de 1.000$ por noche durante 150 noches. No en vano era la soprano más conocida de su época, y Barnum supo como nadie publicitarla aun más, y forrarse a cambio.
Es curioso como supo aprovecharse hasta de la competencia: un tal H. Bennet montó un museo con el que pretendía copiar a Barnum, el Peale Museum. Pero este tipo tuvo mala suerte con algunas inversiones y se arruinó. El propio Barnum salió en su ayuda, a cambio de continuar con la supuesta competencia. Sabía que de tal confrontación surgía publicidad, y de esta, la afluencia de público que asistía complacido a ver ambos espectáculos, suyos…
Después vinieron malos tiempos. Malas inversiones, unos cuantos incendios en el museo, litigios, deudas… pero de todo fue más o menos saliendo con cosas como esta: hacia 1860 organizó una exhibición gratuita de caballos enanos en New Jersey. Miles de neoyorquinos cruzaron el Hudson para ver este minúsculo show, que a pesar de ser gratuito le reportó enormes ganancias, porque todos los barcos que cruzaban el río le pagaron 6 centavos por cada pasajero que iba…
Y por esa época decide entrar también en política: se presentó a varias elecciones por el partido republicano, obteniendo algunos cargos locales. Incluso dos veces fue candidato al Congreso, sin conseguirlo.
En 1875, Barnum fue alcalde de Bridgeport, Connecticut, durante un año y trabajó mejorando el abastecimiento de agua, acondicionando el alumbrado de las calles y endureciendo las leyes sobre el alcohol y la prostitución. Curioso este lado filántropo que tuvo, que se plasmó algo después con la construcción del Bridgeport Hospital, fundado en 1878, y del que fue primer presidente.
Por esta época, ya con sesenta y algo tacos, creó el “P.T. Barnum's Grand Traveling Museum, Menagerie, Caravan & Hippodrome”, un circo ambulante, zoológico y "freak show", que en 1872 fue conocido como “The Greatest Show on Earth” (El mayor espectáculo del mundo). Atinó y se forró de nuevo, ya que fue el primer dueño de un circo que transportaba su espectáculo en tren, además de ser el primero en comprar su propio tren. Dada la falta de carreteras pavimentadas en los Estados Unidos, esto resultó ser una acertada decisión que permitió ampliar los negocios a Barnum.
El 7 de abril de 1891, Barnum murió en su casa mientras dormía y fue enterrado en el Cementerio de Mountain Grove, Connecticut, camposanto que él mismo había diseñado…
Una semana antes había hecho publicar su obituario en el Evening Sun para ver qué decían los demás periódicos. Una vez leída las reseñas laudatorias sobre su trayectoria, esperó tranquilamente para entregar su alma a la muerte.
Todo un personaje digno de recordar.