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"Sólo hay mundo donde hay lenguaje", dijo el filósofo alemán Martin Heidegger para dar una idea de lo imprescindible de la comunicación en el desarrollo de la civilización y en la vida cotidiana de los seres humanos. Pero la palabra es como un arma de doble filo y, según como se emplee, puede impulsar la armonía del hombre (con todos sus efectos saludables), o contribuir a su desdicha e insatisfacción en un ambiente tan resbaloso como el de las relaciones humanas. La idea, entonces, es aprovechar el poder de la buena conversación para generar bienestar anímico y salud mental y física en las relaciones familiares, de pareja o de trabajo.
"El lenguaje es una marca y una característica fundante en el ser humano; que a la vez que sujeta, puede también expulsar, alienar, atacar. La palabra es tanto una herramienta de comunicación, como de violencia y hostilidad cuando se usa para no escuchar al otro, ‘tapándolo’ con una palabra más sonora, más soberbia, sin respuesta", dice la psicóloga María Aurora Bello.
"La palabra que se usa en las discusiones violentas es descalificativa, discusiones sordas donde cada uno de los hablantes habla solo, gritando para escuchar su propio argumento, pero no hace lugar a la palabra del otro, porque es distinta, porque no se asemeja a sus pensamientos, porque no acuerda, o no le gusta", agrega.
Sin embargo, Bello considera que aún hay algo peor que la palabra usada como garrote: su negación. "Nada es más doloroso que cuando nos privan de la mirada y la palabra, la pelea de la mudez, donde el otro es ignorado, invisibilizado, el famoso ‘matalo con la indiferencia’. Es decir, destituir al otro porque es diferente, piensa o siente distinto. Si no dice o hace como yo, ‘lo mato’, ‘le corto el rostro’, ‘lo borro’ de mi vida. Y en realidad, la sensación emocional es de muerte, sólo rescatable cuando logra aparecer la invitación ‘¿hablamos?’. Porque indiferencia quiere decir: no padecer las diferencias".
Palabras con sentido.
Precisamente el buen diálogo es la salida, y su búsqueda el objetivo. El psicólogo Damián Klor considera que "la conversación es el contexto ecológico humano donde se va a promover la autoaceptación, figura central del bienestar anímico en particular, y de la salud mental en general. Autoaceptarse es renunciar a lo que no somos más allá de las expectativas propias o ajenas", dice Klor.
"Otro aspecto del bienestar que promueve la conversación es la capacidad de establecer relaciones interpersonales positivas con los demás, basadas en la calidez y la confianza", agrega.
Pero ¿cómo se logra una conversación virtuosa y provechosa? Bello sostiene que debe estar conformada con "palabras con sentido y no vaciadas que hacen un remedo de comunicación, pero en realidad no comunican nada. Tampoco debe consistir en una catarata de palabras que sólo hacen ruido, sino que debe contener las palabras suficientes para posibilitar un encuentro fecundo, donde la palabra se vuelve liberadora y capacita a mostrar a cada uno como es, a sabiendas de ser escuchado y respetado en su singularidad. Cuando el otro puede decir: yo soy".
Hablar es sano.
Lograr una buena conversación contribuye también a hacernos más saludables: "Lo que no se dice se imprime en el cuerpo. Es una de las causas más comunes de las llamadas enfermedades psicosomáticas. Lo ‘no dicho’ genera un campo fértil para el cultivo de cualquier enfermedad. Un aspecto fundamental en este sentido es la capacidad honesta y sincera para generar conversaciones colaborativas, donde se pueda recibir, invitar, respetar, decir y escuchar recíprocamente", señala Klor.
En definitiva, una buena charla no sólo ayuda a comunicarnos bien, sino que también actúa como una medicina sin contraindicaciones para el cuerpo, la mente y el alma.
El problema del discurso autoritario. Aurora Bello.
Esther Czernikowski, para señalar cómo la diferencia se transforma en desigualdad, escribió este pequeño cuento en su libro El amor. Entre el humor y el dolor. Y yo lo tomaré para otro destino.
Tres jóvenes y una muchacha conversan en un bar. El primero dice: "Yo soy J.U.P.P.I.E., joven, urbano, potente, poderoso, inteligente, ecologista". El segundo dice: "Yo soy G.E.N.I.A.L., generoso, especial, normalísimo, imperativo, abnegado, leal". El tercero dice: "Yo soy M.A.C.H.O., mujeriego, amante, cogedor, heroinómano, oportunista". Ella dice: "yo soy E.S.P.O.S.A., espero, soporto, plancho, ordeno, sollozo, alumbro".
Lo tomaré para pensar cómo los discursos sociales nacen de una matriz que funde en sus formas los significados diversos que hacen a los hombres, a las mujeres, a las cosas. Por eso el discurso ha sido siempre un instrumento de poder de singular eficacia. Y eso se nota en los vínculos sociales, familiares y de parejas.
Estos discursos cerrados, totalizadores, vehiculizados a través del discurso autoritario, provocan estados de sufrimiento, desesperanza e incomunicación. En cualquier ámbito, el discurso autoritario es violento, porque es en una sola dirección, sin intercambio y de absoluta certeza. La voz del interlocutor se acalla. Cuando incluye la voz del otro lo hace con descreimiento, desvalorización, burla o ironía. En estos discursos autoritarios predominan las directivas, las normativas, excluyendo lo afectivo y emocional.
Por eso revisemos cómo estamos hablando en nuestros diferentes vínculos, porque el habla es un modo del trato, y el maltrato sólo produce reproche.
Esp. en Psicología Clínica (M.P. 112 M.E. 347) Docente universitaria y miembro activo de la Asoc. Psicoanalítica de las Configuraciones.
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