En 1913, en el seno de esa compleja sociedad (en la ciudad de Nueva York para ser precisos) nace Lewis Thomas, un norteamericano como cualquier otro. Este hombre, como tantos otros en aquella nación, estudió medicina en Harvard, graduándose en 1937. La medicina en ese país es una profesión sumamente lucrativa, y se supone que sólo los estudiantes mejor dotados y más ambiciosos son los que tienen alguna probabilidad de culminar el ciclo de entrenamiento y ejercer la profesión exitosamente, particularmente en el aspecto pecuniario. Lewis Thomas realizó una carrera profesional plena de reconocimientos y ocupó importantes puestos académicos y administrativos en universidades e instituciones hospitalarias. Sería largo enumerar aquí sus aportaciones profesionales y científicas. Lo que me interesa destacar es que Thomas forma parte de ese significativo grupo de norteamericanos que se han atrevido a formular sus propias ideas sobre el mundo, el ser humano y la vida en general, trascendiendo la magra visión del hombre unidimensional.
En un libro singular, Las vidas de una célula; notas de un observador de la biología, se reunieron ensayos escritos a lo largo de varios años, en los que Thomas reflexiona sobre la vida, la muerte, la ciencia y su significado social, la evolución, la tecnología, la guerra y la paz. No puede categorizarse a Thomas como divulgador de la ciencia ya que, si bien describe magistralmente los procesos que ocurren dentro de la célula, la forma en que funcionan los organismos multicelulares, los principios de la genética moderna o el equilibrio dinámico de los ecosistemas, su reflexión siempre se mueve más allá del dominio puramente analítico-descriptivo, pues alcanza conclusiones, siempre tentativas, en que introduce su propia valoración ética o estética .
Posteriormente apareció otro libro de Thomas, La medusa y el caracol, en el que continúa sus reflexiones a partir de la biología. Precisamente en el ensayo que corresponde al título del libro el autor describe una singular simbiosis que acontece entre una especie particular de caracol del Mediterráneo y una especie de medusa. El artículo destaca la singularidad de todo ser vivo, sea un ente unicelular o un ser tan complejo como el hombre: “Aun las bacterias individuales que forman la progenie de un solo clon son entidades únicas y pueden distinguirse unas de otras”. Con sumo cuidado, Thomas siempre ilustra sus aseveraciones con maravillosos y sorprendentes ejemplos.
Notemos las fechas de su nacimiento (1913) y de su graduación (1937). Por consiguiente, Lewis Thomas vivió las dos guerras mundiales y sus secuelas. Murió en 1993. En las obras posteriores a las dos mencionadas asoma un pesimismo creciente en el ánimo de Thomas. En otro de sus libros, Pensamientos de media noche mientras escucho la Novena Sinfonía de Mahler, nos habla de los pensamientos, recuerdos y emociones que esa sinfonía le evocan. Dice que, siendo joven, el movimiento final de la obra le sugería “una aceptación abierta de la muerte, y al mismo tiempo una silenciosa celebración de la serenidad asociada al proceso (de la muerte). Tomé esta música como una metáfora de consuelo, que confirmaba mi propio presentimiento de que la muerte de cualquier criatura era la más natural de las experiencias y que tenía que ser una experiencia plena de serenidad”.
“ Ahora –continúa Thomas– no puedo escuchar el último movimiento de la sinfonía de Mahler sin la aplastante intrusión de otro pensamiento: la muerte por todas partes, la muerte de todo, el fin de la humanidad. Al escuchar las últimas notas me invade un enjambre de imágenes de un planeta en que las bombas termonucleares han comenzado a estallar en Nueva York, San Francisco, en Leningrado, en París...”.
Hacia el final del ensayo, Thomas trata de imaginar cómo vería el mundo si en ese momento fuera joven: «Si yo tuviera 16 o 17 años y escuchara decir a nuestros líderes que 40 millones de muertos es un “costo aceptable” de la guerra nuclear, seguramente querría dejar de escuchar y de leer. Comenzaría a pensar en nuevas clases de sonidos, distintos de cualquier música que se hubiese escuchado hasta ahora, y estaría retorciéndome y revolcándome para sacudirme de todo vestigio del lenguaje humano» .
Fuente: http://www.uv.mx/cienciahombre/revistae/
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