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“quizás todo placer sea alivio”


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la caja de letras es un reducto,
un solar; uno de esos donde jugaba cuando era niño
uno de esos descampados heridos de hierba amarilla y ladrillos
de granito, a pedazos

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No creo exagerado afirmar que para convertirse en adicto se necesita cerca de un año y varios cientos de pinchazos.
(…)
…Uno se hace adicto a los narcóticos porque carece de motivaciones fuertes que lo lleven en cualquier otra dirección. La droga llena un vacío. Yo empecé por pura curiosidad. Luego empecé a pincharme cada vez que me apetecía. Termine colgado. La mayor parte de los adictos con los que he hablado tuvieron una experiencia semejante. No empezaron a consumir drogas por ninguna razón en concreto. Quien nunca haya sido adicto, no puede hacerse una idea de lo que significa necesitar droga con la tremenda intensidad del enganchado. Nadie decide convertirse en yonqui. Una mañana se levanta sintiéndose muy mal y se da cuenta de que lo es.
(…)
La droga es una ecuación general que enseña a quien la usa hechos de validez general. Yo he aprendido muchísimo gracias a su uso: he visto medir la vida por las gotas de solución de morfina que hay en un cuentagotas. He experimentado la angustiosa sensación que provoca el síndrome de abstinencia, y el placer del alivio cuando las células sedientas de droga beben de la aguja. Quizás todo placer sea alivio. He aprendido el estoicismo celular que la droga enseña a quien la usa. He visto una celda llena de yonquis enfermos, silenciosos e inmóviles, en aislada miseria. Sabían que era inútil quejarse o moverse. Sabían que en el fondo, nadie puede ayudar a nadie. Nadie tiene una clave o un secreto que pueda comunicar a los demás.
(…)
Una mañana de abril me desperté con un leve síndrome de abstinencia. Me quede tumbado mirando las sombras que se formaban en el techo de yeso blanco. Recordé que hace muchísimos años solía tumbarme en la cama junto a mi madre y contemplaba como las luces procedentes de la calle recorrían o por el techo y las paredes. Sentí una aguda nostalgia de silbidos de tren, pianos que suenan calle abajo, hojas quemadas.
Un leve síndrome de abstinencia siempre me trae los recuerdos mágicos de la infancia. “Nunca falla”, pensé. “Es como un pinchazo. Me pregunto si todos los yonquis consiguen un material tan maravilloso.”
Me fui al cuarto de baño a ponerme una inyección. Tarde mucho rato en pinchar una vena. La aguja se me atasco dos veces. Y la sangre se me escurría por el brazo. La droga se extendió por mi cuerpo, una inyección de muerte. Aquel ensueño desapareció. Baje la vista y contemplé la sangre que corría desde el codo a la muñeca. Sentí una súbita compasión por la carne y las venas violáceas. Enjugué con ternura la sangre de mi brazo.

Yonqui 1953 William Burroughs

Traducción M. Lendínez y F. Roca

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