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EL CEREBRO TAMBIÉN COME… PERO ES DELICADO Y GLOTÓN...


ByOskarele

Durante los primeros años de nuestra vida, 7 u 8, nos dedicamos, prácticamente, al crecimiento y desarrollo del cerebro, mientras que otras partes del cuerpo esperan tranquilicas a que llegue su hora, unos años después, en la adolescencia, cuando se recupera el tiempo perdido y cogemos las proporciones finales de nuestra especie. Curiosamente, en otros simios antropoideos esto no pasa o sucede muy tenuemente.

El ser humano se esfuerza sobremanera en desarrollar, antes que nada, un peaso de cerebro.

Pero luego hay que mantenerlo…

Y es que el cerebro, como todas las partes de tu cuerpo, vive gracias a lo que comes y bebes.

Además es, posiblemente, el órgano mas glotón, aunque también es cierto que trabaja muchísimo: En reposo, el cerebro consume, aproximadamente, el 20% de la energía que nos proporcionan los alimentos que comemos, una cantidad enorme, teniendo en cuenta que nuestros sesos pesan en torno al 2% del total de nuestro cuerpo, aunque si tiene bastante volumen (unos más que otros...)

Por eso, obviamente, comer es indispensable para el cerebro.

Pero es que además, lo suyo es comer bien: el cerebro humano necesita unas cuarenta sustancias para funcionar correctamente y mantener todas sus actividades en pie (la memoria, la concentración, el lenguaje…). El déficit o el exceso de algunas de estas sustancias no solo pueden afectar al correcto trabajo del cerebro, sino que también influye en nuestro estado de ánimo y en nuestro carácter.

La glucosa y el oxigeno son absolutamente necesarios y el aporte ha de ser continuo. Pero no solo de eso vive y necesita de esos otros nutrientes que nos dan los alimentos, cosas con nombres tan bonicos como triptófano, colina, hierro, fosfolípidos, vitamina B1 y B6 o aceite omega 3 y que están presentes en muchos de los alimentos que comemos a diario, siempre y cuando tengamos una dieta omnívora y saludable.

Haciendo un poquito de historia, nuestros antepasados de hace un par de millones de años eran básicamente vegetarianos, aunque también comían pequeños animales e insectos. Conforme fuimos evolucionando fuimos cambiando la dieta, introduciendo cada vez más carne en nuestra alimentación, hecho asociado también con el cambio en los hábitats (del bosque a las sabanas y espacios más abiertos). Y paralelamente nuestro cerebro fue aumentando, hasta el tamaño actual, unas cuatro veces el de los Australopithecus.

La cosa esta en averiguar qué fue primero: si el cerebro fue creciendo y para poder mantenerlo tuvimos que cambiar nuestra dieta, haciéndola más rica en calorías, proteínas y glucosa, o si fue un cambio en la dieta (producida por el paso a la posición erguida, que dificultaba el acceso a los arboles y en cambio facilitaba la caza menor) lo que provocó el cambio en el cerebro. No está mu claro.

Pero lo cierto es que hay elementos buenos y malos para el cerebro: por ejemplo, las grasa “buenas”, las no saturadas, que se encuentran en alimentos como el aceite de oliva o girasol, las nueces, la soja, las espinacas o los peces grasos, son beneficiosas. La colina es un nutriente que se puede encontrar en los huevos, pescados, soja, las nueces, y la espinaca, y que ayuda a formar la acetilcolina, una sustancia química del cerebro implicada en la memoria.

Todas las vitaminas del complejo B son co-factores del proceso de producción de neurotransmisores, específicamente la B1 (carne de cerdo y levadura de cerveza), B6 (melón, pollo y plátano) y la B12 (hígado, huevos y queso), esta última es muy importante para contrarrestar el estrés y fortalecer la agilidad intelectual.
Una buena dieta debe incluir un aporte adecuado de minerales en virtud de los beneficios que éstos ofrecen al organismo. El calcio (que podemos obtener de la leche y sus derivados, así como de muchas verduras), por ejemplo, interviene en la transmisión de los impulsos nerviosos, el hierro (en las carnes, vísceras, legumbres y frutos secos) influye en el rendimiento y en el transporte de oxígeno a las células, con lo cual le viene mu bien a las neuronas, y el zinc (los crustáceos, las leguminosas y el cordero), que parece estar relacionado con la actividad de los neurotransmisores.

Por otro lado hay que evitar las grasas saturadas, las “malas”, que se pueden encontrar, por ejemplo, en la leche entera de vaca, en la mantequilla y en las carnes rojas, así como en los fritos y las papas.

Los azucares simples son especialmente chungos, sobre todo la glucosa, que curiosamente, es indispensable para poder llevar a cabo múltiples tareas, desde recibir y procesar la información de los sentidos hasta funciones superiores como pensar, recordar o planificar, pasando por el complejo mantenimiento de la homeostasia de todo el cuerpo. Lo curioso es que hay una tarea que requiere un aporte especial de glucosa: el autocontrol, la capacidad de frenar los impulsos y las respuestas automáticas de una manera consciente, algo que resulta esencial para el buen funcionamiento tanto individual como social, para facilitar la cooperación y la armonía entre los grupos humanos. Tanto el exceso como el defecto parecen afectar al autocontrol.

Por otro lado, el azúcar refinado que se emplea en repostería y bollería parece estar relacionado con desordenes de hiperactividad y falta de atención, con los que también está relacionada la escasez del acido graso omega 3.

Los carbohidratos si son muy recomendables y son considerados como un verdadero carburante para el cerebro, arroz o pasta son indispensables para que las neuronas obtengan una buena dosis de energía y los impulsos eléctricos sean perfectamente conducidos manteniendo así la concentración y una adecuada actividad neuronal.

Mas info y fuentes aquí: http://blogs.publico.es/ciencias/general/922/dieta-y-cerebro/, aquí: http://www.directoalpaladar.com/otros/alimentacion-cerebral, aquí: http://www.lavanguardia.es/gente-y-tv/noticias/20100807/53978124587/la-dieta-del-cerebro.html y aquí: http://www.alimentacion-sana.com.ar/Portal%20nuevo/actualizaciones/cerebro.htm.

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