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EL PLANETA BACTERIA, PARTE 5, LOS COMECOCOS

ByOskarele

Tendríamos más éxito luchando contra estas bacterias nocivas si no la hubiésemos liado con los antibióticos. Un dato interesante: el 70% los antibióticos que se emplean en el mundo se administran a los animales de granja, rutinariamente, mezclados con los alimentos, solo para estimular el crecimiento o para prevenir infecciones.

De aquí pasan a nosotros.

Estas facilidades les vienen de muerte a nuestras odiadas bacterias infecciosas para hacerse resistentes a sus némesis químicas.

Pero ¿Qué son los antibióticos? Se trata de sustancias producidas por un ser vivo o derivadas sintéticamente de estas que, a bajas concentraciones, mata o impide el crecimiento de ciertas clases de organismos sensibles, y que, por este efecto, se emplean en medicina humana y animal. Normalmente son inofensivos en general, aunque a veces pueden provocar alguna reacción adversa o pueden afectar a la flora bacteriana.

El término lo emplea por primera vez un tal Selman Waksman para describir ciertas “influencias antibióticas”, aquellas formulaciones antagonistas al crecimiento de microorganismos y que son derivadas de organismos vivos.

Uno de ellos es la penicilina, cuyo descubrimiento se atribuye a Alexander Fleming, aunque durante siglos y en diferentes culturas se llego mediante la observación y la experiencia a conocer y emplear las propiedades bactericidas de los mohos: hay precedentes en Grecia e India, así como en los nativos de Norteamérica. Ya en época reciente, en el siglo XVII, algunos farmacólogos y herboristas ingleses, como John Parkington, incluyeron el tratamiento con hongos en los registros de farmacia. Pero en el siglo XIX muchos autores se plantean esta idea como, por ejemplo,  Joseph Lister, William Roberts, John Tyndall, Louis Pasteur y Jules Francois Joubert,

Pero es cierto que el que realiza un estudio sistemático y demuestra definitivamente la acción bactericida de determinados hongos es Fleming, ya en el siglo XX. Curiosamente el descubrimiento se suele interpretar como una acción casual, pero parece ser que esto es propaganda, según algunos autores.

Según el propio Fleming, el descubrimiento ocurrió la mañana del viernes 28 de septiembre de 1928, cuando estaba estudiando cultivos bacterianos de Staphylococcus aureus en el sótano del laboratorio del Hospital St. Mary en Londres. Tras regresar de un mes de vacaciones, observó que muchos cultivos estaban contaminados, y los tiró a una bandeja de lisol. Afortunadamente recibió una visita de un antiguo compañero, y al enseñarle lo que estaba haciendo con alguna de las placas que aún no habían sido lavadas, se dio cuenta de que en una de ellas, alrededor del hongo contaminante, se había creado un halo de transparencia, lo que indicaba destrucción celular. Es decir, había matado a las bacterias.

En 1952, la penicilina era plenamente eficaz contra los estafilococos. Pero esto comenzó a cambiar: empezaron a aparecer en los hospitales nuevas variedades, como el estafilococo áureo, resistente a la penicilina. Solo era eficaz una variedad llamada vancomicina, hasta que en 1997 un hospital japonés informa de la aparición de una variedad resistente. En seis meses se había propagado a seis hospitales.
Los microbios están empezando a ganar la guerra por todos lados, a la vez que demuestran que Darwin tenía razón. Se adaptan y evolucionan, haciéndose cada vez más fuertes a nuestros remedios. Además, la industria farmacéutica apenas crea antibióticos nuevos desde los sesenta. Esto resulta alarmante desde que nos enteramos de enfermedades que pueden tener un origen bacteriano: en 1983, Barry Marshall, australiano, demostró que muchos canceres de estomago y la mayoría de ulceras las produce una bacteria.

Pero hay componentes bacterianos en múltiples trastornos: enfermedades cardiacas, asma, artritis, esclerosis múltiple, muchos trastornos mentales, muchos canceres…

Lo mismo no es lejano el día en que necesitemos desesperadamente un antibiótico y no tengamos ninguno.

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